Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
“Negocien hasta que yo vuelva” (Lc 19,13)
(19
noviembre 2025, lecturas: 2 Mac 7,1.20-31; Sal 16; Lc 19,11-28)
Hermanos
y hermanas:
Hoy
el Señor nos habla con una parábola que parece muy terrenal, casi empresarial:
un hombre noble se va a un país lejano para recibir la investidura real y,
antes de partir, entrega a diez de sus siervos diez onzas de oro (una cantidad
importante de dinero) y les dice: “Negocien hasta que yo vuelva”.
Esa
orden resuena fuerte en nuestros oídos: Negocien. No dice “guárdenlas”, no dice
“entreténganse”, no dice “disfruten la vida”. Dice: hagan fructificar lo que se
les ha confiado. Y cuando vuelva, pedirá cuentas.
1.
¿Qué son esas “onzas” que hemos recibido?
No
son solo dinero. Son todo lo que Dios nos ha dado para que lo hagamos rendir en
bien del Reino:
- Nuestro tiempo
- Nuestros talentos
- Nuestra fe
- Nuestra familia
- Nuestros sufrimientos
- Nuestra salud o nuestra
enfermedad
- Nuestra capacidad de
amar, de perdonar, de servir
Todo.
Absolutamente todo lo que somos y tenemos es una “onza de oro” que el
Señor nos entrega diciendo: “Negocia con esto hasta que yo vuelva”.
2.
Tres actitudes ante la onza (la parábola nos las muestra claramente):
a)
Los que negocian con audacia
Los
primeros siervos multiplican lo recibido: uno gana diez onzas más, otro cinco.
No tienen miedo de arriesgar, de invertir, de exponerse. Saben que el amo no
quiere siervos mediocres ni temerosos, sino fieles y valientes.
¿Y
nosotros? ¿Somos audaces en el amor? ¿Arriesgamos perdonar de verdad?
¿Arriesgamos hablar de Cristo en el trabajo, en la familia, entre amigos? ¿Arriesgamos
tiempo y dinero por los pobres, por la Iglesia, por las obras de misericordia?
b)
El que guarda la onza en un pañuelo
Este
siervo tuvo miedo. Pensó que el amo era duro y decidió no hacer nada. Guardó la
mina “por seguridad”.
¡Cuántos
cristianos viven así! “No quiero complicarme”, “que no me pidan demasiado”, “ya
voy a misa los domingos, con eso basta”. Tienen la fe envuelta en un pañuelo:
ni la usan, ni la hacen crecer, ni la comparten. Y cuando el Señor vuelva… se
quedarán con las manos vacías y el corazón lleno de excusas.
c)
Los ciudadanos que lo odiaban
Y
luego están los que abiertamente rechazan al rey: “No queremos que éste reine
sobre nosotros”. Son los que viven como si Dios no existiera, los que dicen “mi
vida es mía” y rechazan toda autoridad del Señor. El final de la parábola es
duro: serán eliminados. Dios respeta la libertad, pero no se puede burlar
eternamente de Él.
3.
La madre de los siete hijos (primera lectura): la que negoció hasta el martirio
Hoy
la Iglesia nos pone delante a una mujer extraordinaria: la madre de los siete
macabeos. Vio morir a sus siete hijos uno tras otro por no transgredir la
ley de Dios. Y no solo no se desesperó, sino que los animaba:
“¡Hijos
míos, no teman! El Creador del mundo… tendrá compasión de ustedes y los
resucitará”.
Esa
mujer negoció con el dolor más grande que puede tener una madre. No lo
guardó en un pañuelo de amargura ni de rebeldía. Lo ofreció. Lo transformó en
testimonio, en fe valiente, en semilla de resurrección. ¡Qué ejemplo brutal de
audacia cristiana!
4.
El Señor vuelve… y pide cuentas
Hermanos,
el Señor se fue, sí, pero vuelve. La parábola termina con una frase que debería
estremecernos:
“En
cuanto a mis enemigos, esos que no querían que yo reinara sobre ellos,
tráiganlos acá y degüéllenlos en mi presencia”.
No
es crueldad: es la lógica del amor rechazado. El que rechaza al Rey se
autoexcluye del Reino.
Pero
a los que negociaron, aunque sea con poco, les dice:
-
“¡Bien, siervo bueno! Porque fuiste fiel en lo poco, te doy autoridad sobre
diez ciudades”.
Conclusión:
¿Cómo estamos negociando hoy?
Preguntémonos
sinceramente esta mañana: ¿Estoy haciendo rendir los dones que Dios me dio o
los tengo guardados por miedo o pereza? ¿Estoy usando mi dolor, mi cruz, como
la madre macabea, para dar testimonio y animar a otros?
¿O
vivo como si Cristo no tuviera que volver nunca?
El
Señor nos dice hoy a cada uno, con voz clara y urgente:
“Negocia
hasta que yo vuelva”.
Que
no lleguemos ante Él con las manos vacías ni con la fe envuelta en un pañuelo.
Que
María, la que mejor negoció con todo lo que recibió (incluso la espada que le
atravesaría el alma), nos enseñe a invertir cada día, cada minuto, cada lágrima
y cada alegría… hasta que Él vuelva y nos diga:
“Ven,
siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor”. Amén.


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