Vida Humana | Xavier Pikaza
Santas inocentes: Si es
niño, acógelo; si es niña, déjala morir
Santos
inocentes, niños “peligrosos.
Según la
Biblia, la historia de Israel comienza en Egipto, donde los hebreos se
multiplican más que los egipcios, de forma que el faraón tiene miedo de
que un día sean mayoría. Por eso (cf. Ex. 1) manda matar a todos los niños
hebreos), para que no crezcan y un día maten a los egipcios. Las niñas
hebreas, en cambio, pueden vivir porque serán "educadas" para servir
como carne de sexo y trabajo a los amos egipcios. Es una historia
terrible, pero su lógica de muerte “comprensible” y muy actual este año
2022.
Lo más duro es
que la Biblia sigue diciendo que el Dios de Israel se enoja y se venga, matando
a todos los primogénitos de los Egipcios, como castigo por su maldad, el día de
la pascua y venganza de los "buenos" (Ex 11). Este es un Dios de
talión (ojo por ojo, niño por niño, muerte por muerte), terrible historia.
También los primogénitos egipcios recién nacidos eran inocentes. Las niñas
pueden vivir, pero como esclavas de sexo y servicio.
Más duro y
terrible es todavía el texto del Salmo 137, el más melancólico, “hermoso y
pecador” de los salmos de la Biblia: “Junto a los canales de Babilonia…”.
Cantando su
tristeza, con las cítaras colgadas de los sauces, los israelitas exilados
derrotados y cautivos la maldición contra los niños babilonios, inocentes:
“Babilonia criminal: Dichoso el que agarre y estrelle a tus hijos contra
las rocas” (Sal 137, 9). Estos niños babilonios, varones o mujeres son
inocentes, pero la Biblia quiere matarles.
La niña
inocente de Oxirrinco
En Oxirrinco
(Egipto), a mediados del siglo XIX, estaban empleando las basuras del
antiquísimo vertedero (del siglo I al VI) d.C. como abono. Pasaron por
allí don ingleses como los de antes, sacaron la cartera y ofrecieron mucho
dinero por esa basura a los nativos, pues vieron que contenía cientos de trozos
de papiro, que estaban destruyéndose.
Pagaron,
compraron, tomaron barcos y llevaron la basura hasta Inglaterra, donde se sigue conservando en
grandes habitaciones de Oxford, sin que haya terminado de limpiarse,
clasificarse y estudiarse todavía.
Pues bien,
entre aquellas basuras de papiro, limpiados ya y clasificados, hay una carta
que nos emociona y nos hace llorar. que sigue emocionando a quienes lo
leemos. La escribe un habitante del lugar que se ha ido a trabajar
por un tiempo a Alejandría, dejando encinta a su mujer (Papiro Oxirrinco
744).
Es la carta de
un marido y un padre angustiado. un trabajador que ha tenido que marcharse a la
inmensa ciudad, fechada 17 de junio de I a. C. (más o menos por la
fecha de los inocentes Belén: Mt2:16-18) y dice así:
Saludos de
Hilarión a su querida Alis, y a sus queridos Berous y Apolinarion. Seguimos en
Alejandría. Debes saber que todavía nos hallamos en Alejandría. No te inquietes
si todos los demás regresan y yo me quedo. Te ruego que cuides bien de la
criatura. En cuanto nos paguen te mandaré algo de dinero. Cuando, si Dios
quiere, des a luz, si es un niño quédatelo; pero si es niña deshazte de ella.
Me has mandado decir por Afrodisias: «¡No me olvides!». ¿Cómo podría olvidarte?
Así pues, te ruego que no te preocupes. (https://reader.digitalbooks.pro/content/preview/books/77173/book/OPS/Capitulo_2_Los_hijos_y_la_educacion_0004_0000.htm Cf.
también https://domus-romana.blogspot.com/2015/09/puer-et-puella-la-ninez-en-la-epoca-de.html).
Es una carta
que emociona… Pero es durísima. El padre tenía el poder sobre la vida y muerte
de sus hijos. Si les
acogía vivían. Si les “exponía” morían. El hijo no era persona hasta que el
padre le reconocía. Si el niño de Alis era niña estaba condenada a la
muerte…Santa inocente.
Las santas
inocentes.
En el centro
de Navidad ha situado la Iglesia la memoria de los Inocentes, unos niños/niñas
que, según Mt 2 murieron a causa de Jesús. Actualmente, en diversos
países de cultura hispana, los inocentes de este día (28 del XII) suelen
tomarse como personas ingenuas, a las que se pueden gastar bromas. En diversos
países, los , los inocentes de este día (28 del XII) suelen tomarse como
personas ingenuas, a las que se pueden gastar bromas.
Pero Mateo les
presenta como niños asesinados, víctimas de una sociedad (de un rey) que para
mantenerse en el poder mata a los niños (en este caso a los varones). Ellos aparecen así, como el último
eslabón de una cadena de violencia y terror del sistema organizado. Ellos,
víctimas irracionales de la racionalidad política del sistema, han de estar en
el centro de nuestra Navidad… Hoy prefiero hablar de Santas Inocentes, pues, en
general, han sido más las niñas inocentes asesinadas, violadas, martirizadas por
una sociedad violenta.
He querido
evocar el tema con la imagen de familia de «Los santos inocentes» de Mario
Camus (1984). Vi su película en Roma, el año 1985, en un cine de
barrio/barrio, con unos amigos de Calabria. Al llegar el momento
culminante, mis amigos, y después todo el cine, se levantaros y aplaudieron,
celebrando el triunfo de los inocentes. Les dije «pero eso es la
España antigua, no Italia»… Me contestaron: «eso ha sido Calabria, eso es el
mundo». El inocente de M. Camus logró matar a su verdugo y los italianos se
alegraron. Pero la inmensa mayoría de los inocentes de este mundo siguen
muriendo, como los de Belén. A ellos, niños inocentes, niñas inocentes dedico,
casi temblando, mi blog navideño, en esperanza y solidaridad
El texto de
los inocentes (Mt 2)
Según el texto
(Mt 2) los Magos de Oriente han venido buscando a Jesús, Rey de los judíos, y
le han ofrecido sus dones en Belén, ciudad de las promesas, marchando otra vez
a sus tierras, sin dar cuanta al rey Herodes de aquello que han visto.
Entonces, el rey, sobresaltado y lleno de miedo, temiendo la llegada de un
competidor regio, mandó mandado matar a los niños de la ciudad:
Herodes, al
verse burlado por los magos, se enojó sobremanera y mandó matar a todos los
niños varones en Belén y en todos sus alrededores, de dos años de edad para
abajo, conforme al tiempo que había averiguado de los magos. Entonces se
cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías, diciendo: Voz fue oída en
Ramá; grande llanto y lamentación. Raquel lloraba por sus hijos, y no quería
ser consolada, porque perecieron (Mt 2, 16-18).
Este pasaje y
todo el capítulo segundo de Mateo (Mt 2), con la adoración de los pastores, la
huida a Egipto y la vuelta a Galilea, puede entenderse como un midrash
edificante, que interpreta la infancia de Jesús con motivos que recuerdan la
infancia de Moisés (Ex 1-2) y el conjunto del libro del Éxodo.
Mateo no
cuenta aquí un hecho concreto de la infancia de Jesús (que no nació en Belén,
sino en Nazareth, como decíamos ayer), sino algo mucho más inquietante y
universal: Los reyes y estados de este mundo, para mantener su poder (por
cuestiones de «seguridad nacional»), han matado y siguen matando a los más
inocentes.
Desde esa
perspectiva, este relato no cuenta algo que pasó sólo una vez, en tiempos del
mal Herodes, algo que ahora no sucede, sino algo totalmente contrario: Mateo 2,
con el relato de la muerte de los inocentes, está contando nuestra historia, de
occidentales y capitalista, que vivimos y crecemos (reinamos) dejando morir o
matando a los niños de otras partes del mundo, porque pensamos (o dejamos que
los políticos y los economistas piensen) que, si esos niños de Belén (del mundo
entero) crecieran y triunfaran, serían una amenaza para nuestro bienestar.
Herodes no es un rey que pasó. Nuestra misma sociedad ha sido y sigue se
ha vuelto Herodes: sigue viviendo de la muerte de los inocentes. La muerte de
millones de niños ha venido convertirse en garantía de nuestra prosperidad de
reyes del mundo (de tiranos).
De esa forma,
el evangelio de Mateo ha trazado, en el entorno del nacimiento y la infancia de
Jesús, una de las “historias” más lúcidas sobre la violencia humana. Sin duda, en el fondo del relato
hay un recuerdo de la historia de Herodes que, en los últimos años de su vida,
enfermo de terrores, mandó matar a casi todos aquellos niños o mayores (en
especial de su familia) que podían alzar algún tipo de amenaza en contra de su
Trono. Pero Herodes no fue una excepción: el evangelio sabe que, para
mantenerse en el poder, los tiranos e imperios de este han mandado matar a sus
opositores (incluso a los niños).
Por mantener
su reino, Herodes debe matar a sus posibles competidores, es decir, a todos los
niños de Belén y de su entorno, suscitando así el llanto sin remedio de
Raquel, la madre del viejo José, patriarca israelita (cf. Mt 2, 16-18). Mateo evoca de
esa forma una historia bien conocida, que Flavio Josefo ha contado al detalle.
Para liberarse de sus opositores, Herodes, de manera que se decía que era
preferible ser un cerdo (hys) en su caso que un hijo (huíos), porque un cerdo
podía librarse más fácilmente de la muerte que un hijo.
Esta es la
tragedia que el evangelio han evocado escuchando en el entorno de Belén el
lamento de la Madre Raquel que
llora a sus hijos muertos. Entre esos niños muertos ha nacido Jesús. Ellos han
sido sus primeros testigos, los primeros «santos» de su evangelio, «santos
inocentes», millones y millones que mueren en el mundo como víctimas de la
violencia política, social e, incluso, religiosa.
Herodes quiso
matar a todos los niños “inocentes”, pero no logró matar a Jesús, el verdadero
Mesías. Este hecho plantea una pregunta durísima a la historia de los hombres:
¿Por qué mueren los inocentes? ¿Por qué se salvó entonces Jesús?
Ampliación: Belén
es todo el mundo
En sentido
etimológico, inocente (in-noccens) es el que no puede dañar (nocere) a los
demás. Esa palabra no evoca, por tanto, una virtud moral, un tipo de piedad
personal, sino una condición humana.
Inocentes son
que no pueden hacer daño,
sea por edad (niños), por condición mental (enajenados, locos) o por opresión
social (los marginados y explotados: los condenados a trabajos formados, muchas
prostitutas y pobres). En ese aspecto, la inocencia es un tipo de impotencia.
En casi todos
los códigos morales de los pueblos antiguos se traza el mandamiento supremo de
“no dañar” a los inocentes, es decir, a los que no pueden dañar a los demás.
Así recoge la Biblia en sus textos más antiguos (del Éxodo y del Deuteronomio)
una ley que protege a los niños, viudas y extranjeros, protegiendo también, y
defendiendo, a los ciegos y cojos, a los locos enfermos. A pesar de
eso, desde los tiempos más antiguos, la humanidad triunfante ha elevado su
poder matando a los inocentes.
El tema y
sentido (sin-sentido) de la muerte de los inocentes constituye uno de los
enigmas siniestros de la humanidad y así lo han recogido algunos de los textos
fundamentales de la Biblia (por seguir en la línea de la cultura
israelita). El “siervo de Dios” del Segundo Isaías (Is 41-55) es
un inocente al que se mata precisamente por serlo, por ser partidario de la paz
y no violencia. También resulta impresionante el relato de la
persecución y muerte de los inocentes del libro de la Sabiduría (Sab 2).
En ese
contexto se inscribe la muerte de los inocentes de Belén, que mueren en lugar
de Jesús y con Jesús. Ciertamente, Jesús también era inocente y así subió a
Jerusalén sin armas, siendo condenado a muerte como “políticamente peligroso”.
Pero, a los
ojos de sacerdotes y soldados de Roma, Jesús representaba un peligro, pues
había proclamado un mensaje lleno de amenazas y podía “suscitar una revuelta”
en el pueblo. Por eso, su muerte se entiende más fácilmente. Pero ¿estos
niños? Ciertamente, los niños de Belén de Mt 2 son inocentes, pero a
los ojos del tirano de turno o del sistema ellos pueden acabar siendo un
peligro, lo mismo que los niños hebreos de Egipto a quienes mandaba matar
el faraón (según Ex 1-2) para que no crecieran, para que no pudieran ser un día
una amenaza para el orden de Egipto. También Herodes mata a los niños porque
pueden crecer y elevar una pretensión “regia” en contra de él.
Aplicación.
Los inocentes actuales
Según la
visión de Mt 2, Jesús no ha muerto aislado, sino que con él (y en el fondo por
él) han muerto y siguen muriendo los “santos inocentes”. Ellos son las
verdaderas víctimas que sostienen este mundo. Será bueno que en esta Navidad
hagamos una lista de inocentes, es decir, de personas que no pueden dañar y
que, sin embargo, de un modo o de otro, terminan siendo víctimas del sistema.
Voy a evocar algunos casos, sin ofrecer, en modo alguno, una lista completa,
limitándome a los niños:
Los que mueren
(son matados) antes de nacer o después de nacer, como la niña de la carta de
Oxirrinco. No es
fácil saber cuándo empieza a existir un nuevo ser humano, en el vientre de su
madre. Sea cual fuere ese momento (en la concepción, a las primeras semanas, a
los tres meses…), hay un momento en que el “embrión” es ser humano y matarle es
matar a un inocente (con Jesús).
En esta lista
de inocentes entran los abortados, niños abandonados por su familia, niños de la
calle, en los suburbios de las grandes ciudades del tercer mundo, víctimas de
la desintegración familiar y de la pobreza, dentro de un mundo que no ofrece
lugar para ellos.
Los niños
carentes de cariño… Niños
que son víctimas de una sociedad que no tiene tiempo para ellos, tiempo de
familia, de cercanía personal, de cuidado directo… No hace falta matar, como se
dice que hizo Herodes. Basta con introducir a los niños en nuestras
neurosis de mayores para que ellos nazcan y crezcan en un clima de violencia e
inseguridad que después condenamos en ellos
Los niños que
mueren de hambre, en manos
de madres o padres impotentes, dentro de un mundo donde el exceso de alimentos
y riqueza de algunos, condena a la muerte de hambre a millones de niños cada
año.
Los niños de
la guerra, directamente
asesinados, abandonados, perdidos. Miles y miles de niños, millones de
inocentes, víctimas de la prepotencia del poder de los nuevos Herodes…
Ciertamente, muchos políticos dirán que son simples “daños colaterales”. Para
el evangelio, ellos son el centro de la historia, compañeros de Jesús.
Los niños,
víctimas colaterales…
Muchos
políticos y economistas dirán que los niños son «víctimas colaterales»; dirán,
incluso, que están dispuestos a construir bombas inteligentes que no maten a
los niños, sistemas económicos que respeten a los niños… Pero todo eso son mentiras. Donde se
extiende la violencia y la opresión las primeras víctimas son los niños (y las
mujeres).
Los niños del
tráfico sexual, niños y niñas, condenados al comercio de las organizaciones
mafiosas y al
turbio placer de los pedófilos de cualquier signo. Ellos, los niños violentados
de un modo sexual, ofrecen en la actualidad uno de los rostros negativos más
hirientes de la Navidad. Ellos, son los niños y niñas de Jesús
¿Otros niños
inocentes condenados o asesinados….?. Dejo la lista abierta. Hoy podía ser un
día de reflexión sobre todos los niños y niñas que sufren con Jesús: la santa
inocencia de Cristo…
Dos preguntas,
dos caminos
Quiero empezar
diciendo de antemano que no tenemos respuesta: no sabemos por qué hay
sufrimiento; no sabemos tampoco por qué la violencia se extiende de esa forma a
los niños inocentes. ¿Por qué ha permitido y permite Dios todo esto? ¿Por qué
se ha salvado Jesús y han muerto por él los inocentes de Belén? No tengo
respuestas, pero puedo y quiero evocar dos caminos:
1.
Dios
se ha “arriesgado a crear este mundo” y por eso debe tener un sentido, a pesar
del sufrimiento de los inocentes. De todas maneras, las preguntas de
Dostoievsky (diálogo de El Gran Inquisidor, de los Hermanos Karamazov) y las
protestas de Albert Camus (La Peste) siguen estando ahí, sin respuesta teórica.
Tampoco tiene respuestas teóricas la muerte de los niños inocentes judíos en la
masacre del Holocausto.
2.
Jesús,
que parece haber empezado librándose de la muerte en Belén, ha muerto por todos
y con todos. Según
este evangelio (y conforme a la liturgia de la iglesia católica) todos los
niños y los inocentes del mundo (muertos en su inocencia, asesinados o no), son
“santos”: participan de la vida de Jesús. Carece de sentido “canonizar” a un
niño inocente, sería un sarcasmo. El niño (el inocente) es santo porque hay
Cristo y porque Cristo ha muerte con todos, por todos… más aún, porque los
inocentes han muerto (en Belén) y siguen muriendo en todo el mundo “por
Cristo”.
Con esto no
respondo, pero dejo abierto un camino en el que puede y debe incluirse el tema
de todas las “víctimas” (niños o mayores), a la luz del evangelio. Desde el
principio de su historia, Jesús aparece asi, en Mt 2, desde la perspectiva de
las víctimas. Pero con esto entramos en un tema que hoy dejamos simplemente
evocado. Con esto termina el tema. Lo que sigue es un excursus para curiosos.
Excurso devoto.
Los inocentes (desamparados) de Valencia
Como he dicho
al principio, para mi abuela (y para otros muchos cristianos antiguos)
inocentes era ante todo los locos, privilegiados de Dios y con los locos otros
desamparados, víctimas de la sociedad. El mayor de todos los pecados
era dañar a los locos, oprimir a los indefensos. Desde ese fondo
quiero evocar la historia de los inocentes de Valencia.
Por
inspiración de un sermón que P. Juan Gilabert, un misionero y redentor
mercedario, pronuncio el dia 19 de febrero de 1409, después de haber visto
como unos jóvenes herían y humillaban a nos «inocentros» (locos) la ciudad
de Valencia fundó un hospital para acoger y cuidad inocentes y desamparados (el
primer sanatorio psiquiátrico de Europa). Así dice el acta fundacional:
“Hay en
esta ciudad muchas obras piadosas, caritativas y de gran provecho para los
pobres; pero falta una que es de suma necesidad: es decir, un Hospital o Casa
en donde los pobres inocentes y enajenados fuesen acogidos. Pues muchos pobres
inocentes van por esta ciudad pasando grandes necesidades de hambre, frío y
malos tratamientos; por tal razón y como por su estado no saben ganar ni pedir
lo que necesitan para el sustento, duermen por las calles y perecen de hambre y
de frío. Y hay personas tan sin Dios ni conciencia que los maltratan y ofenden
y especialmente si los encuentran dormidos los hieren, matan algunos y si son
mujeres inocentes sucede que abusan de ellas. Asimismo, los pobres locos
andando por la ciudad dañan a muchas personas y esto lo conoce bien toda la
ciudad. Por lo cual sería muy santo y muy bueno que en Valencia se hiciese una
habitación y Hospital en el cual los dichos locos inocentes estuviesen
recogidos, de modo que no tuviesen que andar por la ciudad haciendo y
recibiendo daño. Llibre de Constitutiones… en favor del Espital de Valencia,
fol 1).
En este
contexto, el P. Gilabert y los valencianos de aquel tiempo, pusieron de
relieve la relación entre los inocentes y los “locos”.
–
Los locos son inocentes y como tales no pueden hacer daño voluntario. No son
endemoniados en el sentido de malditos; no son abandonados de Dios, ni
perversos. El P. Gilabert les ha visto antes que nada como enfermos y
oprimidos, necesitados del cuidado de los otros. – Los locos son necesitados en
plano laboral, pues no pueden ganar (trabajar) ni pedir de un modo organizado.
Eso significa que son los últimos de la sociedad: vienen después de los mismos
mendicantes o pobres que están necesitados pero, al menos, saben hablar y
pedir, buscando un sustento. Los locos no poseen ni siquiera la palabra para
reivindicar sus derechos. – Los locos son necesitados en plano familiar: el
texto supone que no tienen hogar, familia que les acoja, casa donde puedan cobijarse,
al abrigo de las inclemencias del tiempo (frío) y de la violencia de los
pretendidos sanos.
Estos locos no
son inocentes en sentido moral, son simplemente necesitados, como los
expulsados sociales, como los emigrantes sin familia, como los niños abandonados
de la actualidad. Ellos
los “desamparats”, sin familia, son la familia de Cristo, hoy como entonces´.
Precisamente estos locos, incapaces de libertad y responsabilidad, hombres y
mujeres que no tienen ni siquiera la conciencia de su propia padecimiento personal, estos «inocentes» son a los ojos del
P. Gilabert los representantes de Dios y han de ser los privilegiados de la
sociedad. La misma existencia de estos inocentes abre una especie de juicio de
Dios en el centro de la sociedad y ciudad de Valencia (en medio de la iglesia,
en el centro del mundo). Ellos son para los buenos valencianos del 1409 el
verdadero sacramento de Dios, la señal de su presencia. Ellos tienen como signo
y patrona a la Virgen de los Desamparats…., que no mata a la niña
(no la expone a la muerte, aunque lo mande el marido o el jefe, sino que le
acoge en su amor.
En este
contexto se sitúan las tres reacciones de la ciudad de Valencia ante
los “desamparats” el año 1409/1410 (y el 2022).
(1) La primera
reacción es el miedo: es arriesgado encontrarse con un loco por la calle pues
los locos, andando libres por la ciudad, pueden dañar a muchas personas.
Tenemos miedo de los que no son de “buena familia”, de los emigrantes, de los
rechazados sociales.
(2) El mismo
miedo se puede convertir sadismo y violencia: hay personas tan malvadas y sin
Dios que se atreven a herir, violar o matar a los dementes. A los ojos del P.
Gilabert, este era (y sigue siendo) la suma perversión del ser humano: aprovecharse
de los débiles para maltratarles o ignorarles.
(3) La
respuesta cristiana, trazada con toda nitidez por el P. Gilabert, es la de una
caridad sensible, responsable, creadora: acoger a los locos y desamparados y
darles un lugar de «habitación» humana, una casa de “cura”, una familia, un
trabajo.
Conclusión
He querido
citar el ejemplo de Valencia en el año 1409…, con la construcción de un
hospital para los «inocentes» ¿Qué podemos hacer hoy? ¿Qué tipo de cambios
habrá que realizar para que dejen de morir los niños inocentes, para que dejen
de sufrir los inocentes? Evidentemente, debe cambiar un tipo de sistema social,
económico, familiar o político que deja morir o mata a los inocentes, a los
santos o santas inocentes.
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