La Trinidad, el nombre de Dios
Tal vez, recordemos aquella primera noche en la cual,
de la mano de nuestras madres, recibimos la primera lección de nuestro
cristianismo católico; “en el nombre del Padre y del Hijo y del EspÃritu Santo.
Amén.”
Adorando a Dios como Trinidad, nos adentramos en el misterio del “Dios de nuestros padres” como lo anuncia el pasaje de Daniel 3, proclamado en la EucaristÃa de hoy.
En el nombre del Padre. Jesús nos enseñó: cuando oren digan: -- Padre nuestro--. Se refiere a su Dios y nuestro Dios, como a un Padre, fuente de una generosidad tan grande que nos tomará la eternidad caminarla. Asà lo expresa (Éxodo 34): “Dios compasivo y misericordioso”. Los dioses de la antigüedad eran indiferentes al dolor humano. El Dios de Israel acompaña a su pueblo en su marcha y padece con él. La misericordia de Dios, revela que su compasión arranca de su corazón. Misericordia significa compadecerse de corazón.
En el nombre del Hijo. Los discÃpulos descubrieron que Jesús era el Hijo de Dios. Su relación única con el Padre lo revela, como el “Enviado” “para que el mundo se salve por él”. Asà lo expresa Juan en Juan 3, 16 – 18.
En el nombre del EspÃritu Santo. El interior de Dios está habitado por el EspÃritu, un dinamismo creador, fecundante, que va continua y eternamente, desde lo profundo del Padre hasta lo profundo del Hijo y del Hijo al Padre. El EspÃritu nos hace hijos en el Hijo y nos comunica los sentimientos de Jesús.
En el Señor Jesucristo hemos experimentado el favor de
Dios, la gracia, que nos abre al amor del Padre y nos vincula en la comunión
del EspÃritu Santo (2ª Corintios 13, 11 – 13).
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