Fe Adulta | Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp
¡Tanta bondad nos sobrepasa!
Nos encontramos este domingo con una parábola sencilla, pero de una
fuerza sobrecogedora. Nos llega una Buena Noticia, que nos sorprende, nos
descoloca y puede provocar en nosotros reacciones controvertidas, incluso
apasionadas. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado al escucharlo en grupo!
La parábola empieza como muchas otras: “El reino de los cielos se parece
a un propietario…” Y es el modo de hacer de este personaje el que nos va
descubriendo, con una fuerza arrolladora, el misterio más hondo de su ser, la
profundidad y coherencia de su bondad y de su amor. Ante este misterio no
podemos quedarnos indiferentes.
Nos acercamos a este señor de la viña que sale de su casa y va,
personalmente, a buscar trabajadores para su viña. Va al amanecer, vuelve a
media mañana y repite por la tarde. Parece que lo suyo es salir a buscar
trabajadores, encontrar y acoger en su viña a los que están “todo el día sin
hacer nada”. No pone un anuncio, no manda a otros criados…
Es él personalmente, el que sale a buscar, a buscarnos. A preguntarnos
por qué estamos sin hacer nada. Por qué nuestra vida, ya al atardecer, está tan
vacía... Nos sorprende esta forma de actuar, porque no suelen actuar así los
grandes propietarios. Y nos asombramos aun más de que a todos los contrate por
un denario. Un denario era lo que una familia necesitaba para vivir un día y le
quedaba algo para el día siguiente.
¿Cuándo nos ha llamado a su viña a cada uno de nosotros? ¿Al amanecer de
nuestra vida, en nuestra primera juventud, más tarde o ya casi al final? Parece
que lo del reloj no es lo suyo, que tampoco le importan demasiado los años… El
sale a buscarnos, nos admite en su viña y promete darnos “lo que necesitamos
para vivir plenamente”. Nunca le parece que es tarde para nosotros.
A continuación viene el núcleo de la parábola, el hecho que cambia el
tono y provoca reacciones diversas: Al anochecer paga a todos el denario que
les había prometido, el salario que necesitaban para que su familia cenase esa
noche. Y por si nos queda duda el evangelio dice, empezando por los últimos y
terminando por los primeros.
¿Qué reacción provoca esto en mí? ¿Cuántas veces hemos reaccionado como
los “primeros”?: “Toda la vida trabajando, sacrificándonos y ahora todos somos
iguales…”
Es la queja de los que se sienten, o nos sentimos, llamados al amanecer,
desde siempre. La queja que expresa nuestra mentalidad estrecha y nuestros
cálculos mezquinos… Porque no hemos entendido nada, no conocemos a nuestro Dios.
Tratamos con Él como el asalariado con su empleador, a más trabajo más sueldo.
Y nos encontramos con un Dios que da el mismo salario a trabajo distinto. Un
Dios al que le importa que estemos en la viña, no cuando hayamos llegado. Un
Dios que ha decidido, desde siempre, darnos a cada uno lo que necesitamos para
vivir plenamente, sin que nos lo tengamos que “ganar”. Y nuestro malestar
crecer porque en el fondo, lo grave, es que no tenemos ninguna injusticia que
denunciar: ¿No te contraté en un denario?
Y entonces nos damos cuenta de que lo que nos molesta es la bondad de
Dios: ¿Vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?
¿Preferimos en el fondo un Dios mezquino como nosotros, un Dios
calculador, que solo da bienes a los que se los ganan?... En definitiva un Dios
al que podamos exigir, “hice esto, me debes dar...”
Es un buen momento para revisar en qué Dios creemos. ¿En el que nos
hemos imaginado o nos gustaría o en el que Jesús nos anuncia? el Dios que Jesús
predica es el que da la salvación a todos gratuitamente. El que trata a todos
como a hijos muy queridos y los da lo que necesitan para vivir plenamente. Ese
Dios es tan peligroso que a Jesús le costó la vida… no fue su moral social, sus
exigencias legales o sus milagros lo que le llevó a la muerte. A Jesús lo
condenan porque habla de Dios, como el papá cariñoso, que hace salir el sol
sobre malos y buenos y da la lluvia a justos e injustos… ¡Difícil mensaje!
Tanta bondad nos sobrepasa…
Sin embargo, esta bondad y forma de actuar de nuestro Dios nos expresa
cuál es la dinámica del Reino. La cuestión es, ¿estamos dispuestos a acogerla,
a entrar en ella? ¿No es liberador y reconfortante que Dios esté dispuesto a
darnos siempre lo que necesitamos? ¿No es una buena noticia que nos trate así a
todos?
La persona que se siente así tratada supera la dinámica del “sueldo
debido” y entra en la de la gratuidad. ¿Cómo se sentirían los viñadores que
llegaron al final y vieron que su familia podría salir adelante un día más? Sin
duda, agradecidos. Y de este agradecimiento nace el compromiso, el compromiso
con el Señor de la viña, el compromiso por el Reino. La mentalidad
“mercantilista” no hace personas comprometidas, implicadas… solo mercenarias.
Este evangelio nos invita también
a plantearnos sinceramente: ¿Es que no somos todos obreros de la última hora?
¿No hay algún aspecto de nuestra vida en el que aún estamos “sin hacer nada”?
¿Cuántas veces no le hemos pedido a Dios que nos de lo que necesitamos,
conscientes de que no nos lo hemos ganado? ¿Por qué entonces nos molesta cuando
vemos que nuestro Dios trata así a los demás?
Que el Señor de la viña ensanche nuestros corazones y podamos saborear,
disfrutar y agradecer su bondad y su amor para con todos.
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