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    jueves, 15 de diciembre de 2016

    Quinta obra de misericordia: asistir a los enfermos

    Rincón de la Palabra | Hna. Ángela Cabrera, MDR. 

    LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES  



    Quinta obra de Misericordia: Asistir a los enfermos (Mt 25,36).

    La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el ser humano experimenta su impotencia, sus límites, y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.[1]

    El enfermo más referente, en el Antiguo Testamento, es Job. Ahí tenemos una escuela de sabiduría. Las fuerzas del mal no creían que una persona, en la desdicha, podía seguir siendo fiel a Dios. Job padeció como nadie: quedó solo, arruinado, sin familia, enfermo, sufrido. Las únicas personas que se le acercaron lo atacaban con vanas discusiones. Por eso les manda a callar la boca para poder expresarse (Jb 13,13). Es entonces cuando, en su impotencia, comienza hasta discutir con Dios. Pero nunca lo maldice. Cuando Job entiende que no sabe nada, cuando deja que Dios sea Dios, entonces, comienza a tornarse un hombre sabio.

    Alguien dijo que el “sufrimiento” es como la basura, que nadie lo quiere, pero sirve de abono. El Sal 6 es el lamento de un enfermo. En el texto descubrimos tres tipo de sufrimientos: físico, psíquico, y social; o sea, el enfermo tiene dolor en todo el cuerpo, posee el tormento interior, como quien dijera: qué he hecho para merecer tal castigo (imagen falsa de Dios), y también está el sufrimiento por la soledad. Los amigos y familiares, que no son verdaderos, se alejan de la persona en sus horas tristes.

    Es en este contexto donde se hace necesaria visitar y asistir a los enfermos. En el Nuevo Testamento aparece una forma típica de visitarlos, en la que se articulan tres momentos: la visita, la oración y el rito; este último tiene dos formas: la imposición de manos o la unción con aceite (St 5,14; Mc 6,13).

    Con la sagrada unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia los encomienda al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los sane (St 5,14). Incluso, los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo (Rm 8,17), y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios (Lg 11).[2]

    Nos anima Monseñor Valentín Reynoso (Plinio) a considerar, que los momentos de dolor, de debilidad y de soledad, que muchos enfermos experimentan en su vida, son una participación muy especial en el sufrimiento pascual de Cristo. Llevar la Comunión a los enfermos en los momentos de debilidad, es ofrecerles la fuerza de Cristo, bajo la forma del sacramento de la Eucaristía, memorial de la muerte redentora del Señor. Expresar y alimentar los lazos de comunión con la comunidad a la que se pertenece, facilita el que la comunidad se acuerde de sus enfermos y los enfermos, por su parte, sientan la cercanía de su comunidad.

    Monseñor subraya que el ministro de la comunión es un testigo de la misericordia ante el enfermo. Los laicos que llevan la Eucaristía a los enfermos y ancianos en sus casas u hospicios, hospitales, clínicas, incluyendo a miembros de sus propias familias, están restaurando una práctica que floreció mucho entre el siglo II y el V. En esos primeros siglos de la cristiandad.

    Mons. Plinio, en su obra[3], ofrece elementos clave para todas las personas que deseen ser  testigos de la misericordia, convirtiéndose en buen samaritanos, con todo aquel que se encuentra herido en el camino, para que el atardecer de la vida puedan escuchar las consoladoras palabras de Jesús: “Cuantas veces lo hicieron con uno de mis pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).

    ·         ¿Qué situaciones viven los pobres cuando se enferman?
    ·         ¿Cómo me comporto ante alguien con una receta médica y sin dinero en el bolsillo?
    ·         Cuando me enfermo o paso por algún sufrimiento: ¿doy gracias a Dios por las personas que me visitaron o me lamento por los que no llegaron?
    Animando al compromiso

    ü  Identificar los enfermos de la comunidad para visitarlos.
    ü  Informar a la pastoral de la salud sobre los enfermos de la comunidad.
    ü  Ser sensibles y solidarios con quienes no tienen con qué comprar una receta médica.
    ü  Acudir a los animales heridos que se encuentran indefensos.
    ü  Colocar insecticidas naturales a las plantas enfermas.
    ü  Llevar un mensaje de esperanza a las personas sufrientes.



    [1] Consejo Pontificio, Las obras de misericordia, 42.
    [2] Ibid. 43.
    [3] Monseñor Valentín Reynoso (Plinio), Formación permanente de los agestes de pastoral de la salud, Santo Domingo, MSC, 2015.

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