Jueves de Cine | Juan Orellana
Tár. La directora de orquesta no dirige su vida
Lydia Tár es una famosa directora de orquesta que
ha conseguido plaza en la Filarmónica de Berlín y que se dispone a grabar la
que se espera que pueda ser la versión definitiva de la Sinfonía n.º 5 de Mahler. A medida que avanzan los preparativos
y los ensayos, cuestiones personales y profesionales van haciendo aparecer
nubarrones en su brillante horizonte, anunciando una tormenta sin precedentes.
Acompañada de una buena acogida por la crítica
internacional nos llega esta película de Todd Field, cuya actriz
protagonista, Cate Blanchett, se
ha llevado el Globo de Oro a la mejor interpretación. Pero en la película no es
oro todo lo que reluce. Indudablemente, la actuación de Blanchett es
portentosa, quizá la mejor de su carrera. Y la dirección del filme es
francamente brillante. Pero es el guion el que padece serias deficiencias. La
primera es que no está claro qué nos quiere contar: ¿el ascenso al monte Olimpo
y posterior descenso a los infiernos de una mujer pagada de sí misma? ¿Los
fantasmas y el lado oscuro del mundo profesional de la música de élite? ¿Los
lastres afectivos de una mujer homosexual que va dejando cadáveres
sentimentales por el camino? Esta falta de claridad tiene una primera
consecuencia fatal: el espectador no sabe si odiar o amar al personaje. Y esto
implica una falta de empatía que nos vacía de emociones. La película se sigue
bien porque los discursos musicológicos son interesantes, la puesta en escena
cautivadora y Blanchett, una vez más, deslumbrante, pero no porque nos hayamos
identificado con ella y nos afecte lo que le suceda.
Por otra parte, la cuestión de su lesbianismo, su
maternidad adoptiva y la relación con su pareja —violinista de su orquesta—,
más allá de que responda a un peaje de cuotas o no, abre unos campos de batalla
que solo siembran confusión en el desarrollo dramático de la obra. Por ejemplo,
la relación de Lydia con su hija adoptiva podría haber sido una trama
vertebral, y no es más que un boceto que acaba en la basura y que nos deja
completamente insatisfechos. En la misma línea, no sabemos si las relaciones de
Lydia con su asistente, Francesca (Noémie Merlant), con la violonchelista Olga
(Sophie Kauer) o con su exalumna Krista están motivadas únicamente por
criterios profesionales o tienen detrás camufladas razones afectivas.
Sin duda, el aspecto musical de la película es su
gran valor. Las escenas de ensayos y clases, las conversaciones sobre Mahler, las
discusiones acerca de Bach, los discursos de Lydia sobre las intenciones del
compositor… son sugerentes, interesantes y, en el caso de las imágenes,
cautivadoras y bellas. Pero este deslumbramiento afea aún más un guion tan
impreciso como impostado. Quizás el problema de fondo es que Todd Field ha
querido hacer una película muy intelectual, de artificioso diseño ideológico,
pretendidamente culta, y ha impedido que sus personajes tuvieran vida propia,
que fueran creíbles, amables, emocionantes; en definitiva, de carne y hueso.
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