Papa Francisco | Zenit
Papa a los jóvenes en Baréin: cómo cuidar el corazón y cómo no
pasar como turistas por la vida
Tres
invitaciones del Papa a los jóvenes durante el encuentro con ellos en el
Colegio católico del Sagrado Corazón en Baréin.
Por
la tarde del 5 de noviembre, luego de haber recibido la visita privada del rey
de Baréin, el Papa mantuvo un encuentro con unos 800 jóvenes en el Colegio del
Sagrado Corazón. En su discurso y contestando a los jóvenes que previamente
habían intervenido con preguntas, el Papa lanzó tres invitaciones. Ofrecemos el
texto del discurso con negritas y encabezados agregados por ZENIT.
Les
agradezco que estén aquí, de muchas naciones y con tanto entusiasmo. Quisiera
agradecer a Sor Rosalyn sus palabras de bienvenida y la dedicación con la que,
junto con muchos otros, dirige este Colegio del Sagrado Corazón.
Y
me alegro de haber visto en el Reino de Baréin un lugar de encuentro y diálogo
entre diferentes culturas y credos. Y en este momento, mirándolos a ustedes,
que no son de la misma religión y no tienen miedo de estar juntos, pienso que
sin ustedes esta convivencia de las diferencias no sería posible. ¡Y no tendría
futuro! En la masa del mundo, ustedes son la buena levadura destinada a crecer,
a superar tantas barreras sociales y culturales, y a promover gérmenes de
fraternidad y novedad.
Jóvenes,
ustedes son los que, como viajeros inquietos y abiertos a lo inédito, no tienen
miedo de enfrentarse, dialogar, «hacer ruido» y mezclarse con los demás,
convirtiéndose en la base de una sociedad amiga y solidaria. Y esto, queridos
amigos, es fundamental en los contextos complejos y plurales en los que
vivimos; derribar algunas barreras para inaugurar un mundo más conforme al
hombre, más fraternal, aun cuando esto suponga enfrentar muchos retos. A este
respecto, tomando como referencia sus testimonios y sus preguntas, me gustaría
dirigirles tres pequeñas invitaciones, no tanto para enseñarles algo sino para
animarlos.
1º
Abrazar la cultura del cuidado
La
primera invitación es a abrazar la cultura del cuidado. Sor Rosalyn utilizó
esta expresión: «cultura del cuidado». Hacerse cargo, cuidar, significa
desarrollar una actitud interior de empatía, una mirada atenta que nos lleva a
salir de nosotros mismos, una presencia amable que supera la indiferencia y nos
impulsa a interesarnos por los demás. Este es el punto de inflexión, el
comienzo de la novedad, el antídoto contra un mundo cerrado que, impregnado de
individualismo, devora a sus hijos; contra un mundo prisionero de la tristeza,
que genera indiferencia y soledad.
Me
permito decirles, ¡Cuánto daño hace el espíritu de tristeza! Porque si no aprendemos a hacernos cargo de
lo que nos rodea —de los demás, de la ciudad, de la sociedad, de la creación—
terminamos pasando la vida como los que corren, se afanan, hacen muchas cosas,
pero, al final, se quedan tristes y solos porque nunca han experimentado en
profundidad la alegría de la amistad y de la gratuidad. Y no le han dado al
mundo aquel toque único de belleza que sólo él, o ella, y nadie más podría
darle. Como cristiano, pienso en Jesús y veo que sus acciones estuvieron
siempre animadas por el cuidado. Cuidó las relaciones con todos los que
encontraba en las casas, en los pueblos y en los caminos. Miraba a la gente a
los ojos, escuchaba sus peticiones de ayuda, se acercaba y tocaba sus heridas.
Ustedes, ¿miran a la gente a los ojos? Jesús entró en la historia para decirnos
que el Altísimo cuida de nosotros; para recordarnos que estar del lado de Dios
significa hacerse cargo de alguien y de algo, especialmente de los más
necesitados.
Amigos,
¡qué maravilloso es convertirse en especialistas del cuidado y artistas de las
relaciones! Pero esto requiere, como todo en la vida, un entrenamiento
constante. Así que no se olviden de cuidarse primero a ustedes mismos, no tanto
del exterior, sino del interior, la parte más oculta y preciosa de ustedes.
¿Cuál es? El alma, el corazón. ¿Y cómo se hace para cuidar el corazón? Traten
de escucharlo en silencio, de encontrar espacios para estar en contacto con su
interioridad, para sentir el regalo que son, para acoger su propia existencia y
no dejar que se les escape de las manos. Que no les suceda ser «turistas de la
vida», que sólo la miran desde fuera, superficialmente. Y, en silencio,
siguiendo el ritmo de vuestro corazón, hablen con Dios. Háblenle de ustedes
mismos, y también de aquellos que encuentran cada día y que Él les da como
compañeros de viaje. Llévenle los rostros, las situaciones felices y dolorosas,
porque no hay oración sin relaciones, como tampoco hay alegría sin amor.
Y
el amor —ustedes lo saben— no es una telenovela o una película romántica. Amar es
preocuparse por el otro, cuidarlo, ofrecer el propio tiempo y los propios dones
a quien lo necesita, arriesgarse para hacer de la vida un regalo que genera
ulterior vida. Amigos, por favor, no se olviden nunca de una cosa: todos
ustedes —sin excluir a nadie— son un tesoro, un tesoro único y valioso. Por
eso, no encierren su vida en una caja fuerte, pensando que es mejor no hacer
ningún esfuerzo porque no ha llegado aún el momento de gastarla. Muchos de
ustedes están aquí de paso, por razones de trabajo y a menudo por un tiempo
determinado. Pero si vivimos con la mentalidad del turista, no aprovechamos el
momento presente y nos arriesgamos a desperdiciar trozos enteros de vida. Qué
hermoso es, en cambio, dejar ahora una buena huella en el camino, preocupándonos
por la comunidad, por los compañeros de clase, por los colegas de trabajo, por
la creación. Nos hace bien preguntárnoslo, ¿Qué huella estoy dejando ahora,
aquí donde vivo, en el lugar donde la Providencia me ha puesto?
2ª
Sembrar la fraternidad
Esta
es la primera invitación, la cultura del cuidado; si la hacemos nuestra,
contribuimos a que crezca la semilla de la fraternidad. Y esta es la segunda
invitación que quisiera hacerles: sembrar fraternidad. Me gustó lo que dijiste
Abdulla: «Es necesario ser campeones no sólo en el campo de juego, sino en la
vida». Campeones fuera del campo. Es verdad, ¡sean campeones de fraternidad,
fuera del campo! Este es el desafío de hoy para el triunfo de mañana, el
desafío de nuestras sociedades cada vez más globalizadas y multiculturales.
Miren,
todos los instrumentos y la tecnología que la modernidad nos da no bastan para
que el mundo sea pacífico y fraterno. Lo estamos viendo, en efecto, los vientos
de guerra no se aplacan con el progreso técnico. Constatamos con tristeza que
en muchas regiones las tensiones y las amenazas aumentan, y a veces los
conflictos estallan. Pero esto a menudo sucede porque no se trabaja el propio
corazón, porque se permite que en las relaciones con los demás las distancias
se agranden, y de este mismo modo las diferencias étnicas, culturales,
religiosas y de otro tipo se convierten en problemas y temores que aíslan, y no
en oportunidades para crecer juntos. Y cuando parecen ser más fuertes que la
fraternidad que nos une, se corre el riesgo del enfrentamiento.
A
ustedes jóvenes, que son más directos y capaces de establecer contactos y
amistades, superando los prejuicios y las barreras ideológicas, quiero
decirles: sean sembradores de fraternidad y serán cosechadores de futuro,
porque el mundo sólo tendrá futuro en la fraternidad. Es una invitación que
encuentro en el centro de mi fe. Dice la Biblia: «¿Cómo puede amar a Dios, a
quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que
hemos recibido de él: el que ama a Dios debe también amar a su hermano» (1 Jn
4,20-21). Sí, Jesús nos pide que no desvinculemos nunca el amor a Dios del amor
al prójimo, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10,29-37). De
todos, no sólo de quien me resulta simpático. Vivir como hermanos y hermanas es
la vocación universal confiada a toda criatura. Y ustedes, jóvenes —sobre todo
ustedes—, frente a la tendencia dominante de permanecer indiferentes y
mostrarse intolerantes con los demás, hasta el punto de avalar guerras y
conflictos, están llamados a «reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de
amistad social que no se quede en las palabras» (Fratelli tutti, 6). Las
palabras no son suficientes, se necesitan gestos concretos realizados en lo
cotidiano.
Hagámonos
algunas preguntas también aquí: ¿Soy abierto a los demás? ¿Soy amigo o amiga de
alguna persona que no forma parte de mi grupo de intereses, que tiene creencias
y costumbres diferentes de las mías? ¿Busco el encuentro o me quedo en lo mío?
El camino es el que nos ha señalado Nevin con pocas palabras: «crear buenas
relaciones», con todos.
En
ustedes, jóvenes, está vivo el deseo de viajar, de conocer nuevas tierras, de
superar los límites de los lugares habituales. Quisiera decirles: aprendan a
viajar también dentro de ustedes mismos, amplíen las fronteras interiores, para
que se desplomen los prejuicios sobre los demás, se reduzca el espacio de la
desconfianza, se derriben los muros del miedo, florezca la amistad fraterna.
También en esto déjense ayudar por la oración, que ensancha el corazón y que,
abriéndonos al encuentro con Dios, nos ayuda a ver en quién encontramos a un
hermano y una hermana. A este respecto, son hermosas las palabras de un profeta
que dice: «¿No nos ha creado un solo Dios? ¿Por qué nos traicionamos unos a
otros?» (Ml 2,10). Sociedades como esta, con una notable riqueza de fe,
tradiciones y lenguas diversas, pueden convertirse en «escuelas de
fraternidad». Aquí estamos a las puertas del gran y multiforme continente
asiático, al que un teólogo definió como «un continente de lenguas» (A. Pieris,
en Teología in Asia, Brescia 2006, 5); ¡sepan armonizarlas en la única lengua,
la lengua del amor, como verdaderos campeones de fraternidad!
3º
Tomar decisiones de vida
Quisiera
hacerles además una tercera invitación. Se refiere al desafío de tomar
decisiones en la vida. Ustedes lo saben bien, por la experiencia de cada día,
no existe una vida sin desafíos que afrontar. Y siempre, frente a un desafío,
como ante una encrucijada, es necesario elegir, involucrarse, arriesgarse, decidir.
Pero esto requiere una buena estrategia, no se puede improvisar viviendo sólo
por instinto y al instante. ¿Y cómo se hace para prepararse, para entrenar la
capacidad de decidir, la creatividad, la valentía, la perseverancia? ¿Cómo
afinar la mirada interior, aprender a juzgar las situaciones, a captar lo
esencial? Se trata de crecer en el arte de orientarse en las decisiones, de
tomar la dirección correcta. Por eso, la tercera invitación es hacer elecciones
en la vida, elecciones justas.
Todo
esto me vino a la mente pensando en las preguntas de Merina. Son interrogantes
que expresan justamente la necesidad de descubrir la dirección que hay que
tomar en la vida. —Por cómo dijo las cosas, ella muestra ser muy valiente— Y
puedo compartirles mi experiencia: era un adolescente como ustedes, como todos,
y mi vida era la vida normal de un joven. La adolescencia —lo sabemos— es un
camino, es una etapa de crecimiento, un periodo en el que nos asomamos a la
vida en sus aspectos a veces contradictorios, afrontando ciertos desafíos por
primera vez. Y bien, ¿cuál es mi consejo?: ¡sigan adelante sin miedo, y nunca
solos! Dos cosas, sigan adelante sin miedo y nunca solos. Dios nunca los deja
solos, pero, para darles una mano, espera que se la pidan. Él nos acompaña y nos
guía. No con prodigios y milagros, sino hablando delicadamente por medio de
nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos; y también a través de
nuestros profesores, nuestros amigos, nuestros padres y todas las personas que
quieren ayudarnos.
Es
necesario, entonces, aprender a distinguir su voz. La voz de Dios que nos
habla. ¿Cómo aprendemos esto? Como nos decías tú, Merina, por medio de la
oración silenciosa, el diálogo íntimo con Él, conservando en el corazón lo que
nos hace bien y nos da paz. La paz es un signo de la presencia de Dios. Esta
luz de Dios ilumina el laberinto de pensamientos, emociones y sentimientos en
el que a menudo nos movemos. El Señor desea iluminar sus inteligencias, sus
sentimientos más íntimos, las aspiraciones que tienen en el corazón, las
opiniones que maduran dentro de ustedes. Quiere ayudarlos a distinguir lo que
es esencial de lo que es superficial, lo que es bueno de lo que es malo para
ustedes y para los demás, lo que es justo de lo que genera injusticia y
desorden. Nada de lo que nos sucede le es ajeno a Dios, nada, pero con
frecuencia somos nosotros los que nos alejamos de Él, no le confiamos las
personas y las situaciones, nos cerramos en el miedo y la vergüenza. No,
alimentemos en la oración la certeza consoladora de que el Señor vela sobre
nosotros, que no duerme, sino que nos cuida siempre.
Amigos,
jóvenes, la aventura de las decisiones no la realizamos solos. Por eso,
permítanme decirles una última cosa: busquen siempre, antes que las opiniones
de internet, buenos consejeros en la vida, personas sabias y de confianza que
puedan orientarlos, ayudarlos. Pienso en los padres y en los maestros, pero
también en los ancianos, en los abuelos, y en un buen acompañante espiritual.
¡Cada uno de nosotros necesita ser acompañado en el camino de la vida! Repito
lo que les he dicho, ¡nunca solos! Necesitamos ser acompañados en el camino de
la vida.
Queridos
jóvenes, los necesitamos, necesitamos su creatividad, sus sueños y su valentía,
su simpatía y sus sonrisas, su alegría contagiosa y también esa pizca de locura
que ustedes saben llevar a cada situación, y que ayuda a salir del sopor de la
rutina y de los esquemas repetitivos en los que a veces encasillamos la vida.
Como Papa quiero decirles: la Iglesia está con ustedes y los necesita, a cada
uno de ustedes, para rejuvenecer, explorar nuevos senderos, experimentar nuevos
lenguajes, volverse más alegre y acogedora. ¡No pierdan nunca la valentía de
soñar y de vivir en grande! Aprópiense de la cultura del cuidado y difúndanla;
sean campeones de fraternidad; afronten los desafíos de la vida dejándose
orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros. Y, por
último, acuérdense de mí en sus oraciones. Yo haré lo mismo por ustedes; los
llevo en el corazón. ¡Gracias!
Publicado
por Zenit
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