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    jueves, 14 de agosto de 2025

    La Corrección Fraterna


    Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc

     


    La Corrección Fraterna

     

    La corrección fraterna es un acto de amor y responsabilidad cristiana que consiste en ayudar a un hermano o hermana en la fe a reconocer y enmendar sus errores, con el fin de preservar la unidad de la comunidad y promover la salvación personal. No se trata de juzgar o condenar, sino de restaurar con humildad y misericordia, tal como nos enseña la Sagrada Escritura. Esta práctica, arraigada en el Antiguo y Nuevo Testamento, nos invita a actuar como guardianes mutuos en el camino de la fe, evitando el odio silencioso y fomentando el diálogo constructivo.

     

    Uno de los textos fundamentales es Levítico 19, 7: “No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él”. Aquí, Dios nos advierte contra el rencor interno, instándonos a reprender abiertamente para no compartir la culpa del otro. Esta norma veterotestamentaria resuena en el Salmo 141, 5, donde el justo pide ser corregido como un acto de amistad: “Que el justo me golpee como amigo y me corrija, pero que el óleo del malvado no perfume mi cabeza”. La corrección se presenta como un bálsamo que protege del mal, siempre que se haga con rectitud.

     

    En el Nuevo Testamento, Jesús profundiza esta enseñanza en Mateo 18, 15-16:Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos”. Cristo establece un proceso gradual: primero, el diálogo personal y discreto; luego, la mediación comunitaria; y si es necesario, la intervención eclesial. Este método prioriza la privacidad para evitar la humillación y busca la reconciliación, no la exclusión. Similarmente, en Lucas 17, 3-4, Jesús insiste: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”. La corrección va unida al perdón ilimitado, recordándonos que la misericordia debe prevalecer.

     

    San Pablo, en Gálatas 6, 1, añade un tono de dulzura: “Hermanos, si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, corríjanlo con dulzura. Piensa que tú también puedes ser tentado”. La corrección no es para los perfectos, sino para los humildes que reconocen su propia fragilidad. Esto se complementa con 2 Timoteo 2, 24-25: “El que sirve al Señor no debe tomar parte en querellas. Por el contrario, tiene que ser amable con todos, apto para enseñar y paciente en las pruebas. Debe reprender con dulzura a los adversarios”. La paciencia y la amabilidad son clave, ya que Dios puede usar nuestra intervención para llevar al otro a la conversión.

     

    En la reflexión personal, la corrección fraterna nos desafía en una sociedad individualista donde el “vive y deja vivir” a menudo encubre la indiferencia. Sin embargo, como advierte Mateo 7, 1-5, debemos primero “sacar la viga de nuestro ojo” para no caer en hipocresía. Aplicarla hoy implica discernir el momento oportuno, orar por guía del Espíritu Santo y actuar con empatía, recordando que el objetivo es salvar almas, como en Santiago 5, 19-20:Hermanos míos, si uno de ustedes se aparta de la verdad, y alguien lo hace volver, sepan que quien hace volver a un pecador del mal camino, salvará su alma de la muerte y cubrirá una multitud de pecados”.

     

    En conclusión, la corrección fraterna fortalece la comunión eclesial y nos hace partícipes de la redención mutua. Practicarla con fidelidad bíblica nos transforma en instrumentos de la gracia divina, promoviendo una Iglesia viva y misericordiosa. Que el Señor nos conceda el coraje y la ternura para vivir esta virtud esencial.





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