Reflexión | P. José Pastor Ramírez/LD
Explotación infantil
El
12 de abril de cada año se recuerda el Día Internacional de los Niños de la
Calle. Muchos de ellos soportan diariamente la dura realidad de la calle y las
inseguridades que esto implica para su salud: física, psicológica y espiritual.
Se
impone incrementar el compromiso mancomunado de líderes, gobiernos,
instituciones, entes públicos y privados y la sociedad en general para
transformar esta dura realidad en esperanza de vida. Los infantes tienen
derecho a que se les preserve la vida, a recibir educación de calidad, a una
alimentación sana, a que se les resguarde su identidad, a expresarse mediante
el juego y a disfrutar de los beneficios protectores de una familia.
El
atropello de tales derechos promueve la delincuencia infantojuvenil, el
alcoholismo, la drogadicción, la deserción escolar, la corrupción y la
prostitución.
El
16 de abril es, además, el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil que
se visibiliza en la sociedad dominicana, latinoamericana y mundial como:
trabajo forzado, trata infantil, esclavitud doméstica, matrimonios forzados,
reclutamiento militar y explotación sexual. En cualquier familia, grupo social
o país se verifican estos contextos. Por tales motivos, se ha de supervisar,
acompañar y, sobre todo, escuchar a los niños para identificar y erradicar esta
servidumbre del grupo más vulnerable de la sociedad.
Lo señalado se comprueba en la persona, la familia y la sociedad como: desequilibrio mental, deterioro del sistema familiar, promiscuidad sexual, muertes prematuras a causa de los conflictos callejeros, pérdida de los valores: humanos, religiosos, éticos y morales.
Regularmente,
somos víctimas de agresiones de delincuentes juveniles y solo castigamos y
maltratamos al infractor, pero detrás de estos malhechores hay muchas personas
e instituciones que no estuvieron presentes, en su momento, y que hoy nos
lavamos las manos.
Como
sociedad hemos generado diversos tipos de delincuentes juveniles. Entre otros:
el insolente con un patrón de conducta forjado por un trastorno de la función
socializadora y educativa del vínculo paterno o materno. Estos se muestran:
impetuoso, de pobre autoestima, con deficiente o ninguna inteligencia
intrapersonal e interpersonal; además, pobrísima gestión de la inteligencia
emocional y, por supuesto, ausencia, casi total, de la inteligencia espiritual.
Su
violencia no es motivada ni planificada, es, más bien impulsiva e instrumental;
porque por lo general, hacen todo bajo los efectos de las drogas o del alcohol,
por ejemplo: los delitos menores contra la propiedad, hurtos en viviendas, en
el comercio, robos de vehículos; estafas e irrespeto de las normativas
sociales. Presentan una seria dificultad para reconocer necesidades y
sentimientos en los demás.
Publicado
por Listín Diario
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