Testigos de la Fe | Antonino Iorio
Una justicia que nace de
la fe, la beatificación de los mártires de la UCA de El Salvador
Los seis jesuitas y dos mujeres,
asesinados por los militares en 1989 en el país centroamericano, forman parte
del gran sacrificio pagado por la Iglesia salvadoreña sólo en los últimos
cincuenta años.
“La historia debe revertirse
desde los pobres y oprimidos, porque son las verdaderas y únicas víctimas de la
historia. Son los ninguneados, los invisibilizados, los marginados, los
excluidos de la sociedad; y, sin embargo, son los que representan a
Cristo". Así se expresó Monseñor José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San
Salvador, el día en que anunció el inicio del proceso de beatificación de los
mártires de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (también conocida
como UCA), parte de un nutrido grupo de víctimas inocentes de la última guerra
civil que ensangrentó la República de El Salvador hasta 1992, cobrándose no
menos de 70.000 vidas. La noche del 16 de noviembre de 1989, un grupo de
soldados del batallón Atlácatl asaltó la Universidad Jesuita Centroamericana en
la capital del país, asesinando al rector, el filósofo y teólogo español
Ignacio Ellacuría, y a otros cinco de sus compañeros: Segundo Montes, Juan
Ramón Moreno Pardo, Amado López, Joaquín López y López, el vicerrector Ignacio
Martín-Baró, así como la cocinera del instituto, Elba Julia Ramos y su hija
Celina, de sólo 16 años. El instigador de aquella atroz masacre fue el entonces
viceministro de Seguridad Pública de El Salvador, Inocente Orlando Montano,
condenado en 2020 a 113 años de cárcel por la Audiencia Nacional, el tribunal
con sede en Madrid encargado de los casos de asesinatos de ciudadanos españoles
en el extranjero. Masacrados por ser sospechosos por el gobierno de Alfredo
Cristiani de amparar a sus opositores, los jesuitas promovieron en cambio un
acercamiento entre el Estado y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (Fmln), cayendo víctimas de ese clima de persecución,
implementado con la eliminación total de enemigos, reales o presuntos, para
desalentar cualquier intento de resistencia. "Lucharon por la justicia que
nace de la fe", hasta el martirio.
Grande es el sacrificio pagado
por la Iglesia salvadoreña sólo en los últimos cincuenta años de historia, no
por casualidad definida por el teólogo Jon Sobrino, que escapó de la masacre de
la UCA, como "una Iglesia profética y mártir al servicio de Dios y de la
liberación". Un ejemplo es el padre Rutilio Grande García, que, por
denunciar los abusos de la oligarquía gobernante, fue acribillado a balazos en
su coche el 12 de marzo de 1977 cuando se dirigía a San José, El Paisnal, para
presidir una celebración eucarística preparatoria de la fiesta patronal de San
José. El padre Grande García, beatificado en enero de 2022, fue el iniciador de
aquella generación de jesuitas que supo difundir el Evangelio a pesar de un
clima hostil y peligroso, pagando su compromiso con la vida. Así monseñor Óscar
Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980 por un
sicario de un escuadrón de la muerte mientras celebraba misa en la capilla de
un hospital y canonizado posteriormente por el papa Francisco en 2018. Fueron
estos hechos sangrientos, que conmocionaron a la opinión pública internacional,
los que impulsaron a Ellacuría a comprometerse denodadamente con una Iglesia
cercana a los pobres y a los últimos, hasta el punto de compartir su martirio
con sus hermanos aquel 16 de noviembre.
Es un compromiso que la Iglesia
de El Salvador -guiada por el ejemplo de los muchos hombres del pasado que han
sabido iluminar la vida de la comunidad, poniéndose al servicio de los más
débiles- continúa todavía hoy, como recordó monseñor Escobar Alas. El obispo
abogó por un periodo de reformas inaplazables para el país, que permitan
superar las disparidades sociales y económicas entre los ciudadanos. Justicia,
salud, educación y, no menos importante, un mayor respeto por el medio
ambiente, sometido aún a una explotación minera altamente contaminante, sin
olvidar el compromiso "con un sistema de leyes que diga 'nunca más' a la
corrupción y a la impunidad". Entre las urgencias señaladas por Escobar
Alas, también erradicar la violencia, modernizar el sistema educativo, con
atención a los pueblos originarios que tienen derecho a no perder su cultura e
idioma, y mejorar el sistema de pensiones para que se garantice la dignidad de
los trabajadores. “Revertir la historia", por lo tanto, para poner en el
centro al hombre y a la solidaridad y no más al capital. Que la celebración de
la Transfiguración del Señor este año - dijo el Arzobispo de San Salvador el
día de la fiesta - no sea una más de nuestra vida, sino un verdadero motivo
para luchar por transfigurar nuestro país según el querer de Dios. Pidamos al
Divino Salvador del Mundo por intercesión de María santísima y nuestros
mártires seamos capaces de revertir nuestra historia en favor de nuestro pueblo
pobre que tanta injusticia ha sufrido.
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