Reflexión | Papa Francisco
El Papa: La Biblia es el
alimento que necesitamos para afrontar nuestra vida
El nuevo libro
del sacerdote jesuita James Martin titulado «¡Lázaro, sal fuera!» (Libreria
Editrice Vaticana) con un prefacio del Papa Francisco. «En estas páginas
-escribe el PontÃfice- se vislumbra una verdad del cristianismo siempre actual
y fecunda... Jesús no sólo habló de vida eterna, sino que la dio.».
Debemos estar muy agradecidos al
padre James Martin, cuyos otros escritos también conozco y aprecio, por este
nuevo libro suyo dedicado a lo que él llama «el mayor milagro de Jesús»: la
historia de la resurrección de Lázaro. Hay varias razones para estarle
agradecido, estrechamente relacionadas con la forma en que ha escrito este
texto brillante, apasionante y nunca previsible.
En primer lugar, el Padre James
deja hablar al texto bÃblico: lo examina con la mirada y el estudio de
diferentes autores que han analizado a fondo esta página bÃblica, captando sus
diversos aspectos, sus diferentes acentos, sus diferentes interpretaciones.
Pero este estudio es siempre «amoroso», nunca distante ni frÃamente cientÃfico:
es la mirada de quien está enamorado de lo que es la Palabra de Dios, el relato
de los hechos del Hijo de Dios, Jesús. La lectura de todos los argumentos y
exámenes de biblistas que relata el padre Martin me ha hecho cuestionarme hasta
qué punto somos capaces de acercarnos a la Escritura con el «hambre» de quien
sabe que esa palabra es verdadera y efectivamente la Palabra de Dios.
Que Dios «hable» deberÃa hacernos
estremecer en nuestros asientos cada dÃa. Porque realmente la Biblia es el
alimento que necesitamos para afrontar nuestra vida, representa la «carta de
amor» que Dios envÃa desde hace siglos a los hombres y mujeres de todos los
tiempos y lugares. Conservar la Palabra, amar la Biblia, llevarla con nosotros
cada dÃa con un pequeño Evangelio en el bolsillo, tal vez incluso buscarla en
el móvil cuando tenemos una reunión importante, una cita delicada, un momento
de desesperación... todo esto nos hará darnos cuenta de hasta qué punto la
Escritura es un cuerpo vivo, un libro abierto, un testimonio palpitante de un
Dios que no está muerto y enterrado en los estantes polvorientos de la
historia, sino que camina con nosotros siempre, también hoy. También para ti,
que ahora abres este libro intrigado por el relato de una historia que tantos
conocen, pero que pocos han comprendido en su profundo y completo
significado.
Además, en estas páginas vemos una
verdad del cristianismo siempre actual y fecunda: el Evangelio es eterno y
concreto, concierne tanto a nuestra vida interior como a la historia y a la
vida cotidiana. Jesús no sólo habló de la vida eterna, sino que la dio. No se
limitó a decir «Yo soy la resurrección», sino que también resucitó a Lázaro,
que llevaba tres dÃas muerto. La fe cristiana es la compenetración siempre
presente de lo eterno y lo contingente, del cielo y la tierra, de lo divino y
lo humano. Nunca lo uno sin lo otro. Si sólo fuera «terrenal», ¿qué la
distinguirÃa de una buena filosofÃa, de una ideologÃa estructurada, de un
pensamiento articulado que se queda sólo en eso, de una teorÃa que permanece
ajena al tiempo y a la historia? Y si el cristianismo sólo tratase del
«después», sólo de la eternidad, serÃa una traición a la elección que Dios
hizo, de una vez por todas, comprometiéndose con toda la humanidad. El Señor no
se encarnó como una pretensión, sino que eligió entrar en la historia humana
para que la historia de los hombres se configurase como el Reino de Dios, el
tiempo y el lugar en que germina la paz, se sustancia la esperanza y el amor da
la vida.
Lázaro, finalmente, somos todos
nosotros. El padre MartÃn, en este aspecto adherido a la tradición ignaciana,
nos hace identificarnos con la historia de este amigo de Jesús. También
nosotros somos sus amigos, también nosotros estamos, a veces, «muertos» a causa
de nuestro pecado, de nuestras carencias e infidelidades, del desaliento que
nos desanima y nos aplasta el alma. Pero Jesús no tiene miedo de acercarse a
nosotros, incluso cuando «apestamos» como un muerto enterrado durante tres
dÃas. No, Jesús no tiene miedo de nuestra muerte ni de nuestro pecado. Sólo se
detiene ante la puerta cerrada de nuestro corazón, esa puerta que sólo se abre
desde dentro y que cerramos con doble llave cuando pensamos que Dios ya no
puede perdonarnos. Y en cambio, leyendo el detallado análisis de James Martin,
se toca el sentido profundo del gesto de Jesús ante un muerto que está
«muerto», que desprende mal olor, metáfora de la putrefacción interior que el
pecado genera en nuestras almas. Jesús no tiene miedo de acercarse al pecador, a
cualquier pecador, incluso al más impávido y descarado. Sólo tiene una
preocupación: que nadie se pierda, que nadie pierda la oportunidad de sentir el
abrazo amoroso de su Padre. Un escritor estadounidense, fallecido en 2023, dejó
una admirable descripción de lo que es «la obra de Dios». Cormac McCarthy,
novelista, hacÃa hablar asà a uno de sus personajes en uno de sus libros:
«DecÃa que creÃa en Dios aunque dudaba de la pretensión humana de conocer los
pensamientos de Dios. Pero un Dios incapaz de perdonar ni siquiera serÃa Dios».
SÃ, efectivamente lo es: el trabajo de Dios es perdonar.
Por último, las páginas del padre
James Martin me han recordado una frase de un biblista italiano, Alberto Maggi,
quien, hablando del texto del milagro de Lázaro, comentó: «¡Con este milagro
Jesús nos enseñó no tanto que los muertos resucitan, sino que los vivos no
mueren! ¡Qué hermosa definición llena de paradojas! Por supuesto que los
muertos resucitan, pero ¡qué verdad recordarnos que nosotros, los vivos, no
morimos! Ciertamente la muerte llega, la muerte nos afecta, no sólo la nuestra,
sino sobre todo la de nuestros seres queridos y familiares, la de todas las
personas: cuánta muerte vemos a nuestro alrededor, injusta y dolorosa, porque
está causada por las guerras, por la violencia y por la prevaricación de CaÃn
sobre Abel. Pero el hombre y la mujer están destinados a la eternidad.
Todos lo somos. Somos una
semilÃnea, por utilizar una imagen geométrica: tenemos un punto de partida,
nuestro nacimiento humano, pero nuestra vida está dedicada al infinito. SÃ, al
infinito. Y lo que la Escritura llama «vida eterna» es esa vida que nos espera
después de la muerte y que ya podemos tocar aquà cuando la vivimos no en el
egoÃsmo que nos entristece, sino en el amor que ensancha nuestro corazón.
Estamos hechos para la eternidad. Lázaro, gracias a estas páginas del Padre
MartÃn, es nuestro amigo. Y su resurrección nos lo recuerda y lo atestigua.
Ciudad del Vaticano, 11 de marzo de
2024
Vaticannews.vanull
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