Espiritualidad
Litúrgica | Roberto Núñez, MSC
e)
Anámnesis
«La Iglesia, al cumplir este encargo que, a
través de los Apóstoles, recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo
Cristo, recordando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa
resurrección y ascensión al cielo» (OGMR 79).
En
nuestro itinerario de acercamiento a la Plegaria eucarística, llegamos al mes
de la familia. El siguiente elemento es la Anámnesis. Esta palabra griega
significa memorial, conmemoración, recuerdo.
Tanto
Lucas como Pablo nos recuerdan que el Señor Jesús mandó a los Apóstoles: “Hagan
esto en memoria mía”. Por su parte, la comunidad cristiana también cumple, en
su celebración, este mandato de Cristo.
Pero
se trata no sólo de un recuerdo subjetivo, sino de una actualización del hecho
que se recuerda: la voluntad salvadora de Dios, los acontecimientos salvíficos
del AT, como es el éxodo, y para la comunidad cristiana, sobre todo el Misterio
Pascual de Cristo. Esta anámnesis no es sólo recordar el pasado, sino que
apunta también al futuro, anticipándolo en cierta manera. La Eucaristía
recuerda la Pascua histórica de Jesús, a la vez que anticipa la comida
escatológica del Reino.
Dice
el Catecismo: «La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones
salvíficas de Dios en la historia. “El plan de la revelación se realiza por
obras y palabras intrínsecamente ligadas; ...las palabras proclaman las obras y
explican su misterio” (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
“recuerda” a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la
naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las
Iglesias, una celebración “hace memoria” de las maravillas de Dios en una
Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así la
memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza»
(CIC 1103).
En la
celebración eucarística se establece una dinámica entre el memorial y la
ofrenda. Lo refleja elocuentemente la expresión: “Mientras celebramos el
memorial… te ofrecemos”. Por eso, la Eucaristía como anámnesis y memorial es la
celebración en la que el mismo Señor, desde su existencia gloriosa, hace
presente hoy y aquí a su comunidad celebrante la fuerza salvadora del
acontecimiento de su Pascua.
El
memorial de la muerte sacrificial de Cristo se convierte en ofrecimiento: el
que preside ofrece a Dios la entrega pascual de Cristo en la cruz, con la
convicción de que el acontecimiento se hace de alguna manera presente en la
celebración.
La
anámnesis y la ofrenda la completa el ofrecimiento que la comunidad hace, no
sólo del sacrificio de Cristo, sino de sí misma. La comunidad se solidariza y
se hace contemporánea del sacrificio pascual de Cristo, auto-ofreciéndose por
él y con él.
El P.
Corbon, utilizando un lenguaje sublime, describe la anámnesis de la siguiente
manera: «La Anámnesis hace memoria de todas las maravillas realizadas a favor
del hombre por la Trinidad Santa y las recoge en el “cáliz de la síntesis” en
ese foco de amor que es el Cuerpo del Señor Jesús en la Hora de su Pascua. En
él, Dios se entrega totalmente al hombre y, por fin, el hombre se da de nuevo a
su Dios. “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”: se cumple la Nueva
Alianza.
El
Cuerpo de Cristo realiza para nosotros este Sacrificio de amor que se derrama
eternamente en la Comunión de las Tres Personas y que consagra ahora a la
gloria del Padre todo lo que el pecado del hombre había degradado. “Esto es mi
Cuerpo entregado por ustedes… esta es mi Sangre derramada por la multitud”. ¿El
Cuerpo y la Sangre? San Ireneo nos dice: “Es entonces cuando la muerte es
vencida”; y san Ignacio de Antioquía: “He aquí el remedio de inmortalidad”».[1] ADH 850
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