Actualidad Mundial | Cristina Sánchez Aguilar
Países y particulares presionan a la FIFA para que
cree un fondo de indemnización a las víctimas de la construcción de los
estadios
Tres de cada cuatro personas de un total de 20.000,
de 17 países diferentes, encuestadas por Amnistía Internacional (AI) este
verano, pensaron que sus federaciones nacionales de fútbol eran responsables de
exigir pública y privadamente que en Catar se respeten los derechos humanos. Y
les pareció necesario que, como pide AI, la FIFA cree un fondo público de 440
millones de dólares para indemnizar a las familias de los más de 6.500 muertos
en la construcción de los estadios del mundial —dato ofrecido por The Guardian, que limitó su investigación a las
personas procedentes de Bangladés, India, Nepal, Pakistán y Sri Lanka; AI cifra
las muertes en más de 15.000, pero añadiendo otras derivadas— y también a
aquellos que han enfermado o han sido declarados inválidos tras un
accidente laboral. «El dinero solicitado para el fondo es el mismo que la
federación va a destinar a premios para las selecciones participantes. No
queremos que los quiten, sino que hagan ambas cosas, teniendo en cuenta que la
FIFA va a ingresar más de 6.000 millones de dólares con este Mundial», asegura
Carlos de las Heras, experto en deporte y derechos humanos de AI. De momento el
gigante futbolístico guarda silencio, pero por los corrillos suena que se está
evaluando, sobre todo cuando países como Alemania, Francia, Inglaterra, Países
Bajos y algunas empresas están apoyando la propuesta.
La creación de este fondo no solo tendría
implicaciones monetarias para la FIFA, también la aceptación de que algo ha funcionado
mal. Y esta reparación conllevaría, en paralelo, una serie de investigaciones
para esclarecer lo sucedido, ofrecer a las familias la verdad y llevar ante la
justicia a los responsables. «Es complicado, pero confiamos en tener en breve
buenas noticias», señala De las Heras. Al cierre de esta edición aún no había
pronunciamiento de la entidad. Pero sí de miles de aficionados que están
pidiendo en las gradas, como en el caso de la Bundesliga, donde la Südtribüne,
la grada más popular del Borussia Dortmund, ha mostrado los últimos días varias
pancartas con el mensaje #BoicotQatar2022.
Francia ha asegurado que no habrá pantallas gigantes en la calle para seguir a
la selección nacional. En España, el mediático Ibai Llanos dijo a sus más de
diez millones de seguidores en Twitch que le habían ofrecido acudir al Mundial
en el avión de la Selección Española y que lo había rechazado: «¿Sabéis la
cantidad de patrocinadores, de blanqueamiento hacia Catar que hay puesto en el Mundial?».
Carlos de las Heras aplaude que, por fin, se esté
poniendo el foco en el concepto del «blanqueamiento deportivo», algo que no
había sucedido hasta ahora y que lleva sucediendo años. «El ejemplo recurrente
es el intento del régimen nazi de presentarse como un país moderno y poderoso
con la celebración de las Olimpiadas de 1936». Dos años antes, Mussolini
presionó a los árbitros para que Italia venciera el Mundial de Fútbol que
albergaba, ya que pensó que eso le favorecería. En solo 14 años Pekín ha
acogido los Juegos Olímpicos de Verano, en 2008, y de Invierno, este 2022. Si
en los primeros las autoridades se comprometieron a que la celebración
supondría avances en derechos humanos, en esta última ocasión advirtieron que
los participantes en las competiciones serían castigados «si su comportamiento
está en contra de las leyes chinas», recoge en un informe AI.
Catar
Habitantes:
Tres millones, de los que un 79,6 %, según la ONU,
son población migrante.
Religión:
77 % musulmanes, de los que el 90 % son sunitas y
el 10 % chiitas. El 9 % son cristianos, y el 14 % de otras religiones.
Muertes en la construcción del Mundial:
Según The Guardian,
alrededor de 6.500. Según AI, más de 15.000.
Guillermo Whpei, presidente de la Fundación para la
Democracia Internacional e interlocutor del Papa Francisco ante el mundial
catarí —presentó al Santo Padre el informe Detrás de la pasión en 2018— recuerda con amargura cómo, durante la
celebración del Mundial en su Argentina natal en 1978, mientras se jugaba la
final del torneo, a diez calles estaba el lugar donde se torturaba a sus
compatriotas. «Éramos un país inviable, sumergido en la desaparición forzosa de
más de 30.000 personas. Y no es casualidad que acogiésemos el Mundial». En el
caso catarí, la asignación del ya denominado Mundial de la vergüenza viene
de la mano de la gran apuesta mediática de la familia Al Thani, dueños, por
cierto, del Paris Saint-Germain. Nunca antes un país de Oriente Medio había
organizado un Mundial. De hecho, la mayor parte de federaciones parecían estar
en contra, tanto por dudas sobre los derechos humanos como porque suponía hacer
un mundial fuera de las fechas habituales. Pero en 2010 Al Thani pidió el apoyo
de Platini, quien, inicialmente, apoyaba la propuesta de Estados Unidos. Pero
votó a favor de Catar. Poco después, entre otras cosas, su hijo, abogado, era
contratado por Qatar Sports Investments.
«Cuando el deporte se convierte en un ídolo somos
capaces de sacrificar todo: la salud, la vida moral, el respeto por el planeta
y el medio ambiente…», asegura Santiago Pérez de Camino, responsable de la
Oficina Iglesia y Deporte del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida
del Vaticano. Este Mundial, como otros eventos deportivos o culturales, «se ha
convertido en un fin en sí mismo, a costa de la dignidad de las personas o de
los pueblos». Por eso, se ha celebrado recientemente en el Vaticano un
encuentro para recordar que el deporte debe defender «los valores que le son
intrínsecos y que no sean cambiados por factores externos —corrupción,
violencia, dopaje, ideologías— que amenacen la identidad misma del deporte».
«El deporte tiene que ser de todos», concluye.
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