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    miércoles, 18 de diciembre de 2024

    San José en el ciclo navideño: paseo por el Prado


    Navidad | Javier García-Luengo Machado

     


    San José en el ciclo navideño: paseo por el Prado

     

    En segundo plano en la Edad Media, durante el Renacimiento y sobre todo en la Contrarreforma, la figura de José se comenzó a revalorizar en su papel de esposo; de padre de Jesús, tierno y cercano, y también como persona fiel a Dios

     

    Seguro que a cualquiera de nosotros nos resulta familiar la imagen de san José aupando tiernamente al Niño Jesús con su brazo izquierdo, mientras que su mano derecha sujeta la tradicional vara florida. Quizá cerca de nuestra casa tengamos una parroquia a él dedicada; incluso el Papa Francisco consagró el año 2021 a nuestro protagonista.

     

    Sin embargo, a lo largo de la historia, la devoción a este santo no ha sido tan fluida, tan cercana ni tan conocida. Estos días, próximos a la Navidad, María y Jesús suelen acaparar la atención de belenes, tarjetas de felicitación y luces como los grandes protagonistas del hecho histórico que en breve celebraremos. Sin negar lo anterior, antes al contrario, queremos aprovechar esta breve reseña para reclamar el papel que en la infancia de Cristo tuvo este padre silente, este esposo callado, que forma parte esencial de la Sagrada Familia, de esa Trinidad en la tierra.

     

    Un breve recorrido a través de algunas destacadas pinturas del Museo del Prado bien nos permitirá observar y constatar la presencia y desarrollo que la devoción al santo ha tenido a la largo de la historia dentro del ciclo navideño. Si bien es cierto que las referencias que hallamos en los Evangelios de san Lucas y san Mateo son muy parcas —el sueño, la huida a Egipto—, en todas ellas se hace evidente su relevancia. No es por ello extraño que la iconografía también haya recurrido a los apócrifos para completar y humanizar aun más la imagen del patriarca.


    En la pintura de la Edad Media, su figura pasó a un segundo plano. A veces ni aparece, como es el caso de la Adoración de los Magos (c. 1495) del Bosco. En otras ocasiones, como las escenas de la infancia de Cristo plasmadas en el Tríptico con escenas de la vida de la Virgen (c. 1445) de Dirk Bouts, san José está casi al margen de lo que acontece, muy envejecido, lo que indirectamente remarca la virginidad de María y su papel como padre exclusivamente putativo del Redentor.

     

    Todo ello comenzó a cambiar a partir del Renacimiento, cuando asistimos a una visión más humanizada de san José. Así lo recreó Rafael en su Sagrada Familia del cordero (1507), donde el patriarca está más implicado con el grupo y con el necesario equilibrio de la composición. Fue especialmente a partir del Concilio de Trento (1545-1563) y gracias a la labor de diferentes santos contrarreformistas, como san Ignacio de Loyola o santa Teresa de Jesús —quien tantas fundaciones consagró a nuestro protagonista—, cuando se inició una verdadera revalorización del carpintero de Nazaret en su papel de padre, de esposo, pero, ante todo, de persona fiel a Dios, como representaría tiempo después López Portaña en El sueño de san José (1805).

     

    Junto a lo dicho el arte de la Contrarreforma, dada su fijación respecto al culto a los santos y su tendencia a humanizarlos para fomentar su ejemplaridad, no fue ajeno a las representaciones mucho más tiernas y cercanas del marido de María, lo cual se hace evidente en las diferentes escenas vinculadas a la niñez de Cristo. En ellas, al patriarca se le representa mucho más comprometido en la educación del Niño y se pone en evidencia su emoción y su mirada cariñosa. Incluso se recrean escenas fuera de la estricta tradición a favor de lo cotidiano. Así nos lo presenta Murillo en la Sagrada Familia del pajarito (c. 1650). Aprovechemos, pues, estos días familiares para recorrer y descubrir la figura de san José como modelo de virtud a través de tantas y tantas pinturas que esta Navidad, como siempre, nos regala el Museo del Prado.

     

    Alfa&Omega.es






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