Nuestra Fe | P. Ciprián Hilario, msc
«Hoy estarás conmigo en el paraíso»
(Homilía
para la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo -Ciclo C-, lecturas: 2 Sam
5,1-3; Sal 121,1-2.3-4.5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43)
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
celebramos a Jesucristo como Rey del Universo. Pero no es un rey como los que
conocemos: no llega con ejércitos, no se sienta en un trono de oro, no impone
su poder con violencia. Su trono es la cruz; su corona, las espinas; su
corte, dos ladrones crucificados a su lado. Y, sin embargo, desde ese lugar
de aparente derrota, pronuncia la frase más poderosa y consoladora de toda la
historia: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Un
rey que une a su pueblo dividido
La
primera lectura nos recuerda cómo todas las tribus de Israel vinieron a David
en Hebrón y le dijeron: «Mira, nosotros somos hueso tuyo y carne tuya… Tú
serás el pastor de Israel». David es ungido rey y reúne a un pueblo que
estaba dividido.
Jesús
hace algo mucho mayor. En el Calvario, él no solo reúne a las doce tribus de
Israel, sino a toda la humanidad dispersa por el pecado. Desde la cruz atrae a
todos hacia sí (cf. Jn 12,32). El buen ladrón representa a cada uno
de nosotros: pecadores, alejados, pero capaces de reconocer en aquel hombre
crucificado al verdadero Rey.
Un
rey que reina desde la cruz
El
mundo se burlaba: «Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y
creeremos en él». El poder del mundo entiende la realeza como dominio, como
capacidad de bajar y aplastar al enemigo.
Pero
Jesús reina sin bajar de la cruz. Su poder es el amor que se entrega
hasta el final. Su realeza no consiste en evitar el sufrimiento, sino en
transformarlo en puerta del paraíso. Por eso el letrero encima de su cabeza
decía la verdad, aunque fuera con ironía: «Este es el rey de los judíos».
Sí, lo es. Y rey de todo hombre y mujer que, como el buen ladrón, se vuelva
hacia él en la hora de la verdad.
El
«hoy» de la salvación
- Fíjense en la palabra
que más resuena en el evangelio de hoy: HOY.
- «Hoy estarás conmigo en
el paraíso».
- No mañana. No después de
años de purgatorio. No cuando te lo merezcas. Hoy.
El
buen ladrón no tuvo tiempo de hacer penitencias largas, de restituir lo robado,
de ir a misa todos los domingos. Solo tuvo tiempo de una cosa: reconocer su
pecado, defender a Jesús y pedirle: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino».
Y
Jesús, que nunca rechaza a un corazón que se abre, le regala el paraíso… ¡el
mismo día!
Hermanos,
este «hoy» es también para nosotros.
- Hoy, cuando todavía
respiramos, podemos volvernos hacia él.
- Hoy, en este momento de
la misa, Jesús crucificado y resucitado se hace presente en el altar y nos
dice: «Hoy puedes estar conmigo».
- Hoy, en la confesión, en
la comunión, en la mirada al crucifijo de tu casa, en el hermano que sufre a tu
lado.
¿Qué
nos pide este Rey?
Al
buen ladrón le bastó una cosa: confiar. No justificarse, no
negociar, no poner condiciones. Solo confiar: «Jesús, acuérdate de mí».
A
nosotros nos pide lo mismo. No nos pide ser perfectos, nos pide ser sinceros.
No nos pide haber vivido siempre bien, nos pide volvernos hacia él ahora.
San
Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura: Cristo «nos ha trasladado al reino
de su Hijo querido, en cuyo reino tenemos la redención, el perdón de los
pecados». Ya estamos trasladados. Solo falta que lo creamos y vivamos como
ciudadanos de ese Reino.
Termino
con una imagen que siempre me conmueve:
En
la cruz, Jesús tiene a un lado a un ladrón que se burla y al otro a un ladrón
que se convierte. Los dos están a la misma distancia del Salvador. Los dos oyen
la misma voz. Los dos ven la misma sangre y el mismo amor.
- Uno se cierra y muere en
su pecado.
- El otro se abre y entra
el primero en el paraíso.
Tú
y yo estamos hoy a la misma distancia de Jesús que aquellos dos ladrones.
La
diferencia no la marca el pasado, la marca la decisión de este instante.
Por
eso, antes de comulgar, hagamos nuestra la oración del buen ladrón:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Y escuchemos, una vez más, la respuesta que nunca falla:
«Hoy
estarás conmigo en el paraíso». Que así sea. Amén.


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