Al celebrar la resurrección de Jesús como un acontecimiento divino y sobrenatural, en donde Dios manifiesta todo su poder y esplendor, es necesario meditar la experiencia que tuvieron los primeros discÃpulos en el encuentro con Jesús resucitado. Sabemos que la resurrección no es propiamente un hecho histórico que se pueda constatar cientÃficamente, sino que es la experiencia de fe de los primeros discÃpulos; no una experiencia mágica, sino vivencial, y que ha sido transmitida de generación en generación por la tradición de la Iglesia hasta el dÃa de hoy, como fundamento de nuestra fe.
Para los primeros cristianos la resurrección de Jesús es una actuación de Dios que, con su fuerza creadora, los rescata de la muerte para introducirlos en la plenitud de su propia vida. Jesús muere gritando: “Dios mÃo, ¿Por qué me has abandonado?” y entregando su espÃritu; y al morir se encuentra con su Padre, que lo acoge con amor inmenso, impidiendo que su vida quede aniquilada. En el momento que Jesús siente que todo se ha perdido, que todo ha fracasado, que su ser se pierde tristemente como el de todos los humanos, interviene Dios para regalarle su propia vida; allà donde para lo humano todo se termina y parece hundirse en el absurdo de la muerte, Dios empieza algo radicalmente nuevo, comienza una nueva creación.
Con esta intervención de Dios, los primeros cristianos descubren que se ha iniciado la resurrección final, que ha llegado la plenitud de la salvación. Jesús es el primero que ha nacido a la vida plena y definitiva con Dios. Su resurrección no es privada, no solo le afecta a él, sino que es el fundamento y la garantÃa de la resurrección de la humanidad y de toda la creación (1Cor 6,14). Con la resurrección de Jesús, Dios sale de su ocultamiento y revela su voluntad, la cual buscaba desde el inicio de la creación: compartir su felicidad infinita con el ser humano.
En los discÃpulos, es Dios mismo el que está inspirando su búsqueda, iluminando sus preguntas, aclarando sus dudas y despertando su fe inicial a nuevos horizontes. La convicción que tienen ellos es que Dios está haciendo presente a Jesús resucitado en sus corazones. Se dan cuenta de que Dios les está revelando al crucificado lleno de vida, y que antes no lo podÃan captar, pero ahora lo están viendo en toda su gloria. El resucitado, más que mostrar su figura visible, va creando unas condiciones entre ellos en la que puedan percibir su presencia.
Un ejemplo claro de esta experiencia es Pablo. Él explica su conversión como una gracia; un regalo que él atribuye a la iniciativa de Dios; él solo puede decir que ha sido alcanzado por Cristo, el cual se ha apoderado de él y lo ha hecho suyo. El impacto ha sido tan grande que reorienta su vida totalmente. Este encuentro con el resucitado le hace comprender el misterio de Dios y la realidad de la vida de manera diferente; en su vida se produce una revolución total de criterios.
Lo decisivo en la transformación de los seguidores de Jesús ha sido un encuentro personal con Jesús lleno de vida, el cual está de nuevo con ellos. Los discÃpulos se encuentran con aquel que los ha llamado al servicio del reino de Dios y al que han abandonado en el momento crÃtico de la crucifixión; en sus corazones hay tristeza no solo por su muerte, sino también “la tristeza del culpable”. Sin embargo, el encuentro con Jesús es un encuentro de perdón; el resucitado les regala paz y bendición de Dios, y los discÃpulos se sienten perdonados y aceptados de nuevo a la comunión con él. Jesús les infunde su aliento y los libera de la tristeza, la cobardÃa y el miedo que les paraliza.
Esta experiencia decisiva que tienen los discÃpulos en sus vidas, la de experimentar a Jesús resucitado, vivo en sus corazones, es lo que los lleva a regresar a sus comunidades y anunciar lo que han vivido. Regresan a trabajar por el reino de Dios, a vivir como Jesús vivió, acogiendo a los más pobres y excluidos de la sociedad, anunciando el amor como mandamiento supremo de la ley de Dios, y amando a todos de igual manera. / ADH 756
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