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    viernes, 26 de junio de 2015

    Dar razón de la propia gestión

    Las razones del corazón | Manuel Soler Palá, msscc 
    Dar razón de la propia gestión

    De vez en cuando leo, y me sorprendo, acerca del goteo —imparable, al parecer— de las defecciones que afectan a los cristianos. Me preocupa el tema. El asunto es muy complejo y de nada serviría, a no ser para embrollar las cosas, recurrir a las simplificaciones. Dejemos éstas para los mítines y los ataques demagógicos al adversario. De poco sirven a la hora de buscar una respuesta a los hechos, los cuales hay que observar desde muy diversos ángulos.
    Las cifras de los que anualmente abandonan la Iglesia son imprecisas, aunque alarmantes. No vamos a precisar números. El hecho es que se trata de un goteo constante, sin pausa. Por lo general quienes desaparecen de la escena no meten mucho ruido. Tal como acontece con el cambio climático o la deforestación de nuestros bosques.
    Por supuesto que resultaría injusto cargar sobre las espaldas de los dirigentes eclesiásticos la responsabilidad de un tal descalabro. Pero nada injusto es que se les soliciten explicaciones de cuanto ocurre y de cómo gestionan la situación para detener la hemorragia. Puesto que la alta jerarquía es la que monopoliza las grandes decisiones en la Iglesia.
    Dar las explicaciones requeridas
    En las Instituciones políticas o de negocios los dirigentes tienen que dar la cara periódicamente, según determinen los estatutos. Se les obliga a dar cuenta del estado de la nación o de la empresa. En la Iglesia los obispos exponen el estado de sus respectivas diócesis al Papa y sus colaboradores en un período que va de los cinco a los diez años. La verdad es que se trata de una gestión un tanto protocolaria y sin gran resonancia. A menos que aparezcan escándalos, se cumple con el expediente y se acabó. Por lo demás, las explicaciones no se dan a los feligreses.
    Los dirigentes de las Congregaciones y Órdenes religiosas cada cuatro o cada seis años ofrecen una relación del estado del Instituto a unos representantes elegidos del mismo. Los que terminan el período exponen su visión de las cosas y detallan el cómo de su gestión ante ellos. Se da la oportunidad para una interpelación de mayor calado. Además, se elige a un nuevo equipo dirigente. Normalmente esta rendición de cuentas adquiere el nombre de Capítulo.
    El hecho es que, de cara a los fieles —para quien en último término unos y otros trabajan—, nadie rinde cuentas. La jerarquía se exime de dar explicaciones. En el caso de los obispos, se trata de dirigentes que no se renuevan hasta que se jubilan, al contrario de lo que sucede en las mencionadas Congregaciones. No dicen aquello de que Dios y la historia juzgarán las acciones (del Papa o de los respectivos obispos), pero lo dan por supuesto. Dios y la Historia… ¿y por qué no los agentes de pastoral o los fieles o una representación de los mismos?
    Porque es muy cierto que los eventuales errores, despropósitos e incluso corrupciones sucedidas en el interior de la Iglesia salpican muy de cerca a quienes se ven obligados a dar la cara, pues que se tropiezan en la calle con inconformes y disidentes. La alta jerarquía suele permanecer a buen recaudo en sus amplios habitáculos y por lo general no se desplaza en transporte público o por las calles mezclándose con la gente de a pie.
    Las murmuraciones —si es que no los insultos— llegan a los oídos de quienes comparten las aceras o cualquier sala de espera. A saber, los párrocos, los vicarios, los que no disponen de chófer ni de secretario, los cristianos a secas. Por lo cual parece de toda razón, justo y saludable, que se les den explicaciones de la gestión.
    Y, si no es mucho pedir, hasta se les podría invitar a quienes más directamente pagan las consecuencias, a que formularan preguntas y manifestaran ideas. Al fin y al cabo conocen bien el paño ya que andan por donde se cocinan las dificultades, aparecen los escollos y amenazan los riesgos.
    No sería justo, no, cargar en el haber de la alta jerarquía todos los yerros que empujan a muchos a salir de la Iglesia dando un portazo. Pero sería menos injusto que los sufridos y acosados agentes de pastoral obtuvieran algunas explicaciones sobre las situaciones que les salpican.
    Una comunidad de hermanos
    Sólo las instituciones de lastre autoritario se consideran exoneradas de dar explicaciones de la gestión de sus dirigentes. Exigir la rendición de cuentas de las altas jerarquías no inferiría ofensa alguna a la naturaleza de la Iglesia. Porque si ésta no es democrática, mucho menos es antidemocrática. No es lo primero porque su naturaleza no depende del número de votos. Menos todavía es lo segundo, dado que una comunidad de hermanos que se quieren y respetan jamás puede regirse por pautas antidemocráticas.
    Por lo demás, alegar que la Iglesia es antidemocrática porque su naturaleza no tiene que ver con el frío conteo de los votos sería un despropósito. En los mejores momentos de la historia eclesial los fieles eran escuchados. Por ejemplo, a la hora de elegir al obispo o al líder de la comunidad parroquial.
    Por extraño que suene a los oídos de los fieles de hoy día, en el primer milenio, ni el obispo ni el párroco les sobrevenía a los fieles como un objeto no identificado (OVNI) para, de pronto, hacerse con todos los resortes del poder. No, entonces quienes iban a obedecerlo lo elegían de entre sus hermanos porque sabían de sus cualidades, de su amor al pueblo y de sus inquietudes para el futuro. Parece mucho más razonable.

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