Temas de Salud | Dra. Marcia Castillo
La difícil tarea de envejecer
Cuenta la mitología que
la efigie puso a prueba a Edipo con la siguiente pregunta
¿cuál es la criatura que en la mañana camina en
cuatro patas, al medio día en dos y en la noche en tres? Edipo
quien aún no era rey, pero pronto lo sería respondió sagazmente “El
hombre” y sin duda acertó…
Gatea cuando es niño, se yergue
luego cuando es hombre finalmente apoya su caminar por la
vida con un bastón los Tebanos los coronaron
como rey por acabar con terrible la efigie y luego empieza otra
de esas tragedias de la que la medicina ha abrevado
para crear una serie síndromes y complejos en psicología y
neurociencias.
La tercera pata que guió
la tenacidad
de Edipo en la adivinanza planteada por la efigie
es el bastón, herramienta de apoyo y seguridad para
algunos adultos mayores, pero que en ocasiones
se convierte en un proceso de aceptación que no
siempre resulta tan sencillo como parece, porque aunque envejecer
es un proceso inherente al ser humano vivimos en una época donde
la gerontofobia nos hace repetir la expresión ¡aún
no estoy tan viejo para usar bastón ¡Nos buscamos las
arrugas como si fueran parásitos y las
canas encontramos canas nos genera pavor!
Recuerdo una paciente que
usaba un paraguas para disimular sus
limitaciones motoras y lo hacía con una gracia absoluta porque
decía que si llovía lo abría, pero si no, se apoyaba cumpliendo así ambas funciones.
Pero lo cierto es que conforme se va socavando nuestra
autonomía deben aparece nuevos puntos de apoyo, apoyos
necesarios pero que son más que nuevos bastones para un
andar supliendo las apoyaturas que taremos desde la infancia hasta
la senectud, los brazos de los padres, la ayuda de nuestros mentores, los
hombros de los amigos, el estímulo del
amor, caminamos apoyándonos en la vida para poder
seguir andando.
Este culto al ego, la gerontofobia,
la gerascofobia, el mito de la eterna juventud no
hace más que atizar el estigma de que el
envejecimiento inicia con el bastón, no obstante sin bastones no
habríamos llegado hasta aquí, ni seriamos lo que somos, pero hacemos un
falsario de una afirmación individualista “yo lo que tengo y lo
que soy lo he conseguido con mi esfuerzo personal”, no necesito bastón, no
obstante quien olvida los bastones del
pasado se da de bruces con la verdad del
futuro porque queramos o no todos somos interdependientes, formamos parte de este tapiz ecléctico donde todos
necesitamos de apoyos y bastones para andar.
En Job 1, 12 leemos: “En los
ancianos está la sabiduría, y largura de días el entendimiento” pero hemos olvidado
que envejecer es un acto de coraje, el estigma de usar el bastón
es el mismo estigma a no querer entender el dinamismo de
nuestra historia, el crisol de nuestra conciencia, los médicos
ocupacionales, los geriatras y gerontólogos son enfáticos en que cuando es
necesario sea por fragilidad, déficit motriz o perdida de la
autovalencia el uso del bastón no solo previene caídas,
evita hospitalizaciones, fracturas, hematomas y en
ocasiones accidentes domésticos que pueden dar al
traste con la vida.
Observar el
envejeciente caminar, su donaire rezagado, su bastón en mano, el
camino de sus arrugas son una maravillosa lectura que
hay que verla con los ojos del amor y el respeto. Una
verdadera exclamación de la realidad y de
la vida vivida representa no solo nuestras
múltiples apoyaturas sin las cuales el camino no solo sería más difícil,
sino que nosotros seriamos otros y para eso no necesitamos descifrar
el enigma de la esfinge. ADH 847
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