La casa
En
la carta encÃclica LAUDATO SI el Papa
Francisco titula el primer capÃtulo: “Lo que le está pasando a nuestra casa”.
La casa común, la situación de la humanidad y del mundo. Cuando la situación de
la humanidad, su calidad de vida, y del mundo, se vuelve preocupante, es porque
va por derroteros nada convenientes. Hay sufrimiento. “Si la mirada recorre las
regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha
defraudado las expectativas divinas” (LS 61)
De todos sus habitantes es la
responsabilidad de cuidar esta casa que se nos ha dado. “Los cristianos, en
particular, descubren que su cometido dentro de la creación, asà como sus
deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (Juan Pablo II)
“En la primera narración de la obra creadora
en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la humanidad.
Luego de la creación del ser humano, se dice que “Dios vio todo lo que habÃa
hecho y era muy bueno” (Gn1,31). La Biblia enseña que
cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona
humana, que “no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas” (LS 65)
Como también es capaz, con y por otras personas, de “labrar y cuidar” el jardÃn
del mundo (cf. Gn 2,15). “Mientras que “labrar” significa cultivar, arar o
trabajar, “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar.
Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la
naturaleza” (LS 67)
Somos parte de esa “casa común”, parte
del entramado de relaciones en el que convivimos… y hemos de cuidar. Esto
supone cuidar cómo somos casa cada uno de nosotros, cómo influimos en las vidas
de otras personas, cómo contribuimos a que se sientan acogidas y acompañadas,
asà vamos creando un hábitat que nos humaniza, que es expresión del proyecto de
Dios, del amor de Dios.
“Las casas son construcciones para ser
habitadas, es cierto, y desempeñan un papel decisivo en la elaboración de
nuestra experiencia humana. Pero, además, todas las casas hablan, por su
presencia o ausencia, de algo que está más allá de ellas. Hablan de lo que es
un ser humano, materia inmensa y breve al mismo tiempo, algo
asombroso. Hablan del conocimiento que sólo es verdadero si alberga
en sà la conciencia de lo que hoy ignora y seguirá ignoto hasta el final.
Hablan de la lucha por la supervivencia,
con su rudeza, su dolor y tumulto, pero también de la excedencia que
experimentamos, porque si la vida no se desborda, no es vida. Hablan de la
intimidad, dentro y fuera de la piel. Hablan del silencio y de la palabra, que
unas veces se contradicen y otras no. Hablan de lo cumplido y de lo postergado,
del sueño y de la vigilia, de lo fraterno y de lo opuesto, de la herida y del
júbilo, de la vida y de la muerte.
Habitar, decÃa Heidegger, significa
“proteger y cultivar”. El filósofo recurre a una cita del texto bÃblico sobre
los orÃgenes: Dios, el Señor, tomó al hombre y lo puso en el jardÃn del
Edén para que lo cultivara y lo cuidara (Gen 2, 15). Cultivar
nos remite, asÃ, al modo en que transformamos la naturaleza con nuestra
actividad. […] Además, el ser humano está llamado no sólo a cultivar, sino
también a proteger. Es decir: no sólo a servirse de la vida para poder vivir,
sino a cuidar de los demás seres vivos, y, en este sentido, de toda vida que
encuentra… El rasgo fundamental del habitar es este cuidar.”
(José Tolentino Mendonça)
Habitar y cuidar son rasgos y expresiones
del oficio de ser persona. En el cómo habitamos y en el cómo cuidamos, damos a
conocer qué personas somos y cuál es nuestra manera de ser. “Manera de ser que
se muestra como movimiento de salida y a la vez “reflexivo”, es decir,
autorreferencial, de repliegue sobre sÃ. En el movimiento de la existencia se
está implicado. Si bien puede hablarse de madurez, más que con hitos alcanzados
y superados, la existencia tiene que ver con la tensión y la vigilia. En cuanto
tensión reflexiva busca, por un lado, amparar y ampararse y, por otro,
comprender. El cuidado, la solicitud, el amparo están ligados a la experiencia
de la finitud y la vulnerabilidad…” (J. M. Esquirol)
Desde esta realidad que nos define,
finitud y vulnerabilidad, tenemos que ser, hacernos, crecer, habitar en lo que
se nos han regalado y hacerlo más habitable, “cuidar y labrar”, y capacitar
para los que puedan llegar y podamos traer.
Este trabajo, esta misión, este oficio es
propiamente nuestro, es humano y es humanizador, y requiere de ese movimiento
de salida y a la vez de repliegue sobre sÃ, autorreferencial, “reflexivo”.
“Nadie
se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.
(Carl Jung)
Y en la casa, en ese espacio que nos
encontramos y que podemos construir y que somos cada uno, es donde mejor se
crean, se aprenden, se viven, los vÃnculos afectivos, que son un reflejo de la
relación que mantenemos con nosotros mismos. Cada uno es protagonista y
responsable de su vida. Los demás ni nos dan ni nos quitan, son espejos que nos
muestran lo que tenemos y lo que nos falta. Ese contraste es una
oportunidad. Ante los demás y con los demás, el mejor maestro es uno
mismo, nuestra reflexión, nuestra valoración, nuestra respuesta. Toma de
conciencia y libertad para elegir y decidir, con responsabilidad. Los “otros”
son una invitación nada más y nada menos, importante, y no los vemos como son,
sino como nosotros somos: “proyección”. Esta toma de conciencia es un principio
que nos conduce a la sabidurÃa.
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