Fe y Vida | Trinidad Ried
Cara
a cara con el mal
Gracias a Dios
son pocas las ocasiones donde al mal lo podemos ver de frente y desenmascarado
de todas sus caretas de bondad. Puede ser un asalto, una estafa, una agresión, un
abuso, una pelea, o una conversación desagradable donde tenemos mirándonos a
los ojos a otro ser humano poseÃdo por el demonio y de su boca y corazón no
salen más que mentiras, oprobios, gestos y acciones que dividen y causan un
dolor que apenas puedes soportar. Ese mal que tan familiarizado tenemos en las
pelÃculas, tan normalizado en las noticias, tan anestesiado en la vida de
tantos, cuando te muerde en tu propia carne con su veneno, es una experiencia
que bien vale la pena decantar y rezar.
Nunca se está
del todo preparado. Por mucho que la sociedad actual “nos venda” toda clase de
garantÃas, alarmas, seguros y prevenciones para no sufrir de ningún mal, este
se hace presente en nuestra vida y todo lo previsto queda atrás. Es tan fuerte
la impresión de nuestro corazón cándido a la sinvergüenzura de la mentira, del
chantaje, de la manipulación, de la violencia pasiva, verbal y fÃsica, que el
mal espÃritu ejerce sobre otra persona que lo primero es retraerse en
la negación y en la incredulidad.
Mente frÃa y corazón templado
Ya siendo
evidente el mal, no nos queda más que reaccionar y, para eso, hay que
mantener la mente frÃa y el corazón templado para nunca dejarse pasar
a llevar, pero también para intentar hacer justicia con nuestro actuar. Quizás
seamos la única posibilidad de redención o espejo de bien que tenga quien no se
sabe enfermo de algún mal. La codicia, la soberbia, la vanagloria, la paranoia,
el egoÃsmo y el acomodo moral se coluden en la mente y conciencia de la vÃctima
que cede su libertad al precio de un “plato de lentejas” que cree le dará la
felicidad.
Por lo mismo, habrá
que hacer de ese momento un momento de oración intenso y consciente para
revestirse más que nunca de amor y bondad para no devolver el mal con mal,
sino hacer eco de lo que nos enseñó Jesús y ser astutos como serpientes y
mansos como palomas para poder zafar.
El origen del mal
Ver a otro
ejerciendo el mal deliberadamente contra los suyos es una interrogante crucial.
¿Son conscientes de lo que están haciendo? ¿Se creen sus propios engaños para
estar en paz? ¿Optan libremente por su propio provecho sabiendo que dañan a
otros? ¿Es acaso una enfermedad? ¿Debemos quitarles por ello su
responsabilidad? ¿Qué hacemos con nuestros dolores, rabias y heridas que nos ha
causado su actuar? ¿En qué consiste perdonar? ¿Cómo reconciliar un vÃnculo
donde el mal rompió la confianza fundamental? ¿Qué hacer con toda la maldad que
exudan sin contaminarse de su versión falsa de la realidad? ¿Cómo
seguir creyendo en nuestra bondad cuando nos atacan con tanta vehemencia? ¿Qué
originó tanta disociación y oscuridad en una persona que tenÃa todo para la luz
y la santidad?
Demasiadas
preguntas que jamás podremos hilar. Es una madeja compleja que
trasciende la mente y la historia y se hunde en el libre albedrÃo de cada
espÃritu desde su más tierna edad. Lo único que podemos hacer es
enfrentarlo con coraje y luego ignorar sus ladridos, como se deja a los perros
ladrar.
No a la nube de toxicidad
Uno de los
efectos más nocivos del mal es que concentra mucha energÃa en sà mismo y ejerce
una especie de succión de “agujero negro” en nuestra energÃa vital. Toda la
vida se reduce a la angustia, dolor, impotencia, repetición del ataque y
culpabilización que hace el que ha sido agredido de qué podrÃa haber hecho
mejor o en qué actuó mal. Es como un tétano invisible que contamina a
las buenas personas con un veneno letal del mal. Los oscurece, los
entristece, los hace culparse por acción u omisión de la presencia del mal y
eso es el mayor peligro que deben evitar.
El mal es un
misterio que no tiene que ver con los que lo reciben, sino que con el que elige
la oscuridad. Por lo mismo, se hace cómplice de su poder quien le
entrega la vida a la desolación por demasiado tiempo y no se esfuerza
en salir prontamente del trauma inicial.
No quedarse pegado
Quizás escapa
absolutamente a nuestras manos poder remediar la codicia de un narciso, la
violencia de un asaltante, la virulencia de un enfermo mental o la estafa de un
sinvergüenza. Lo único que sà podemos controlar es no quedarnos pegados en su
“barro sucio y mal oliente” más de lo natural y ver que son lunares en un
infinito bello y lleno de bondad. Que jamás unos pocos malvados nos quiten la
luz del corazón, la esperanza del alma y sobre todo la capacidad de seguir
adelante con alegrÃa y con paz. Son muchos los que necesitan de nuestra energÃa
bonita y no los podemos defraudar.
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