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    viernes, 5 de julio de 2024

    ¡Sígueme!… ¡Misericordia quiero y no sacrificios!


    Actualidad | Alcedo A. Ramírez

     


    ¡Sígueme!… ¡Misericordia quiero y no sacrificios!

     

    Así es como Jesucristo rompe el hielo con las personas que quiere conquistar a su Reino, para que tomen la decisión más importante y trascendental en sus vidas, cambiar de rumbo drásticamente, convertirse al Señor Jesús, en uno de sus discípulos fieles y misioneros de su obra redentora y salvadora, en todos los campos, pueblos y ciudades, hasta los confines de la tierra. De todas maneras, este llamado dramático requiere de una respuesta inmediata, ya que la mies es muy abundante, pero los obreros son escasos y muchas veces titubeantes.

     

    En el día de hoy conmemoramos la Fiesta de uno de los Santos Fundadores del Siglo XVI, San Antonio María Zacarías, quien en su corta vida de tan solo 36 años, aparte de médico y sacerdote, tuvo el tiempo suficiente para fundar una orden de sacerdotes, otra de religiosas y una asociación de fieles laicos, lo cual hace de este personaje santo un verdadero discípulo y misionero de Cristo Jesús, sanando enfermos, llamando a pecadores para que se integren a la Iglesia, a la vez de instituir La Adoración de las Cuarenta Horas, una práctica comunitaria de adoración y alabanza Eucarística, recordatoria de las 40 horas transcurridas desde la sepultura y Resurrección de Nuestro Señor.

     

    En las lecturas bíblicas de hoy se nos presentan varios pasajes que enfatizan la necesidad que tiene el ser humano no tan solo del pan y del agua como alimentos necesarios para el sustento de la vida, sino también de la Palabra de Dios, que sale del Verbo Encarnado y se encuentra plasmada en las Sagradas Escrituras. Asimismo, se reitera la bondad y la dicha de conocer y respetar los mandatos y normas de Dios, para que el hombre y la mujer puedan vivir de manera sana y feliz.

     

    Entonces aparece Mateo, sentado en su mostrador de cobrador de impuestos, quien por su oficio no era muy bien visto por los judíos de su época, ni por los romanos usurpadores, pero que no estaba impedido de recibir la Misericordia de Jesús, abierta a todo el mundo, sin distinción de clases, procedencias ni razas. ¡Sígueme! Él se levantó, lo siguió y le preparó una comida en su casa, a la cual asistieron muchos publicanos y pecadores, quienes se sentaron junto a Jesús y sus discípulos. Este momento no fue desaprovechado por los fariseos de siempre, para criticar la costumbre de Cristo Jesús de no rechazar a nadie y abrir sus brazos misericordiosos para la redención de todos.

     

    Al escuchar Jesús estas críticas desagradables, reconoce que es el momento oportuno para hacer algunas aclaraciones y puntualizar otras enseñanzas que todos debemos tener bien presentes en nuestras vidas: “No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos”. Nos recuerda la vieja tradición divina de que “Misericordia quiero y no sacrificios”, para cerrar sus comentarios con la frase lapidaria “que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Resulta necesario explicar estas grandes lecciones dadas por Jesús mismo, en persona.

     

    En la vida cristiana tiene mucho más valor la compasión y el cuidado misericordioso de los demás prójimos, que recurrir a una religiosidad individual y egoísta, que incluye ascesis o prácticas penitenciales aparentes, pero que solo satisfacen la conciencia y las mentes de quienes las hacen. Por otro lado, esta necesidad que tienen los enfermos de los médicos, en lugar de los sanos, recuerda la frase bíblica de que más vale un pecador arrepentido, que 99 justos, con lo que entroncamos con la declaración final de Cristo vino al mundo, precisamente, a llamar a los pecadores para su salvación.

     

    Para todos nosotros, hoy día, estas enseñanzas de Jesús y la atención de su llamado a seguirle es una necesidad imperiosa que debemos responder.






     

     

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