Espiritualidad | José Fernando Juan/VN
Cristianismo sin cuerpo
Soy
consciente de que, dependiendo a quién preguntes, obtendrás un acento u otro. Quizá
quieren decir lo mismo, pero, como comunidad, somos expertos en perdernos en
ataduras y en nuestros puntos de partida, tantas veces sin dialogar. Algo
hermoso, para la Iglesia en esta primera fase sinodal, ha sido escuchar y
escuchar. Francisco ha insistido por activa y por pasiva. Una escucha eclesial
que se abra a todos y que no se reúna en grupos o grupitos, en reductos y entre
iguales. La escucha eclesial es mucho más exigente que la Iglesia del
cristiano. Sobre todo, cuando hemos aprendido, por avatares de la historia, a
buscarnos interesadamente nuestro lugar.
Un
cristianismo sin cuerpo puede ser un seguimiento escondido en lo mÃstico, en lo
profundo y en lo esencial, inalterable ataráxicamente, resistiéndose a bajar
del Tabor para curar al endemoniado, sin fuerza para atenderlo como merece (Lc
9,28-36; merece la pena leer el dÃptico entero, no lo uno o lo otro). Un
cristianismo sin cuerpo puede ser, evangélicamente hablando, sal que se
disuelve y no se nota, pero que se niega a ser luz que se ponga en lo alto para
alumbrar a los que lleguen a la casa (Mt 5,13-16; de nuevo, merece la pena
escucharlo entero). Ambos cristianismos resuenan de igual modo en la
sociedad, son bastante similares en el fondo.
Concilio
Vaticano II
Es
una cuestión, como le ocurre también al Concilio Vaticano II, de
mereologÃa práctica, de relación entre partes con partes y partes con el todo.
Es decir, de significación y de pertenencia. Seguimos bajo el eco de la
discusión dualista que necesita una imagen cómoda con la que comulgar: o Cuerpo
o Pueblo (del Templo ni nos acordamos normalmente), incapaz de formular la “y”
como superación de la reducción. Seguimos creyendo, porque es una cuestión de
fe de primer orden, que la relación entre Dios y la persona (y comunidad)
realmente se niegan, no se aceptan, no se vinculan, y se descartan. Una lección
tridentina, la de la “y”, que no cuaja en la vida espiritual hondamente.
Pienso,
sinceramente, que como Iglesia lo tendrÃamos más fácil que de cualquier otra
manera. A nadie se le pide que sea réplica o copia de nadie, sino que
asuma con libertad su propio seguimiento de Cristo, como salida hacia el otro y
como vuelta al Padre, como cuidado de la creación tanto como respeto de su
propia dignidad. Y esto, como bien avisa alguno, atendiendo a la realidad. Es
decir, sin inventarme a Dios cambiándolo en Ãdolo, ni tampoco seleccionar al
prójimo o dedicarme a amar un prójimo que sustituya al que tengo más cerca.
Entiendo,
porque lo vivo a diario, que es imposible dar siquiera un paso sin dejarse
reconciliar y perdonar, sin una pizca de valentÃa y determinación, sin la
compañÃa de buenos amigos, hermanos y maestros. Entiendo que no se realice en
mà mismo todo, porque me romperÃa y devastarÃa mi existencia, porque no tengo
tiempo. Pero sà puedo confiar en la donación de diversos carismas y
sensibilidades para hacer Cuerpo y ser un Pueblo que camina en la misma
dirección. No es lo que vivimos lo que nos hará estar con comunión, sino hacia
dónde miramos. O, dicho de otro modo, dónde esté puesto nuestro corazón en todo
momento y servicio.
Publicado
por Vida Nueva
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