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    miércoles, 4 de mayo de 2016

    Había una vez un Rey...

      Casa de Luz | Juan Rafael Pacheco / casadeluzjn812@gmail.com.  
     
    Había una vez un rey…
    Son pocos los niños que en algún momento no hayan oído un cuento de un rey que tenía… y por ahí sigue la historia.
    Pues el de nuestra historia es un rey que un día reunió a sus sabios, informándoles que había ordenado al mejor orfebre hacerle el más precioso anillo.  Dentro del anillo, en un compartimento secreto, quería guardar algún mensaje que pudiera ayudarlo en momentos de total desesperación, y que ayudara a sus herederos y a los herederos de sus herederos por siempre.
    Tenía que ser un mensaje pequeño para que pudiera caber debajo del diamante que engarzaría la joya.
    Para los sabios la encomienda era muy difícil. Fácil era escribir un voluminoso tratado sobre cualquier tema, pero… ¿un mensajito minúsculo?
    En palacio vivía un anciano sirviente que había servido al padre del rey, cuya madre murió joven, tocándole al sirviente educar al jovenzuelo.  Para el rey era como otro padre, y le consultó sobre el caso.
    --No soy sabio, ni erudito, ni académico, pero conozco el mensaje que te interesa. Aquí he conocido mucha gente. Recuerdo un sacerdote, amigo de tu padre. Al partir, agradecido, me dio este mensaje.
    El anciano lo escribió en un papelito, lo dobló y se lo entregó al rey con instrucciones de no leerlo sino cuando todo lo demás hubiera fracasado, cuando no encontrara salida a su situación.
    Años después, el reino fue invadido. El rey perdió sus dominios. Huyendo velozmente a caballo para salvar la vida, perseguido por sus enemigos, sólo y abandonado, llegó a un lugar donde el camino terminaba en un profundo precipicio.  No había escapatoria. 
    En ese momento recordó el anillo.  Abrió el compartimento secreto y encontró el mensaje que no tenía precio.  Simplemente decía: “Esto también pasará”.
    Efectivamente, de repente sintió un gran silencio. Tal parecía que sus perseguidores se habían extraviado. El rey se sentía profundamente agradecido del sirviente así como de aquel sacerdote. Esas palabras habían resultado milagrosas. Guardó cuidadosamente el papel en el anillo. Reunió sus ejércitos y reconquistó el reino.
    El día que entraba de nuevo victorioso hubo una enorme celebración con música y bailes. El rey se sentía muy orgulloso.
    El anciano, sentado a su lado en la carroza triunfal, le dijo:
    -Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
    -Imposible, dijo el rey. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi regreso, no estoy desesperado y no me encuentro en ninguna situación sin salida.
    - Escucha -dijo el anciano-, este mensaje también es para las situaciones placenteras. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
    El rey bajó la cabeza y releyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente, como por milagro, sintió la misma paz y el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego, habían desaparecido.  El rey finalmente comprendió el mensaje.
    ¿La moraleja? Ya lo dice el mensaje del anciano: recuerda que todo pasa.  No hay nada permanente.  Hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como dones de Dios porque así fuimos creados. Grábatelo bien en tu cabeza y en tu corazón.
    “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…”
    Bendiciones y paz. ADH 796.

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