Navidad | Javier García-Luengo Machado
San José en el ciclo navideño: paseo
por el Prado
En segundo plano en la Edad Media, durante el
Renacimiento y sobre todo en la Contrarreforma, la figura de José se comenzó a
revalorizar en su papel de esposo; de padre de Jesús, tierno y cercano, y
también como persona fiel a Dios
Seguro que a cualquiera de nosotros nos resulta
familiar la imagen de san
José aupando tiernamente al Niño Jesús con su brazo izquierdo, mientras
que su mano derecha sujeta la tradicional vara florida. Quizá cerca de nuestra
casa tengamos una parroquia a él dedicada; incluso el Papa Francisco consagró
el año 2021 a nuestro protagonista.
Sin embargo, a lo largo de la historia, la devoción a
este santo no ha sido tan fluida, tan cercana ni tan conocida. Estos días,
próximos a la Navidad, María y Jesús suelen acaparar la atención de belenes,
tarjetas de felicitación y luces como los grandes protagonistas del hecho
histórico que en breve celebraremos. Sin negar lo anterior, antes al contrario,
queremos aprovechar esta breve reseña para reclamar el papel que en la infancia
de Cristo tuvo este padre silente, este esposo callado, que forma parte esencial
de la Sagrada Familia, de esa Trinidad en la tierra.
Un breve recorrido a través de algunas destacadas
pinturas del Museo
del Prado bien nos permitirá observar y constatar la presencia y desarrollo
que la devoción al santo ha tenido a la largo de la historia dentro del ciclo
navideño. Si bien es cierto que las referencias que hallamos en los Evangelios
de san Lucas y san Mateo son muy parcas —el sueño, la huida a Egipto—, en todas
ellas se hace evidente su relevancia. No es por ello extraño que la iconografía
también haya recurrido a los apócrifos para completar y humanizar aun más la
imagen del patriarca.
En la pintura de la Edad Media, su figura pasó a un
segundo plano. A veces ni aparece, como es el caso de la Adoración de los Magos (c. 1495) del Bosco. En
otras ocasiones, como las escenas de la infancia de Cristo plasmadas en
el Tríptico con escenas de la vida de la Virgen (c.
1445) de Dirk Bouts, san José está casi al margen de lo que acontece, muy
envejecido, lo que indirectamente remarca la virginidad de María y su papel
como padre exclusivamente putativo del Redentor.
Todo ello comenzó a cambiar a partir del Renacimiento,
cuando asistimos a una visión más humanizada de san José. Así lo recreó Rafael
en su Sagrada Familia del cordero (1507), donde el
patriarca está más implicado con el grupo y con el necesario equilibrio de la
composición. Fue especialmente a partir del Concilio de Trento (1545-1563) y
gracias a la labor de diferentes santos contrarreformistas, como san Ignacio de
Loyola o santa Teresa de Jesús —quien tantas fundaciones consagró a nuestro
protagonista—, cuando se inició una verdadera revalorización del carpintero de
Nazaret en su papel de padre, de esposo, pero, ante todo, de persona fiel a
Dios, como representaría tiempo después López Portaña en El sueño de san José (1805).
Junto a lo dicho el arte de la Contrarreforma, dada su
fijación respecto al culto a los santos y su tendencia a humanizarlos para
fomentar su ejemplaridad, no fue ajeno a las representaciones mucho más tiernas
y cercanas del marido de María, lo cual se hace evidente en las diferentes
escenas vinculadas a la niñez de Cristo. En ellas, al patriarca se le
representa mucho más comprometido en la educación del Niño y se pone en
evidencia su emoción y su mirada cariñosa. Incluso se recrean escenas fuera de
la estricta tradición a favor de lo cotidiano. Así nos lo presenta Murillo en
la Sagrada Familia del pajarito (c. 1650).
Aprovechemos, pues, estos días familiares para recorrer y descubrir la figura
de san José como modelo de virtud a través de tantas y tantas pinturas que esta
Navidad, como siempre, nos regala el Museo del Prado.
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