Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Miércoles
de la 31ª semana del tiempo ordinario. La Dedicación de la BasÃlica de Letrán /
Juan 2, 13-22
Evangelio: Juan 2, 13-22
Se
acercaba la Pascua de los judÃos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el
templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas
y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a
los que vendÃan palomas les dijo:
«Quitad
esto de aquÃ; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discÃpulos
se acordaron de lo que está escrito:
«El
celo de tu casa me devora».
Entonces
intervinieron los judÃos y le preguntaron:
«¿Qué
signos nos muestras para obrar asÃ?». Jesús contestó:
«Destruid
este templo, y en tres dÃas lo levantaré». Los judÃos replicaron:
«Cuarenta
y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
dÃas?».
Pero
él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos,
los discÃpulos se acordaron de que lo habÃa dicho, y creyeron a la Escritura y
a la palabra que habÃa dicho Jesús.
Comentario
¿Quién
«puede ser discÃpulo» de Jesús? PodrÃamos tener la tentación de pensar que sólo
pueden serlo los que dejan «a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos,
a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sà mismo». Es decir, que sólo
pueden los que son célibes. Pero Jesús no dice «el que no deja» sino «el que no
pospone». Esta traducción parece en realidad suavizada, porque el texto griego
dice «el que no odia» (μισεῖ). Porque para seguir a Jesús es necesario no seguir a
nadie más: Jesús habla en términos absolutos de amor y odio; la preferencia por
Él tiene que ser tan fuerte que todo lo demás sea odio. Por eso la traducción
interpreta bien: solo quien pone por encima de todo a Jesús, pospone todo lo
demás, y eso es una forma relativa y figurada de odiar, en comparación del amor
absoluto y total por Jesús.
Pero
la traducción añade algo más, porque después de pedirnos ese amor absoluto,
Jesús nos pide siempre amar a los otros. Y por eso el odio es en realidad poner
en un segundo lugar. Solo quien pospone a sus seres queridos y ama
absolutamente a Dios, puede después amar a los suyos.
Por
eso, tanto el célibe como el casado para seguir a Jesús primero tienen que
«calcular los gastos, a ver si tiene para terminar» su cometido. No es posible
amar en el lugar de cada uno a los que se ama y se quiere amar, si no se ama
por encima de todo a Jesús. Amar a los familiares e incluso a uno mismo, es
imposible sino como efecto del amor absoluto que se tiene a Dios.
De
hecho, solo alcanza ese amor para siempre si se ponen en ese segundo lugar,
como efecto del amor a Dios. No se puede amar a una esposa, y al resto de una
familia, sino como seguimiento a Cristo, como posposición del amor a Él. Y eso
ocurre con el célibe también, al que no le basta con «dejar»: es necesario
posponer, en el sentido de vivir toda su tarea como expresión del amor absoluto
a Cristo. Lo decisivo en todos los casos es vivir la tarea de amar como efecto
del amor absoluto a Dios, de lo contrario no se tendrán fuerzas para
terminarla.
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