Liturgia | Olga Consuelo
Vélez Caro
Que no abran las iglesias hasta que
aprendamos algo de esta pandemia
La participación en el
culto eucarÃstico se ha visto alterado por la pandemia que vivimos. Las
iglesias tuvieron que cerrarse y, de pronto, la gente, acostumbrada, al menos a
la misa dominical, se quedó sin saber a dónde acudir. Proliferaron, entonces, las
misas por televisión e internet y las homilÃas por whatsapp y otras redes
sociales lo cual ayudó a muchas personas a mantener sus ritmos de celebración
litúrgica. Ya se comienzan a reabrir las iglesias, pero hay que mantener las
distancias y todas las prevenciones posibles porque el contagio sigue vivo y
también ocurre en los lugares sagrados.
Esto último es interesante
reflexionarlo porque algunos han considerado que cerrar los templos y tardar en
abrirlos ha sido una “estrategia” de los gobiernos ateos para ir en contra de
la religión u otras intenciones similares. Me parece que esto es
desproporcionado. Revela una falta de comprensión de lo que efectivamente pasa
con el virus -se contagia muy fácilmente y cualquier reunión de personas se
presta mucho más para ello- y tener apreciaciones de ese estilo se fundamenta
en una mentalidad sacral que cree que, por ser una actividad religiosa, se está
libre de las limitaciones y vulnerabilidades humanas. Es decir, no se llega a
asumir que nuestro Dios se ha encarnado en esta historia y por eso no nos libra
“mágicamente” de ninguna situación, sino que nos ha dado la inteligencia y la
solidaridad necesarias para que desde los medios humanos superemos o aceptemos
-según sea el caso- la realidad como ella es.
Lamentablemente hasta gente
del clero ha favorecido esa mentalidad porque han cuestionado el que no se
dejen reabrir los templos invocando que los están comparando con discotecas o
bares y que, es muy distinto lo que los fieles hacen en el templo a lo que se
hace en otros lugares. Es decir, parecen creer que el virus se contagia si
estás haciendo actividades “mundanas” pero no contagia si estás en actividades
religiosas.
Justamente porque en la
iglesia se defiende la vida -desde el nacimiento hasta la muerte- como se dice
en tantos espacios religiosos, ha de defenderse también en tiempos de pandemia
y eso implicarÃa, si en verdad fuéramos coherentes con esto, que no haya prisas
para abrir los templos, sino que justo, las personas de iglesia sean pioneras
en cuidar la vida y evitar todo aquello que la pueda poner en peligro.
Ahora bien, poder tener esa
libertad de los espacios fÃsicos, supone una madurez religiosa y una comprensión
auténtica de los sacramentos. Dios está en todas partes y eso lo afirmamos en
la más elemental doctrina del catecismo. ¿Por qué no vivimos eso con la
radicalidad que implica? La gran maestra de oración, Santa Teresa de Jesús,
decÃa que “Dios se encuentra entre los pucheros” (entre las ollas). Pero nos
empeñamos en hacer dos espacios en nuestra vida: lo corriente de cada dÃa y lo
religioso cuando vamos al templo. Esa dicotomÃa nos permite ser injustos e
insolidarios en el dÃa a dÃa y luego parecer bien piadosos cuando acudimos al
templo. La vida cristiana es una sola: la vida entera. Y lo maravilloso del
cristianismo es caminar con el Señor todo el tiempo, en todo lo que hacemos,
verle en todas las personas con las que nos encontramos, “amar a Dios en el
hermano a quien vemos” para que sea creÃble que “amamos al Dios a quien no
vemos” (1 Jn 4, 20).
Por otra parte, los
sacramentos son celebraciones de la comunidad, del pueblo de Dios reunido en su
nombre. Pero, lamentablemente, los sacramentos se han convertido, muchas veces,
en una relación individualista entre “Dios y la persona” y por eso se participa
de la EucaristÃa pero no se sabe quién está al lado, se va en la fila para la
comunión pero al recibir la eucaristÃa solo se pide por las necesidades personales
y no se vive la dimensión comunitaria que este y todos los sacramentos
implican. Los sacramentos se han convertido en algo tan “sagrado” que se alejan
de la vida. Por eso hemos oÃdo comprensiones tan reduccionistas como la de que
recibir la comunión en la mano es “mancillar” la sagrada eucaristÃa. Se
entiende todo esto porque no se conoce la historia de los sacramentos ni cómo
se han ido introduciendo modificaciones para responder a situaciones concretas.
Los sacramentos se han alejado de la vida y se han adornado con una aureola de
distante, sagrado, intocable, del que se desprende una gracia misteriosa que
solo los “puros” reciben cuando los celebran. Parece que se olvida que la
gracia de Dios abarca el universo entero y que el EspÃritu “sopla donde quiere”
(Jn 3,8). Tomado de religiondigital.org
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