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    sábado, 5 de septiembre de 2020

    La oración comunitaria

    Comentario | Vicente Martínez

     


    La oración comunitaria

     

    La música del alma, la puede oír el mundo entero (Lao-Tzu)

     

    Mt 18, 15-20

    Os digo también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi padre del cielo se la concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

     

    Aunque la historia franciscana nos relata que el Santo de Asís instaba a sus hermanos a esconderse en el eremitorio del propio cuerpo, la oración personal y contemplativa no indujo a Francisco a aislarse del mundo que lo rodeaba: los hermanos, los fieles y los infieles, los seres todos de la creación. Muy al contrario, relatan las crónicas, la oración contemplativa de Francisco desembocaba en la oración comunitaria y litúrgica.

     

    El “in medio eorum” de Jesús (Mt 18, 20) -que presupone oración comunitaria- es un adverbio de lugar: “entre”, “en”, “dentro de”. Significados todos ellos inseparables e irrenunciables en toda Comunidad de Vida. ¿Que cómo se manifiesta?

     

    «Es verdadera oración comunitaria aquella en la que todos participan de hecho y en la que la verdadera fraternidad viene expresada en la confianza, comprensión y caridad recíproca. A este efecto pueden ser útiles, conforme a nuestra tradición, los coloquios espirituales, la comunicación de experiencias, la reflexión evangélica participada, las celebraciones comunitarias de la penitencia y de la palabra, la revisión de vida y otros medios parecidos» (II Consejo Plenario de la Orden capuchina, nº 33 de su documento final sobre la oración).

     

    Jesús quiere que los seguidores de su doctrina no sólo recemos sino, y sobre todo, que seamos Fígaros de la sociedad en que vivimos. Atentos a cuanto el prójimo y demás seres nos piden, cuando algo necesitan. Como el protagonista de la ópera de Rossini “El barbero de Sevilla”: Fígaro quí, Fígaro lá…

     

    Como ha hecho el papa Francisco el pasado 8 de junio rezando por la paz en Oriente Medio y en el mundo entero, y plantando un olivo en los jardines del Vaticano junto con el presidente israelí Simón Péres y la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas. Besos de paz en Santa Marta y un abrazo memorable rubricaron el acontecimiento.

     

    El patriarca ecuménico Bartolomeo I tintó de buena fe los jardines con esta declaración de caseras intenciones: Estamos en este lugar, israelíes y palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, para ofrecer nuestra oración por la paz, por Tierra Santa y por todos sus habitantes. Y el de Roma –venido de lejanas tierras– lanzó también su órdago quebrando los límites del terruño: “Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino en busca de lo que une para superar lo que divide”.

     

    Las raíces de ese entendimiento las fijan los místicos en estos términos: “El principio más básico del diálogo ecuménico es que dicho diálogo debe comenzar, en primer lugar, dentro de uno mismo” (Thich-Nhat-Hanh, Buda viviente, Cristo viviente). Sólo de ese modo se podrá confiar en que la armonía universal sea consistente.

     

    Y ojalá esa música del alma la pueda oír pronto el universo, como dijo Lao-Tzu hace más de dos mil quinientos años, y disfrutar su melodía esta generación y las que nos sucedan. Que en modo alguno se repita la historia relatada por Khalil Gibràn en Arena y Espuma:

     

    “Una vez cada cien años Jesús de Nazareth se encuentra con el Jesús de los cristianos en un jardín entre las colinas del Líbano. Y conversan largamente; y siempre Jesús de Nazareth se despide del Jesús de los cristianos, diciendo: Amigo, mucho me temo que nunca lleguemos a entendernos”.

     

    “La música del alma, la puede oír el mundo entero” (Lao-Tzu)

     

    Y Mateo: Os digo también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, mi padre del cielo se la concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

    Christine Stevens, en La música como medicina, escribió:

     

    VIVIR EN ARMONÍA

     

    Nuestras almas están hechas de armonía.

    Nuestra alma evoluciona

    al compartir la relación armónica con todos los seres vivos.

     

    Calibra nuestra alma y no es de extrañar

    que el principio de vibración por simpatía

    nos recuerde que todos influimos en todos,

    descubriendo éste

    que todo se basa en la prueba científica

    de nuestra neurología

    de la empatía y del sistema de las neuronas espejo.

     

    Las culturas que viven y practican

    estar en armonía con la naturaleza

    y entre los miembros de su comunidad

    nos recuerdan que todos somos una gran familia.

     

    La armonía nos invita a unirnos a la comunidad,

    a confiar más el uno en el otro y a forjar relaciones

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