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    miércoles, 1 de marzo de 2017

    Mi vida transcurrió con Dios

    CASA DE LUZ | Por Juan Rafael Pacheco  / casadeluzjn812@gmail.com
      

    Mi vida transcurrió con Dios
      
    Mi vida transcurrió con Dios permitiendo que yo recorriera muchos renglones torcidos, mientras Él sí sabía lo que estaba permitiendo. 
    A los once años, quise ser Hermano de La Salle. Mis padres se opusieron, me cambiaron de colegio y me enviaron a la Escuela Normal “Presidente Trujillo”, en el barrio de Villa Francisca en la capital, donde iban todos los “tígueres” del barrio. Rápidamente los “tígueres” se encargaron de sacarme de la cabeza todas esas ideas de ser “cura”, y después de dos años en la Normal, ya cambiado, regresé a La Salle.
    De ahí en adelante, mi vida incluyó un primer matrimonio, sin hijos, terminado en divorcio después de cinco años; un segundo matrimonio con tres hijos, -Virginia Alicia, Juan Rafael y Miguel Andrés-, pero plagado de problemas y disgustos.  Mientras tanto, mi negocio creciendo y creciendo y yo haciéndome cada vez más rico, pero lleno de continuas presiones, de dificultades, de sinsabores, de crisis, y de pretender resolverlo todo con dinero, sin encontrar quien me vendiera la paz que yo tanto necesitaba.
    En toda esa larga etapa de treinta y seis años, la recompensa a mis esfuerzos la encontraba en el alcohol. Nunca me consideré alcohólico, y sin embargo bebía prácticamente todos los días, y esos dos matrimonios, así como el tercero, -con Fella, mi esposa-, estuvieron plagados de mis infidelidades.
    Cansado de mis actuaciones, un día Dios me soltó en banda por un sólo segundo, y perdí todo mi dinero, todo mi prestigio, mi poder, mis muchos amigos, mis muchos compadres y comadres y prácticamente todos mis familiares, que me dieron la espalda. 
    No obstante ese sofocón tan grande, tan pronto como pude regresé de nuevo a mi vida desarreglada. Poco después muere mi hijo mayor, y ni esa tragedia permite que yo rectifique mi forma de vivir. Dios permite que yo continúe caminando por renglones torcidos. Hasta un día que encontré un ángel enviado directamente a mí por el Señor, un médico que me hizo un chequeo, y me encontró tan mal, que enterado de  las muchas empresas que yo había tenido, me dijo, cara a cara: “Pero bueno Dr. Pacheco, usted que ha sabido manejar tantas empresas, ¿cómo es posible que no haya aprendido a manejarse usted mismo?”.
    Hasta ese día bebí alcohol. De ahí en adelante ni whisky ni vodka ni ginebra ni ron ni cerveza ni vino ni nada, y nada de eso me ha hecho falta.
    Rápidamente regresé a los caminos claros del Señor, de los cuales nunca me había apartado, pero en los que nunca le fui realmente fiel, ni nunca me había entregado completamente a Él. Y tuve mi encuentro personal con el Señor Jesús el 15 de diciembre de 2001, en un Seminario de Vida en el Espíritu, en la Casa de Emaús, aquí en Santiago.
    En esos momentos empecé a experimentar ese don tan grande de la felicidad, de la paz. Junto con Fella me integré a la Escuela de Evangelización “Nuestra Señora del Sagrado Corazón” -así como más adelante lo haría nuestra hija Mercedes Laura-, iniciando con el Curso Felipe y continuando hasta nuestra graduación, convirtiéndonos en evangelizadores, en predicadores, en profesores formadores de evangelizadores, en una palabra, en aquello que Dios quiso para mi vida, que yo fuera Hermano de La Salle.
    Y hago mías las palabras de Pablo cuando nos dice: “Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia.         
    Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en Él para alcanzar la Vida eterna. ¡Al Rey eterno y universal, al Dios incorruptible, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.”  (1 Tim 1, 12-17).
    ¡Bendiciones y paz!
    Este testimonio aparece publicado en la página 221 de mi libro “La Mariposa Azul y los Regalos de Dios – Historias y cuentos para sanar tu corazón”.  Disponible en Librería Cuesta y La Sirena. ADH 809.

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