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    viernes, 29 de mayo de 2020

    Extraño Pentecostés


    Biblia | Mari Paz López Santos  




    Extraño Pentecostés


    Pentecostés pone punto final a la Pascua, cuarenta días de espera, y ese mismo día se cumplen ochenta días desde el inicio de un hecho insólito, inesperado, imprevisto: la humanidad confinada. A lo largo de la historia ha habido pandemias pero aquí nos une, a nivel mundial, la capacidad de rápida propagación que afecta a todos.


    Pero estoy empezando por el final. Hay que rebobinar, hablar de este tiempo de encierro de la comunidad humana.


    Recordemos situaciones habitualmente “comunitarias” vividas desde el vacío absoluto. La Basílica de San Pedro y la plaza Bernini, vacíos… será una imagen difícil de olvidar. Se celebra pero el Pueblo de Dios no está presente. Se vive en la distancia, con los medios de comunicación actuales, pero no está presente.


    Centros religiosos de todas las confesiones, congresos, reuniones, fiestas populares, etc. Todo lo que congrega para celebrar, silenciado por un virus amenazante.


    Se han parado los gestos más humanos como atender y acompañar a los enfermos, enterrar a los seres queridos, visitar a personas mayores en las residencias o a las que viven solas en sus domicilios.  Los abrazos y besos se han aplazado. Estamos aprendiendo a identificar las sonrisas de los ojos por encima de las mascarillas. Todo gesto humano se ha dado la vuelta. Es una lección que no hay que olvidar.


    Por cierto, una curiosidad que habrá que meditar, desde que los humanos estamos confinados el planeta da palmas y se manifiesta con un esplendor que habíamos olvidado.


    ¡Qué bien podemos adentrarnos este Pentecostés en el momento de encierro de los discípulos de Jesús!… “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.


    Encerrados, temerosos, sabiendo a quien tenían miedo. Juntos, apagados, inexpresivos. No pensaban cómo salir de la situación, no se sentían capaces. ¡Si al Maestro le pasó lo que le pasó, qué pasará con nosotros! “Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. No entendían. No entendemos.


    “Y les enseñó las manos y el costado”. Los tranquilizó. Nos tranquilizas. “Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Brotó la alegría, pero insiste: “Paz a vosotros”. Paz… Paz… que nadie se altere, que no se descentren los corazones. Paz, haya Paz. La que se escribe con mayúsculas que es la tuya, la que das a quien quiera recibirla.


    “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No vale encerrarse, ni siquiera juntos, protegiéndose del mundo. Envías. Nos envías.  “Recibid el Espíritu Santo”. La alegría y la sensación de Paz acabaron con el miedo.


    Recibir el soplo del Espíritu transformó su realidad de confinamiento en una inmersión de gracia que no podían contener y salieron. ¿Quién puede retener para sí la fuerza vital del Espíritu Santo? Empezaron a generar interrogantes y preguntas por donde quiera que iban.


    “Acudió la multitud y quedaron desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” (He 2, 1-11) Se expresaban en una lengua que entiende cualquier persona, sea de la nacionalidad de que sea; la entienden los sabios y la entienden los niños. Es un lenguaje universal, es el Amor.


    Pentecostés es el “después” del tiempo de aprendizaje y del tiempo de la desilusión. Pentecostés es el tiempo para salir por ahí e ir contagiando… ¡Qué palabra tan peligrosa en este tiempo! Insisto, tiempo de contagio y propagación de un soplo de Vida que no cesa si dejamos que se expanda, si no lo retenemos, si no nos escondemos.


    Pentecostés es el tiempo de la comprensión del momento presente, aunando pasado y futuro, viviendo no como individuos temerosos y aislados sino juntos.


    Pentecostés es la fiesta de la Comunidad y se sirven deliciosos manjares: alegría, paz, solidaridad, abrazos de los que se dan, besos de los que hemos echado en falta, encuentros aplazados y al fin conseguidos. Pentecostés es el tiempo de Dios y se vive desde el Amor.


    ¡Ven Espíritu divino!  Ayúdanos a no olvidar lo vivido, los buenos propósitos de cambiar lo que no vale, de valorar lo esencial tantas veces enterrado en preocupaciones, planes y proyectos que no son lo que parecen y nos llevan tanto tiempo que descuidamos la atención a lo importante: niños, mayores, amistad, compromisos solidarios ¡Ven Espíritu divino… y empapa nuestro corazón de sensatez y ayúdanos a no olvidar que lo único urgente es lo esencial: el cuidado de la Vida en todas sus formas! (Tomado de: Eclesalia Informativo).


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