Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Intentaban agarrarlo, pero todavía no
había llegado su hora
Viernes de la 4ª semana de Cuaresma / Juan 7, 1-2. 10.
25-30
Evangelio: Juan 7, 1-2.
10. 25-30
En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no
quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la
fiesta judía de las tiendas.
Después que sus hermanos se hubieron marchado a la
fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo
habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido
de que éste es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el
Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras
enseñaba en el templo, gritó:
«A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin
embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a
ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha
enviado». Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque
todavía no había llegado su hora.
Comentario
Jesús no es un inconsciente. Su confianza en el Padre
no es temeridad. Su poder sobre la muerte no le vuelve irrespetuoso o
insensible con ella. La muerte tiene para Dios toda la gravedad. Es realmente
muerte para Él. De ahí, que Jesús, aunque era consciente de que «todavía no
había llegado su hora», no juega insensatamente con el peligro. Por eso, «no
quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo» y «subió él
también [al templo], no abiertamente, sino a escondidas».
Pero no querer ser visto no significa tener miedo. No
deja de hablar, de comunicar la verdad del Padre. No puede guardársela para sí.
Y no está dispuesto a tolerar que sea acomodada en la reserva de las enseñanzas
humanas. Por eso, cuando los judíos tratan de reducirlo a lo ya sabido, a lo de
siempre, Jesús se contiene, y «mientras enseñaba en el templo, gritó». Son los
gritos, no de un iracundo o de un loco, sino los de alguien lleno de pasión por
Dios. Hubiera bastado una verdad acomodaticia, homologable a todas las
verdades. Pero Él quiso manifestar una verdad absoluta. Lo que le costará la
vida es precisamente su amor único por el Padre: «Yo no vengo por mi cuenta,
sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo
conozco, porque procedo de Él y Él me ha enviado».
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