Comentario | José Antonio Pagola
Habitar en un espacio
creado por Jesús
Al parecer, a las primeras generaciones cristianas no
les preocupaba mucho el número. A finales del siglo I eran solo unos veinte
mil, perdidos en medio del Imperio romano. ¿Eran muchos o eran pocos? Ellos
formaban la Iglesia de Jesús, y lo importante era vivir de su Espíritu. Pablo
invita constantemente a los miembros de sus pequeñas comunidades a que «vivan
en Cristo». El cuarto evangelio exhorta a sus lectores a que «permanezcan en
él».
Mateo, por su parte, pone en labios de Jesús estas
palabras: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos». En la Iglesia de Jesús no se puede estar de cualquier manera: por
costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de estar «reunidos en su
nombre», convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio. Esta es también
hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos, aunque seamos dos o tres.
Reunirse en el nombre de Jesús es crear un espacio
para vivir la existencia entera en torno a él y desde su horizonte. Un espacio
espiritual bien definido no por doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el
Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con su estilo.
El centro de este «espacio Jesús» lo ocupa la
narración del evangelio. Es la experiencia esencial de toda comunidad
cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus palabras, acogerlas con fe y
actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el evangelio desde nuestra vida nos
permite entrar en contacto con Jesús y vivir la experiencia de ir creciendo
como discípulos y seguidores suyos.
En este espacio creado en su nombre vamos caminando,
no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del evangelio, descubriendo juntos
el núcleo esencial de nuestra fe y recuperando nuestra identidad cristiana en
medio de una Iglesia a veces tan debilitada por la rutina y tan paralizada por
los miedos.
Este espacio dominado por Jesús es lo primero que
hemos de cuidar, consolidar y profundizar en nuestras comunidades y parroquias.
No nos engañemos. La renovación de la Iglesia comienza siempre en el corazón de
dos o tres creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús.
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