Comentario | Carmen Soto Varela
Perdonar no es una
opción, es una obligación
Hoy, el evangelio de Mateo nos ofrece un texto
singular que tiene en el trasfondo la necesidad buscar modos de afrontar los
desencuentros personales y los conflictos comunitarios. El texto se enmarca
entre dos parábolas cuyo tema es el perdón y la misericordia (la oveja perdida
en 18, 12-14 y la del siervo perdonado que no aprendió a perdonar en 18, 21-35)
ofreciendo de este modo un enfoque desde el que interpretar la normativa
comunitaria que el relato plantea.
La comunidad de Mateo, asentada probablemente en
Antioquia de Siria, vive un momento en que necesita dar forma a su vida
fraterna y fortalecer sus vínculos como grupo para poder responder a los
desafíos de su entorno y no fracasar en su seguimiento de Jesús. Son muchas las
situaciones nuevas que han de afrontar como seguidoras/es de Jesús
especialmente relacionadas con la conducta dentro del grupo y con el modo de
estar con sus vecinos o familiares no cristianos.
Mateo sabe que el mejor criterio para afrontarlas con
éxito es mirar a Jesús y preguntarse, como querría él que actuasen por eso, en
la medida que va narrando la vida de Jesús y su mensaje, va incorporando
referencias de conducta que puedan ayudar a sus hermanos y hermanas de la
comunidad. El texto de hoy responde precisamente a eso, a ofrecer un marco de
actuación que les permita resolver adecuadamente los enfrentamientos y
desajustes en las relaciones personales, comunitarias y sociales.
La propuesta que hace el evangelista, sin embargo, no
solo pretende articular un proceso de resolución de conflictos personales o
grupales, sino que muestra un camino de actuación basado en el perdón gratuito.
Mirando a Jesús entiende que no solo hay que señalar la culpa y buscar el
arrepentimiento, sino que hay que actuar de modo que se priorice la sanación de
la herida y se posibilite la reconciliación.
El diálogo personal, la escucha, la ausencia de juicio
y la acogida comunitaria son las claves que permitirán que la ofensa no dañe la
comunión y el cariño. Si no es posible el encuentro con quien nos ha ofendido,
Mateo propone considerar a esa persona como un pagano o publicano (Mt 18,17).
En principio parecería que eso podría significar una expulsión o un rechazo,
pero no es así. Mirando a Jesús nos encontramos que para él los publicanos,
los/as pecadores/as los paganos/as…son destinatarios preferentes, son los que
más necesitan de su cercanía, de su comprensión y amistad. Ellos son la oveja
que su Abba no quiere que se pierda (Mt 18, 12-14) y recuperarla sigue siendo
un compromiso de la comunidad a pesar de todo.
La comunidad está llamada a acoger sin esperar nada a
cambio, a perdonar sin condiciones, a fortalecer sus vínculos. Lo importante no
es tener capacidad de atar o desatar, de tomar decisiones que cierren o abran
caminos de encuentro y de futuro (Mt 18, 18), lo que cuenta es que eso se haga
con los criterios de Jesús porque él es quien la ha reunido y la fortalece (Mt
18,19).
Previamente, Mateo había recordado otras palabas de
Jesús en las que él definía quienes tenía que estar en el centro de las
preocupaciones de la comunidad: todos/as aquellos/as que se podían identificar
con los/as niños/as porque eran pequeños/as e indefensos/os (Mt 18, 1-7).
Muchas veces esa pequeñez no significaba sencillez o inocencia, sino que venía
unida a carencias, a situaciones dolorosas que les hacían errar el camino.
Acoger al hermano o a la hermana con su vulnerabilidad era acoger a Jesús y
seguirle por el camino. Restaurar la vida de quienes están heridos/as,
sostenerlos en la comunidad dándoles tiempo a cambiar, abrirles espacios de
escucha, acompañarlos es tarea de la comunidad. Tarea difícil pero ineludible,
pues abandonar, juzgar, estigmatizar no entran en las reglas de juego de una
comunidad que quiere seguir a Jesús (Mt 18,10-11).
Quien se reúne en nombre de Jesús de Nazaret siempre
tiene abierta la puerta para escuchar, entender, perdonar, acoger…siempre sabe
esperar con paciencia la vuelta de quien se ha alejado, siempre busca la manera
de expresar el cariño en un abrazo, la incondicionalidad en un gesto, el perdón
en una mirada limpia y entrañable.
Una utopía quizá… pero así es el mensaje del Reino,
porque así es el corazón de Dios. Nunca hay excusas para la compasión y el
perdón, nunca hay espacio para la desconfianza ni para el intercambio
mercantilista (Mt 18, 27-35). Perdonar no es una opción, es el mandamiento. Si
de verdad sentimos el amor y el perdón incondicional de Dios no podemos hacer
otra cosa que perdonarnos de corazón unos/as a otros/as (Mt 18, 35).
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