Reflexión | Fernando Vidal/VN
La gran división
Los
posicionamientos sobre asuntos relacionados con familia y vida se forman
durante años en ciclos largos que tienen que ver con visiones
antropológicas, sensibilidades y prevenciones que solo cambian en la frecuencia
de la onda larga.
Independientemente
de la necesaria intervención en onda corta en el ámbito legislativo, político o
profesional, lo que nos toca en relación a problemas como el aborto, la
eutanasia, el sexo o el matrimonio, es sembrar y cultivar las
condiciones que hagan posible la transformación.
Una
parte sustancial del problema se origina en una división social y eclesial. Las
últimas décadas una parte sustancial de la Iglesia se ha sentido excluida y se
ha desconectado. Ha habido una praxis eclesial que ha ido estigmatizando o
expulsando sensibilidades próximas a preferencias políticas de izquierda. Ahí
se encuentra la mayor parte del catolicismo no practicante, más de dos tercios
de la comunidad católica.
Diálogo
y reconciliación
Al
haber menos católicos practicantes de izquierdas, esos partidos se han
descristianizado: se ha perdido a la multitud que combinaba una ideología
de izquierdas y su pertenencia eclesial. Al consumarse esa separación, se
ha cortado la contribución cristiana a los partidos, se ha perdido la
transversalidad humanista que proporcionaban los cristianos en todos los
partidos y estas instituciones políticas son manejadas por sectores más ajenos.
Los cristianos en esos partidos se sienten personas sin hogar eclesial,
pierden referencias y tienen más difícil poner en comunicación la enseñanza
eclesial con las acciones y programas políticos.
Para
cambiar la onda larga de los grandes problemas, necesitamos una respuesta
sinodal a esta división intraeclesial. La primera necesidad es reconciliar esas
exclusiones sistemáticas y reintegrar. Solo eso hará posible un diálogo que en
este momento la Iglesia anhela y que no sabe cómo hacer. Es
un problema de comunión.
Publicado por Vida Nueva
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