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    viernes, 21 de noviembre de 2025

    «Hoy estarás conmigo en el paraíso» Homilía para la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo


    Nuestra Fe | P. Ciprián Hilario, msc



     

    «Hoy estarás conmigo en el paraíso»

    (Homilía para la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo -Ciclo C-, lecturas: 2 Sam 5,1-3; Sal 121,1-2.3-4.5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43)

     

    Queridos hermanos y hermanas:

    Hoy celebramos a Jesucristo como Rey del Universo. Pero no es un rey como los que conocemos: no llega con ejércitos, no se sienta en un trono de oro, no impone su poder con violencia. Su trono es la cruz; su corona, las espinas; su corte, dos ladrones crucificados a su lado. Y, sin embargo, desde ese lugar de aparente derrota, pronuncia la frase más poderosa y consoladora de toda la historia: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

     

    Un rey que une a su pueblo dividido

    La primera lectura nos recuerda cómo todas las tribus de Israel vinieron a David en Hebrón y le dijeron: «Mira, nosotros somos hueso tuyo y carne tuya… Tú serás el pastor de Israel». David es ungido rey y reúne a un pueblo que estaba dividido.

    Jesús hace algo mucho mayor. En el Calvario, él no solo reúne a las doce tribus de Israel, sino a toda la humanidad dispersa por el pecado. Desde la cruz atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12,32). El buen ladrón representa a cada uno de nosotros: pecadores, alejados, pero capaces de reconocer en aquel hombre crucificado al verdadero Rey.

     

    Un rey que reina desde la cruz

    El mundo se burlaba: «Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él». El poder del mundo entiende la realeza como dominio, como capacidad de bajar y aplastar al enemigo.

    Pero Jesús reina sin bajar de la cruz. Su poder es el amor que se entrega hasta el final. Su realeza no consiste en evitar el sufrimiento, sino en transformarlo en puerta del paraíso. Por eso el letrero encima de su cabeza decía la verdad, aunque fuera con ironía: «Este es el rey de los judíos». Sí, lo es. Y rey de todo hombre y mujer que, como el buen ladrón, se vuelva hacia él en la hora de la verdad.

     

    El «hoy» de la salvación

    - Fíjense en la palabra que más resuena en el evangelio de hoy: HOY.

    - «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

    - No mañana. No después de años de purgatorio. No cuando te lo merezcas. Hoy.

     

    El buen ladrón no tuvo tiempo de hacer penitencias largas, de restituir lo robado, de ir a misa todos los domingos. Solo tuvo tiempo de una cosa: reconocer su pecado, defender a Jesús y pedirle: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

    Y Jesús, que nunca rechaza a un corazón que se abre, le regala el paraíso… ¡el mismo día!

     

    Hermanos, este «hoy» es también para nosotros.

    - Hoy, cuando todavía respiramos, podemos volvernos hacia él.

    - Hoy, en este momento de la misa, Jesús crucificado y resucitado se hace presente en el altar y nos dice: «Hoy puedes estar conmigo».

    - Hoy, en la confesión, en la comunión, en la mirada al crucifijo de tu casa, en el hermano que sufre a tu lado.

     

    ¿Qué nos pide este Rey?

    Al buen ladrón le bastó una cosa: confiar. No justificarse, no negociar, no poner condiciones. Solo confiar: «Jesús, acuérdate de mí».

    A nosotros nos pide lo mismo. No nos pide ser perfectos, nos pide ser sinceros. No nos pide haber vivido siempre bien, nos pide volvernos hacia él ahora.

    San Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura: Cristo «nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, en cuyo reino tenemos la redención, el perdón de los pecados». Ya estamos trasladados. Solo falta que lo creamos y vivamos como ciudadanos de ese Reino.

     

    Termino con una imagen que siempre me conmueve:

    En la cruz, Jesús tiene a un lado a un ladrón que se burla y al otro a un ladrón que se convierte. Los dos están a la misma distancia del Salvador. Los dos oyen la misma voz. Los dos ven la misma sangre y el mismo amor.

    - Uno se cierra y muere en su pecado.

    - El otro se abre y entra el primero en el paraíso.

     

    Tú y yo estamos hoy a la misma distancia de Jesús que aquellos dos ladrones.

    La diferencia no la marca el pasado, la marca la decisión de este instante.

    Por eso, antes de comulgar, hagamos nuestra la oración del buen ladrón:

    «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Y escuchemos, una vez más, la respuesta que nunca falla:

    «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Que así sea. Amén.






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