Cultura y Vida | Maica Rivera
¿Quiénes serán los androides?
En pleno frenesí con los temas de inteligencia
artificial, celebramos los nuevos bríos para este long seller de
Rialp. Que el futuro de Blade Runner ya
no resulta tan lejano como se podía pensar el día de su estreno es cada vez más
evidente, así que volvemos a este breve estudio para recordar esos temas importantes
sobre los que nos hace reflexionar la película (Ridley Scott, 1982) en términos
de tecnología y ética, de humanismo y humanidad (en peligro). Juan José Muñoz
García sintetiza las claves del clásico que, como hito incontestable de la
ciencia-ficción, tiene vocación anticipatoria.
La trama del filme es de sobra conocida, pero la
refrescamos de la mano del autor para ponernos en situación: Los Ángeles, 2019.
Un grupo de replicantes Nexus 6, androides con aspecto humano creados por la
Tyrell Corporation para desempeñar duras y arriesgadas tareas en las colonias
del espacio exterior, huyen tras asesinar a varias personas. Su destino es
llegar a la Tierra para buscar al ingeniero que les creó y pedirle que
prolongue su vida, limitada a cuatro años. Pero un agente de la brigada Blade
Runner, Rick Deckard (Harrison Ford), deberá capturarlos y retirarlos, pues se
consideran individuos ilegales y peligrosos, y este policía se empleará a fondo
a ello sin sospechar que la persecución tendrá consecuencias imprevisibles para
su propia existencia.
Lo que revela la obra maestra, desde esta atmósfera
retrofuturista, es algo simple y, a la vez, muy complejo, a lo que podríamos
estar avanzando (¿retrocediendo?) a pasos agigantados: una sociedad
deshumanizada que no ve más allá de su tecnología, de la que abusa de forma
despiadada sobre la naturaleza del hombre. La ironía es que sea en los
replicantes donde veamos «las cualidades genuinamente personales que los
auténticos hombres han olvidado o perdido: conciencia muy desarrollada y gran
sentido moral —sobre todo en el caso de Rachael, (Sean Young)—, afán de
relaciones familiares, deseo de inmortalidad y búsqueda de su creador». Es así
como Muñoz García nos anima a profundizar mucho más lejos del impacto visual de
la cinta mediante una «contemplación silenciosa y creativa, algo poco frecuente
en nuestros días, pero esencial para la persona». No olvidemos que la peculiar
estética sirve, ante todo, de «escenario para una protesta contra el abuso de
la ciencia sobre las personas y el medio ambiente». Y frente a la violencia
técnica y tecnológica que denuncia, Blade Runner contrapone
el amor como «afirmación ontológica radical del ser humano». Este ensayo nos
invita a observar cómo «los replicantes liberan al humano de la superficialidad
intelectual de la sociedad posmoderna, hiperconsumista e hiperhedonista que
habita, le obligan a pensar en el sentido de la vida».
En el careo entre hombres y androides, para
calibrar el grado de humanidad de ambos, el ojo es un símbolo central, en
muchos planos detalle, sobre todo los del test Voight-Kampff que controla la
dilatación de la pupila con objeto de detectar replicantes. Sin embargo, el
fracaso del test de empatía como concepto en sí mismo resulta estrepitoso,
atendiendo a la secuencia más famosa, de tintes absolutamente trascendentales
(remiten al espectador al misterio más allá de sí mismo), en la que «Roy Batty
(Rutger Hauer) demuestra piedad al salvar a su perseguidor, Rick Deckard, y
cumple así, a la perfección, la consigna con la que fue creado es más humano
que el humano».
Sobre el polémico happy end, Muñoz
García hace una razonable argumentación para interpretar la huida de Rachael y
Deckard hacia el horizonte de un paisaje soleado e idílico como una promesa de
futuro, de esperanza de nuevo mundo y de encuentro con Dios.
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