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    martes, 5 de julio de 2011

    La belleza del cuerpo humano


    La belleza del cuerpo humano según la teología bíblica  
    El cuerpo humano, según la teología bíblica, también es maravilloso. Existen manuales que tratan sobre este abordaje antropológico. Por estos referenciales tenemos acceso al sentido que las mujeres y los hombres bíblicos dieron al cuerpo humano. Quiero compartir con ustedes, brevemente, algunas cosas que, en este sentido, llaman mi atención:
    La “piel/carne”, además de ser la parte externamente visible de la persona, está relacionada con la fragilidad humana. Ella habla de caducidad y dependencia. Pero, en esa flaqueza transitoria Dios deposita su espíritu: el aire en movimiento que renueva cada partícula del ser y capacita para la existencia (Ez 37,5). Esta debilidad antropológica también queda explícita en la “garganta”: órgano de la respiración y de los deseos. Habla de la carencia humana. A cada respiro, la “garganta” recuerda que el aire de la vida es providenciado, no nace de la propia fuerza. El movimiento de la “garganta” puede revelar tanto la inquietud cuanto la paz interior (Sl 130,2).
    Los “ojos” no son sencillamente “ojos”. Ellos manifiestan las intenciones y las comunican. Son fuentes de mensaje y compromiso. Son transmisores que exteriorizan la personalidad. En el Primer Testamento no se admite un observar indiferente. Porque “observar” es reconocer. El proceso de liberación del pueblo de la Biblia inicia cuando Dios “ve” (Ex 3,7). De la misma forma, el “escuchar/oído” significa “comprender”. Cuando el profeta Isaías dice que cada mañana escucha como discípulo (Is 50,4-5) quiere decir que interioriza el mensaje recibido produciendo, en él, efecto para comportarse como profeta. En este sentido, la sabiduría entra por los “oídos”. La “nariz” (órgano de la respiración y del olfato es, al mismo tiempo, señal de las emociones) puede representar la “exaltación” y la “paciencia” según su dilatación (Gn 2,7; 2Rs 19,28). La “boca” está unida estrechamente a la “lengua” (Sl 8,3). Ella es puente de relación y comunicación (Pr 10,11). Con la boca no sólo se “come”, se “ríe” y se “besa”, con ella se transmite la palabra que manifiesta externamente lo que existe en lo secreto.
    Cuando el profeta Oseas dice: la seduciré, la conduciré al desierto y le hablaré al corazón (Os 2,16) está queriendo comunicar que le hablará allí en su raciocinio. El “corazón” es la sede del intelecto humano. Una vez que se habla al “corazón” ya no se olvida, porque se comprende lo comunicado. A diferencia de nuestra cultura, los órganos que representan los sentimientos, en el mundo bíblico, se encuentran en las “vísceras”: en los riñones (sede de la intención) (Jr 11,20), en el hígado (Sl 16,9; Lm 2,11; Sl 72,21). Por ejemplo, decir “te amo con el hígado” es sinónimo a decir: “te amo intensamente”. En esta atmósfera de interioridad se encuentra el “útero”. Él representa la misericordia divina. ¡Observe qué belleza! El órgano de mujer, donde se gesta la vida es un recurso eficaz para hablar del rostro femenino de Dios. (1Sa 1,10-13; Sl 21,10.11).
    Queridos/as amigos/as lectores/as… quedan muchas cosas a compartir, pues la antropología bíblica es maravillosa. En esta corriente de teología se pueden interpretar expresiones como estas: tienen ojos, más no ven; tienen oídos, más no escuchan… pues se trata de funciones no limitadas a personas con órganos “sanos”. Esta teología se contrapone a la divulgación de propagandas publicitarias que dejan algunas personas “anuladas” socialmente. El cuerpo bonito no es aquel que posee “curvas extraordinarias”. Según nuestra fe somos hermosos/as al formar parte de Cristo, cabeza de nuestro Cuerpo. La cabeza es la parte primordial del conjunto corpóreo, pues sintetiza toda nuestra vitalidad. No somos apéndice, somos miembros activos de un solo cuerpo que nos integra armoniosamente mediante el Espíritu. Si tomamos conciencia de la cabeza que nos soporta, si amamos con el hígado, si entendemos con el corazón, si perdonamos con el útero… transmitiremos la belleza perfecta.
    Rincón de la Palabra / Ángela Cabrera, op.

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