Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Al que mucho se le dio, mucho se le
reclamará
Miércoles de la 29ª
semana del tiempo ordinario / Lucas 12, 39-48
Evangelio: Lucas 12, 39-48
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Comprended que
si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría
abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora
que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices
esta parábola por nosotros o por todos?». El Señor dijo:
«¿Quién es el
administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su
servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado
aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En
verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel
criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a
pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el
señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará
con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado
que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con
su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo
digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se
le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más se le pedirá».
Comentario
¿Cuándo
volverá? No sólo no sabemos ni el día ni la hora de su venida, sino que nos es
imposible siquiera aproximarnos a saberlo; es tan imprevisible que los cálculos
no sólo no nos acercan, sino que incluso nos alejan: porque viene «el día que
no espera y a la hora que no sabe», «a la hora que menos penséis viene»; su
venida será siempre lo más lejano a nuestras medidas.
Entonces, ¿cómo
esperar sin desesperar? La pura precaución ante lo imprevisible («ladrón») no
alcanza para sostener la espera, porque cuando «tarda en llegar» comienza a
parecer que ya no viene. Entonces se deja de esperar, y se comienza a vivir en
la desesperación. Y se desespera cuando se malvive («empieza a pegarles a los
criados y criadas, a comer y beber y emborracharse»), pero se desespera también
cuando uno se considera tan justificado que no tiene nada que esperar («¿dices
esta parábola por nosotros o por todos?»).
La única manera
de no desesperar es la espera activa de la misión. El tiempo de espera no es un
tiempo vacío, sino un tiempo lleno del amor recibido —«mucho se le dio»—; es el
amor el que permite «estar preparados» y «obrar de acuerdo con su voluntad». No
esperamos «sin conocer». Nosotros hemos conocido el amor. El amor recibido
llena el tiempo de urgencia, impulsa a vivir amando y así todo lo transforma en
preparación. Cuando se vive del amor recibido se hace todo por amor; entonces,
el tiempo nunca es largo, porque todo instante tiene la forma de la persona
amada. Es ahí donde la espera se hace virtud: la esperanza es la virtud del
amor cuando transfigura el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...