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    viernes, 21 de noviembre de 2025

    “Mi casa es casa de oración”


    Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc

     


    “Mi casa es casa de oración”

    (21 de noviembre 2025, lecturas: 1 Macabeos 4,36-37.52-59. Lucas 19,45-48. cf. Lc 19,46; Is 56,7)

     

    Aquí tienen una homilía clara, bien estructurada en 7 puntos, sobre las lecturas del día (1 Macabeos 4,36-37.52-59 y Lucas 19,45-48), con el tema central: “Mi casa es casa de oración” (cf. Lc 19,46; Is 56,7). Es adecuada para una misa diaria o dominical.

     

    Hermanos y hermanas:

    1.- Un templo profanado y recuperado

    En la primera lectura vemos a Judas Macabeo y sus hermanos decididos a purificar y redificar el Templo de Jerusalén, profanado por los paganos. No se conforman con la derrota: suben al monte Sión, limpian el santuario, reconstruyen el altar y Ocho días de fiesta, alegría inmensa, y nace la fiesta de la Dedicación del Templo.

    ¿Qué nos dice esto? Que Dios no se resigna a que su casa quede profanada. Él quiere recuperarla, restaurarla, volver a habitarla.

     

    2.- Jesús entra en su Templo y encuentra… un mercado

    Siglos después, el mismo Templo, ya reconstruido suntuosamente por Herodes, vuelve a estar profanado. Pero esta vez no son ídolos paganos, sino algo más sutil: el comercio, el ruido, los intereses económicos han invadido el lugar sagrado. Jesús entra, ve todo esto y grita: “Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’, pero vosotros la habéis convertido en ‘cueva de bandidos’”.

    Y no se queda en palabras: expulsa a los vendedores. Es un gesto fuerte, casi violento. Porque cuando la casa de Dios deja de ser casa de oración, algo en el corazón del pueblo se rompe.

     

    3.- ¿Qué es realmente una “cueva de bandidos”?

    No son solo los que vendían palomas y cambiaban dinero. Es cualquier realidad que roba a la casa de Dios su verdadera identidad: el bullicio que ahoga el silencio, la rutina que reemplaza la adoración, la hipocresía que disfraza la falta de conversión. Jesús no critica el Templo en sí, critica lo que el hombre ha hecho con él.

     

    4.- Nuestra propia vida es templo de Dios

    San Pablo lo dirá después: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). Hoy la pregunta no es solo “¿qué pasa en las iglesias de piedra?”, sino “¿qué pasa en el templo de mi corazón?”.

    ¿Está mi vida convertida en “casa de oración” o en “cueva de bandidos”? ¿Qué “mesas de mercaderes” tengo que volcar hoy?: el rencor, la pereza espiritual, el apego al dinero, el orgullo, las adicciones, las relaciones tóxicas…

     

    5.- La purificación siempre empieza por una decisión valiente

    Judas Macabeo no esperó a que otros limpiaran el Templo: él y sus hermanos subieron y lo hicieron. Jesús no esperó a que los sacerdotes reaccionaran: Él mismo tomó la iniciativa.

    También nosotros necesitamos decisiones valientes. No basta lamentarnos de que “ya no rezo como antes” o “mi vida está desordenada”. Hay que subir al monte, entrar en el templo del corazón y empezar a tirar lo que sobra.

     

    6.- La oración es el fuego que mantiene vivo el templo

    Fíjense en el detalle final del evangelio: después de la purificación, “Jesús enseñaba todos los días en el Templo” y el pueblo “estaba pendiente de él”. Donde hay oración auténtica, hay presencia de Jesús, hay pueblo que escucha, hay vida.

    Sin oración, cualquier templo (el de piedra o el del alma) termina convertido en mercado o en ruina.

     

    7.- Encendamos hoy nuestras lámparas

    Los Macabeos, al redificar el Templo, encendieron de nuevo la menorá, y la tradición cuenta que una sola vasija de aceite puro duró ocho días.

    Pidámosle al Señor que encienda hoy en nosotros el fuego de la oración verdadera. Que nuestra vida, nuestra familia, nuestra parroquia, vuelvan a ser casa de oración. Porque una casa donde se ora es una casa donde Dios habita, donde hay paz, donde hay luz.

     

    Conclusión:

    María, la mujer de la oración y del sí, ayúdanos a limpiar y a consagrar de nuevo el templo de nuestro corazón. Que nunca más sea cueva de bandidos, sino morada de tu Hijo. Amén.

    Que el Señor los bendiga y los haga auténticas “casas de oración”.





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