Jueves de Cine | Juan Orellana
Avatar: el sentido del agua. «No hay nada más lindo
que la familia unida»
Esa famosa canción de Los Payasos de la Tele resume
el núcleo temático de esta segunda entrega de Avatar, que nos
llega 13 años después de la primera. En el idílico planeta de Pandora, la
familia Sully se ve obligada a huir a otras regiones del planeta al descubrir
que un grupo de marines buscan a Jake Sully para vengarse de su traición al
haberse pasado al bando na’vi, los habitantes originarios de Pandora.
Recordemos que, en la anterior entrega de la saga, los humanos viajaron a
Pandora para extraer un mineral que paliara el desastre energético del planeta
Tierra, con la natural oposición de los na’vi. Jake Sully era uno de estos
marines, que se integró en el mundo na´vi cuando se enamoró de Neytiri y
decidió defender los legítimos intereses ecológicos de los oriundos del lugar.
En su huida, la familia Sully, que ahora cuenta con varios hijos, no tiene más
remedio que integrarse en una comunidad de otra raza, liderada por el jefe
Tonowari.
Con enorme expectación ha llegado la película,
llamada a salvar la taquilla de este año. La segunda entrega de Avatar prometía avanzar en
la vanguardia tecnológica digital en la que se situó la primera. Menos
expectativas despertaba el probable argumento, del que se esperaban todos los
peajes ideológicos del momento y toda la corrección política de Disney, distribuidora
del filme. Pero lo cierto es que esto último no ha sido así, y nos hemos
encontrado con una cinta que fundamentalmente elogia a la familia, dando un
especial relieve a la figura paterna, eclipsada en tantas películas del siglo
XXI. También nos habla de las relaciones fraternas, de la adolescencia rebelde
y de cómo la gestionan pacientemente los progenitores. Incluso en la trama del
personaje de Spider, que tiene ecos de Star Wars, se pone
en valor lo indeleble de la relación paternofilial.
La cinta también afronta la cuestión de la
inmigración y la difícil pero posible acogida del otro. La familia Sully se
convierte en familia migrante, que tiene que integrarse en una cultura
diferente con unas costumbres distintas. La integración no será un camino de
rosas, pero se conseguirá con el mutuo esfuerzo.
Por supuesto, todo ello viene envuelto en un
ecologismo radical, en el que los malos son los hombres y los animales gozan de
sentimientos e inteligencia parejos a los de los seres humanos. Si en la primera
entrega tenía un protagonismo especial el bosque como ecosistema, en esta lo
tiene el mundo oceánico.
Desde el punto de vista técnico nos encontramos
ante el clásico dilema de si ver la película en 3D con gafas o en 2D
tradicional. La película es más luminosa y, en cierto modo, más realista —por
ejemplo, en los movimientos rápidos— en 2D, pero ciertas secuencias resultan
más subyugadoras en 3D. Queda a gusto del consumidor. En cualquier caso estamos
ante una película entretenida, con valores positivos y técnicamente memorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...