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    lunes, 30 de septiembre de 2019

    La Proclamación

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, msc

    La Proclamación

    Lema: “predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2)
    Proclamación de la Buena Noticia de Jesucristo… ¿Percibimos nosotros esa Buena Noticia? Los medios de comunicación, las redes sociales, nuestras evaluaciones pastorales y nuestra realidad nos ahogan en sus torrenciales tormentas de malas noticias. ¿Cómo proclamar el Evangelio de forma que resulte influyente contra el agobio, el cansancio y la frustración reinantes? Existe la tentación de concluir que lo único que podemos hacer es seguir la corriente del poder de la tecnología y de la ciencia. Pero no es verdad, podemos crecer, hasta en la manera de proclamar la Palabra en nuestras celebraciones litúrgicas.

    En la proclamación del evangelio hay una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada. Al proclamar, necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No estamos llamados a ser héroes ni mártires cada día, nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amistoso al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayito de alegría en un corazón agobiado… Es la proclamación sencilla y cotidiana del evangelio que vivió Jesús.

    No esperar resultados
    Al proclamar la Palabra caemos en peligro de programarnos en espera de los resultados para experimentar gozo, alegría y paz. Pero si examinamos bien el envío a la misión, nunca incluye la vuelta, lo valioso es el coraje de aceptar el llamado y disponerse a vivir lo creído. Somos urgidos a compartir la fe. No creemos verdaderamente sino nos convertimos en proclamadores de lo que creemos. “Salió el sembrador a sembrar”. Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que la semilla pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos. Eso es la proclamación, empoderarse de la Palabra y comunicarla, ahí está la importancia de la proclamación.

    Desalentados por la árida realidad de nuestro mundo cambiante, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desanimarnos, con más humildad y verdad. El Evangelio no ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo estamos proclamando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.

    El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence”.

    Proclamación-Evangelización-Misión
    Proclamar es Evangelizar, comunicar Buena Noticia, hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos, impulsados por el Espíritu del Dios bondadoso.

    Evangelizar es "desplazarse", buscar el encuentro con la gente, comunicarnos con el hombre y la mujer de hoy, no vivir encerrados en nuestro pequeño mundo eclesial…

    Lo primero es salir de nuestra casa. Es lo que pide siempre Jesús a sus discípulos: “vayan por todo el mundo...“Vayan y hagan discípulos.... Para sembrar el Evangelio hemos de salir de nuestra seguridad y nuestros intereses. Evangelizar es "desplazarse", buscar el encuentro con la gente, comunicarnos con el hombre y la mujer de hoy, no vivir encerrados en nuestro pequeño mundo eclesial. Esta "salida" hacia los demás, ofrece a las personas la oportunidad de encontrarse con Jesús y conocer una Buena Noticia que, si la acogen, les puede ayudar a vivir mejor y de manera más acertada y sana. Es lo esencial.

    Misión Bíblica Católica

    Fijémonos cuántas energías espirituales que hay en nuestras comunidades, sectores, movimientos, pastorales y grupos en general y que están quedando a sin explotar, bloqueadas por un clima generalizado de desaliento, falta de compromiso y desencanto. Nos estamos dedicando a "sobrevivir" más que a sembrar vida nueva. Hemos de despertar nuestra fe. Ahora que en nuestras comunidades estamos hablando de la Misión Bíblica Católica, para la que poco a poco nos preparamos, no nos distraigamos haciendo más de lo mismo, escuchemos la voz de Dios y pongámonos manos a la obra en la realización de su voluntad; convirtámonos en signos de salvación, en testigos alegres de la presencia de Dios salvando a su pueblo. Afanemos en el acompañamiento de su pueblo y su proceso de crecimiento espiritual y dialoguemos continuamente sobre los pasos a dar para no quedarnos rezagados en el tiempo.

    Uno de los espacios más concurridos y constantes, lo constituye nuestra liturgia. La proclamación de la Palabra la vivimos en cada celebración comunitaria: Una primera lectura, un Salmo responsorial, la segunda lectura y el Santo Evangelio. Es la práctica más extendida de nuestra Iglesia ya que es donde se dan cita más creyentes y con mayor regularidad que en ninguna otra práctica eclesial. Nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios y renovar la comunión con él y con los hermanos. El ministerio de los Lectores se convierte en una gran oportunidad para proclamar la Palabra de Dios en la liturgia dominical y en las celebraciones cotidianas. Aprovechemos la Misión Bíblica Católica para retomar nuestra corresponsabilidad eclesial y comunitaria. Evangelización, testimonio y liturgia son los momentos privilegiados de la proclamación de la Palabra.

    Proclamemos con fe, con realismo y con verdad. La exhortación de San Pablo a Timoteo de que predique en todo tiempo está lejos de ser asumida por nosotros, pero continúa sonando con urgencia en nuestros oídos y en nuestros corazones. Octubre es el mes de la misión eclesial, una misión evangelizadora, una evangelización pedida por Jesús a sus discípulos como manera de seguirlo en todo tiempo y en el mundo entero. Dos mil años después del mandato de Jesús: «Vayan por todo el mundo» (Mc 16,15); «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19) «Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea…» (Hch 1,8); La misión exige descentramiento, salida, desinstalación. Somos invitados a proclamar el Evangelio desde nuestra realidad, tal como la juzgamos en nuestros días, haciendo una relectura positiva de nuestras crisis y aspirando a   creciendo en la esperanza y confianza de la promesa del Señor. ADH 838.

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