Actualidad | Alcedo A. Ramírez
¡Sígueme!… ¡Misericordia quiero y no
sacrificios!
Así es como Jesucristo rompe el hielo con las personas que quiere conquistar a
su Reino, para que tomen la decisión más importante y trascendental en sus
vidas, cambiar de rumbo drásticamente,
convertirse al Señor Jesús, en uno de sus discípulos fieles y misioneros de su
obra redentora y salvadora, en todos los campos, pueblos y ciudades, hasta los
confines de la tierra. De todas maneras, este llamado dramático requiere de una respuesta inmediata, ya que la mies
es muy abundante, pero los obreros son escasos y muchas veces titubeantes.
En el día de hoy conmemoramos la Fiesta
de uno de los Santos Fundadores del Siglo XVI, San Antonio María Zacarías, quien en su corta vida de tan solo 36
años, aparte de médico y sacerdote, tuvo el tiempo suficiente para fundar una orden de sacerdotes, otra de religiosas
y una asociación de fieles laicos, lo cual hace de este personaje santo un
verdadero discípulo y misionero de Cristo Jesús, sanando enfermos, llamando a
pecadores para que se integren a la Iglesia, a la vez de instituir La Adoración de las Cuarenta Horas, una
práctica comunitaria de adoración y alabanza Eucarística, recordatoria de las
40 horas transcurridas desde la sepultura y Resurrección de Nuestro Señor.
En las lecturas bíblicas de hoy se nos
presentan varios pasajes que enfatizan la necesidad que tiene el ser humano no tan solo del pan y del agua como
alimentos necesarios para el sustento de la vida, sino también de la Palabra de Dios, que sale del Verbo Encarnado y
se encuentra plasmada en las Sagradas Escrituras. Asimismo, se reitera la bondad
y la dicha de conocer y respetar los
mandatos y normas de Dios, para que el hombre y la mujer puedan vivir de
manera sana y feliz.
Entonces
aparece Mateo, sentado en su
mostrador de cobrador de impuestos, quien por su oficio no era muy bien visto
por los judíos de su época, ni por los romanos usurpadores, pero que no estaba
impedido de recibir la Misericordia de Jesús, abierta a todo el mundo, sin
distinción de clases, procedencias ni razas. ¡Sígueme! Él se levantó, lo siguió y le preparó una comida en su casa,
a la cual asistieron muchos publicanos y pecadores, quienes se sentaron junto a
Jesús y sus discípulos. Este momento no fue desaprovechado por los fariseos de siempre, para criticar la
costumbre de Cristo Jesús de no rechazar a nadie y abrir sus brazos
misericordiosos para la redención de todos.
Al escuchar Jesús estas críticas
desagradables, reconoce que es el momento oportuno para hacer algunas
aclaraciones y puntualizar otras enseñanzas que todos debemos tener bien
presentes en nuestras vidas: “No tienen
necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos”. Nos recuerda la vieja
tradición divina de que “Misericordia
quiero y no sacrificios”, para cerrar sus comentarios con la frase lapidaria “que no he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores”. Resulta necesario explicar
estas grandes lecciones dadas por Jesús mismo, en persona.
En la vida cristiana tiene mucho más valor la compasión y el cuidado
misericordioso de los demás prójimos, que recurrir a una religiosidad
individual y egoísta, que incluye ascesis o prácticas penitenciales aparentes,
pero que solo satisfacen la conciencia y las mentes de quienes las hacen. Por
otro lado, esta necesidad que tienen los
enfermos de los médicos, en lugar de los sanos, recuerda la frase bíblica
de que más vale un pecador arrepentido,
que 99 justos, con lo que entroncamos con la declaración final de Cristo
vino al mundo, precisamente, a llamar a los pecadores para su salvación.
Para
todos nosotros, hoy día, estas
enseñanzas de Jesús y la atención de su
llamado a seguirle es una necesidad imperiosa que debemos responder.
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