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    miércoles, 8 de noviembre de 2023

    Hablaba del templo de su cuerpo


    Evangelización | Carlos Pérez Laporta




     Hablaba del templo de su cuerpo

    Miércoles de la 31ª semana del tiempo ordinario. La Dedicación de la Basílica de Letrán / Juan 2, 13-22

     

    Evangelio: Juan 2, 13-22

    Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

     

    «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:

     

    «El celo de tu casa me devora».

     

    Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

     

    «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó:

     

    «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron:

     

    «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

     

    Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

     

    Comentario

    ¿Quién «puede ser discípulo» de Jesús? Podríamos tener la tentación de pensar que sólo pueden serlo los que dejan «a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo». Es decir, que sólo pueden los que son célibes. Pero Jesús no dice «el que no deja» sino «el que no pospone». Esta traducción parece en realidad suavizada, porque el texto griego dice «el que no odia» (μισεῖ). Porque para seguir a Jesús es necesario no seguir a nadie más: Jesús habla en términos absolutos de amor y odio; la preferencia por Él tiene que ser tan fuerte que todo lo demás sea odio. Por eso la traducción interpreta bien: solo quien pone por encima de todo a Jesús, pospone todo lo demás, y eso es una forma relativa y figurada de odiar, en comparación del amor absoluto y total por Jesús.

     

    Pero la traducción añade algo más, porque después de pedirnos ese amor absoluto, Jesús nos pide siempre amar a los otros. Y por eso el odio es en realidad poner en un segundo lugar. Solo quien pospone a sus seres queridos y ama absolutamente a Dios, puede después amar a los suyos. 

     

    Por eso, tanto el célibe como el casado para seguir a Jesús primero tienen que «calcular los gastos, a ver si tiene para terminar» su cometido. No es posible amar en el lugar de cada uno a los que se ama y se quiere amar, si no se ama por encima de todo a Jesús. Amar a los familiares e incluso a uno mismo, es imposible sino como efecto del amor absoluto que se tiene a Dios. 

     

    De hecho, solo alcanza ese amor para siempre si se ponen en ese segundo lugar, como efecto del amor a Dios. No se puede amar a una esposa, y al resto de una familia, sino como seguimiento a Cristo, como posposición del amor a Él. Y eso ocurre con el célibe también, al que no le basta con «dejar»: es necesario posponer, en el sentido de vivir toda su tarea como expresión del amor absoluto a Cristo. Lo decisivo en todos los casos es vivir la tarea de amar como efecto del amor absoluto a Dios, de lo contrario no se tendrán fuerzas para terminarla.

     

    Alfa&Omega.es






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