Nuestra Fe | Isabella Piro
Pasolini: La grandeza de
Dios es la pequeñez, gesto humilde que abre al encuentro
Esta mañana,
en el Aula Pablo VI, la tercera y última de las tres meditaciones hacia la
Navidad del predicador de la Casa Pontificia sobre el tema de la pequeñez, que
no es un límite, sino humildad que abre espacios de encuentro. La parábola del
Juicio final: al final, seremos juzgados no sólo por el bien que hayamos hecho,
sino sobre todo por nuestra capacidad de hacernos pequeños
La Navidad del
Hijo de Dios, Aquel que en el principio era el Verbo, y que se hace pequeño y
frágil como un niño que aún no habla: aquí se encierra la fuerza y la grandeza
de la pequeñez. Así lo subrayó el padre Roberto Pasolini, franciscano
capuchino, predicador de la Casa Pontificia, en su tercera y última meditación
de Adviento ofrecida a la Curia romana esta mañana, 20 de diciembre, en el Aula
Pablo VI. El tema elegido para las tres reflexiones es «Las puertas de la
esperanza. Hacia la apertura del Año Santo a través de la profecía de la
Navidad».
La medida oculta de la verdadera grandeza de Dios
Tras haberse
detenido -en los dos primeros sermones del 6 y 13 de diciembre- en las puertas
del asombro y de la confianza, el predicador exhorta ahora a cruzar el umbral
«de la pequeñez»: la clave para acceder al Reino de Dios afirmó, no es un
límite o una carencia, sino una fuerza «humilde y silenciosa» como la de la
semilla que, en la oscuridad de la tierra, germina y crece. Medida oculta de la
verdadera grandeza de Dios, Aquel que se abaja con confianza hasta el nivel del
otro para acompañarle en su crecimiento, la pequeñez es el «parámetro» del
Señor, es «el lugar donde pueden realizarse sus opciones y promesas», así como
«una elección consciente, guiada por el «deseo de crear relaciones auténticas,
en las que se reconozca el derecho del otro a existir, respirar y expresarse
libremente». En este sentido, ser pequeño significa abrir «espacios de
encuentro, permitiendo a cada uno ser sí mismo, sin superponerse al otro ni
anular su singularidad».
Antes de hacer el bien, hay que hacerse pequeño
Para
profundizar en este rasgo tan delicado y decisivo de Dios, el padre Pasolini
hizo una atenta y nueva relectura de la parábola del Juicio Final, narrada por
el evangelista Mateo (25, 31-46): en su significado más consolidado, el texto
afirma que, al final de los tiempos, el Señor juzgará a la humanidad según el
parámetro del amor fraterno. Pero en su significado más profundo, según el
predicador, la parábola dice que un día todos los pueblos, incluso los no
evangelizados, podrán entrar en el Reino de Dios «mediante la caridad ejercida
hacia los hermanos más pequeños del Señor». De ahí se deriva «una gran y grave
responsabilidad para los cristianos»: la necesidad no sólo de «hacer el bien a
los demás», sino también de «permitir que los demás lo hagan, expresando así lo
mejor de su humanidad» y haciendo de la pequeñez «el criterio de conformidad y
fidelidad» a Dios. El primer significado de la parábola del Juicio Final, reiteró
el padre Pasolini, es precisamente éste: «Antes de hacer el bien, es bueno y
necesario acordarse de hacerse uno mismo pequeño».
La pequeñez es un acto de evangelización
De hecho, Dios
-añadió el franciscano capuchino- no sólo quiere que sus hijos sepan amar, sino
también que se dejen amar por los demás, ofreciéndoles «la oportunidad de ser
buenos y generosos». Es una forma «más profunda» de amar, en la medida en que
da paso al otro para permitir que su humanidad «se manifieste de la mejor
manera». En esencia, se ama al prójimo sobre todo cuando se le acerca «con una
mansedumbre desarmante» y se le permite «encontrar y acoger nuestra
fragilidad», poniendo en práctica «el arte más difícil, que no es amar, sino
dejarse amar». Entendida, pues, como un «estilo de vida» y de humanidad
extremadamente generador, la pequeñez se convierte en «un acto de verdadera
evangelización», porque pone al otro en condiciones de encarnar los gestos del
amor fraterno.
El ejemplo de San Francisco de Asís
Como ejemplo
de ello, el padre Pasolini citó a san Francisco de Asís, que hizo de la
pequeñez «el criterio para seguir» al Señor y «parte de nuestra identidad más
profunda». Esto sucedió, en particular, en el encuentro entre el Pobrecillo y
el sultán Malik-al-Kamil: tras aquel diálogo, el sultán no se convirtió, pero
sin embargo acogió a Francisco y se preocupó por él, aprovechando la
oportunidad, que le ofrecía el santo, de expresar lo mejor de sí mismo. «Los
cristianos -continuó el predicador- no tienen el "monopolio" del
bien», sino que también deben permitir que los demás la practiquen.
Esforzarse por ser más auténticos sin juzgar a los
demás
A
continuación, el padre Pasolini se detuvo en otro aspecto fundamental de la
parábola del Juicio Final: ésta, explicó, invita a suspender todos los juicios
humanos que tienden a hacerse antes de tiempo, es decir, antes del juicio final
del Señor. Por eso, según el predicador, más que de la parábola del «juicio
universal», deberíamos hablar de la parábola «del fin de todo juicio», porque
si dejamos de juzgar al prójimo -que no nos corresponde-, podremos centrarnos
en lo que de verdad importa: ser «cada vez más gratuitos, alejándonos de la
lógica “económica” por la que hacemos las cosas con vistas a un
provecho».
La gratitud no se compra, es gratis
Alejándose de
las expectativas y de las dinámicas oportunistas, de hecho, la humanidad
logrará seguir el único camino verdadero: el de «una gratuidad total», dejando
de hacer aquellos gestos con los que tiende a comprar la gratitud de los demás
y rompiendo la regla de la comparación con la que mide su propia estatura. Sólo
así será posible abrirse a «una felicidad profunda y concreta», superando el
miedo a no valer nada y comenzando a entregarse, «permitiendo que los demás
hagan lo mismo con nosotros».
El valor del bien inconsciente
Es «el bien
inconsciente», por tanto, la verdadera clave para entrar en el Reino de Dios,
ese bien que habremos hecho sin darnos cuenta, pero que los demás podrán
reconocer. Entonces, al final de los tiempos -explicó el predicador-, la «gran
sorpresa» será descubrir que Dios «no esperaba nada de nosotros, salvo el gran
deseo de vernos asemejarnos a Él en el amor». Ese día, no importará «cuántas
obras buenas o malas hayamos hecho, sino si, a través de ellas, hemos sido
capaces de aceptarnos y llegar a ser nosotros mismos en plenitud».
Encarnar la pequeñez para compartir la esperanza
Por último, al
acercarse la Navidad y el Jubileo, el padre Pasolini invitó a «elegir encarnar
la pequeñez para compartir la esperanza del Evangelio» en un mundo que parece
«hostil o indiferente», pero que en realidad sólo espera encontrar «el rostro
misericordioso del Padre en la carne frágil, pero siempre amable, de sus
hijos». «Atravesar la puerta santa del Jubileo con gran sinceridad -reiteró-,
sin la preocupación de tener que mostrar un perfil distinto del que la Iglesia
ha sabido desarrollar a lo largo de los siglos, puede ser, en efecto, una gran
esperanza». La meditación concluyó con una oración por el Año Santo, para que
la gracia del Señor transforme a los hombres en «laboriosos cultivadores de las
semillas evangélicas», en «espera confiada de los cielos nuevos y de la tierra
nueva».
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