Comentario | Fray Marcos
En María encontramos la Perla
Comprendo muy bien lo difícil que es superar
prejuicios que durante siglos han moldeado nuestra religiosidad. Me anima a
intentarlo el recordar que desde pequeño he visto en el escudo de nuestra orden
una sola palabra: veritas. No es que los dominicos nos sintamos en
posesión de la verdad, pero nos han enseñado a tenerla como el horizonte hacia
el que tiene que caminar el ser humano para poder ser libre, como nos dice el
mismo evangelio. La única manera de acercarnos a la verdad es superando los
errores.
Toda fiesta de María es siempre un motivo de
alegría,
incluso de euforia diría yo. Ésta de la Inmaculada es para mí la más hermosa y
la más profunda. Pero el motivo de esa alegría está más allá de la figura
histórica o mítica de María. Si descubrimos en cada uno de nosotros lo que
estamos celebrando en María, nos daremos cuenta de la verdadera proyección de
esta fiesta. Merece la pena que hagamos un esfuerzo por superar todos los prejuicios
que arrastramos durante siglos.
Lo que estamos celebrando en esta fiesta de María nos indica el punto de partida de nuestra trayectoria, aunque también el punto de llegada
De la historia real de María no sabemos nada. Los
evangelios apenas dicen nada. De una cosa estamos seguros: Jesús tuvo que tener
una madre. Lo más grande que podemos decir de esa madre es que fue una mujer
absolutamente normal. En esa normalidad debemos descubrir la grandeza de su
figura. Si fundamentamos su grandeza en los abalorios y capisayos que le hemos
añadido durante siglos, estamos minimizando su verdadero ser y dando a entender
que, en sí, no es suficientemente importante.
En el mismo título de la fiesta (inmaculada),
enseña la oreja el maniqueísmo que, desde S. Agustín, ha infectado los más
recónditos entresijos de nuestro cristianismo. Fijaos bien en lo que sigue. En
el evangelio de Lc, el ángel llama a María “kejaritomene” = gratia plena =
llena de gracia. Pues bien, los cristianos hemos terminado hablando de la
“sin pecado”. Ejemplo de cómo la ideología de turno puede tergiversar el
evangelio.
Es maniqueísmo el dar por supuesto que lo normal
para todo ser humano es un estado de pecado y que para ser un verdadero ser
humano, alguien tiene que liberarnos de esa lacra. Es insostenible el
mantener hoy que todo ser humano nace deshumanizado. Ridiculizamos la idea de
Dios cuando aceptamos que el mal está en el inicio de toda andadura humana.
Dios es el fundamento de todo ser, también de todo ser humano. La plenitud
nunca puede consistir en quitar algo, aunque se trate de un pecado. La
plenitud está en el origen de todo ser, no se debe al esfuerzo personal a través
de una vida.
Pablo nos dice: “Él nos eligió, en la persona
de Cristo para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el
amor”. Esta sería la traducción exacta y no ‘irreprochables’, como dicen la
mayoría de las traducciones. La Vulgata dice: “inmaculati”. Nada parecido se
dice de María en todo el NT y sin embargo la llamamos Inmaculada. ¿Por qué
nos da pánico reconocer nuestro verdadero ser? Sería la clave para una
interpretación actualizada de la fiesta. No debemos conformarnos con mirar a
María para quedarnos extasiados ante tanta belleza. Si hemos descubierto en
ella toda esa sublime belleza, es porque hemos podido imaginarla gracias a la
revelación de lo que Dios es en nosotros.
Lo que decimos de María, debemos descubrirlo en
cada uno de nosotros. Es ridículo seguir discutiendo si fue concebida
sin pecado desde el primer instante o fue pura e inmaculada un instante
después. Lo que debe importarnos es que en María y en todo ser humano, hay
un núcleo intocable que nadie ni nada puede manchar. Lo que hay de divino
en nosotros será siempre inmaculado. Tomar conciencia de esta realidad sería el
comienzo de una nueva manera de entendernos a nosotros mismos y de entender a
los demás. Podemos decir que María es inmaculada porque vivió esa realidad
de Dios en ella.
Dios no puede hacer excepciones ni puede tener
privilegios con nadie. María no es una excepción, sino la norma. En
María descubrimos la verdadera vocación de todo ser humano. Ser como María no
es la meta del hombre, sino que partimos de la misma realidad de la que ella
partió. Lo que estamos celebrando en esta fiesta de María nos indica el
punto de partida de nuestra trayectoria, aunque también el punto de llegada.
Sobre la figura de María hemos montado durante
casi dos mil años un tinglado tal, que no sé cuánto tiempo necesitaremos para
volver a la sencillez y pureza originales. María no necesita ni adornos ni
capisayos. Es grande en su simplicidad, no porque la hayan adornado. Ni Dios ni
los hombres tienen nada que añadir a lo que María era desde el principio. Basta
mirar a su verdadero ser para descubrir lo que hay de Dios en ella, eso que
siempre será limpísimo, purísimo, inmaculado. Si lo hemos descubierto en ella,
será más fácil tomar conciencia de que también está en cada uno de nosotros.
Me habéis oído muchas veces decir que Dios no
puede darnos nada, porque ya nos lo ha dado todo. Todo lo que tenemos de
Dios, lo tenemos desde siempre. Nuestra plenitud en Dios es de nacimiento,
es nuestra denominación de origen, no una elaboración añadida a través de
nuestra existencia. Lo que hay en nosotros de divino no es consecuencia de
un esfuerzo personal, sino la causa de todo lo que puedo llegar a ser. Aquí
está la buena noticia que quiso trasmitirnos Jesús, tan desconcertante que
seguimos sin creerla.
Si en Jesús hemos descubierto lo divino, ¿qué
necesidad tenemos de María? Aquí está una de las claves de la fiesta. Hay una
enorme diferencia entre la manera de llegar a descubrir en Jesús la presencia
de lo divino y la manera de encontrar en María esa misma presencia. Nos hacemos
una imagen de Dios partiendo de los conceptos que manejamos los humanos. Esos
conceptos son muy limitados y al aplicarlos a lo trascendente se quedan siempre
cortos. El concepto de Dios al que llegamos a través de Jesús nos lleva a una
idea exclusivamente masculina de Dios. Ese Dios masculino queda privado de toda
la riqueza conceptual que puede encerrarse en una idea femenina de Dios.
Ésta es la aportación genial que ha hecho el
pueblo creyente atribuyendo, a la figura de María, todo lo que la teología
oficial le impedía aplicar directamente a Dios. En María se puede desplegar
lo femenino de Dios que es tan importante o más que lo masculino. Todo el
machismo que destila nuestra religión quedaría superado si nos atreviésemos a
pensar un Dios absolutamente femenino. Hay en lo femenino riquísimos contenidos
que pueden ayudarnos a tomar conciencia de lo que es Dios como madre para cada
uno de nosotros.
Tuvieron que pasar varios siglos para que los
cristianos empezasen a interesarse por la figura de María. Esto no
invalida todo lo que se ha dicho sobre María, pero nos obliga a darle una
valoración muy distinta. No podemos seguir interpretando como hechos históricos
lo que son solo símbolos femeninos. No, María fue una mujer normal que llevó
una vida normal. Nadie se fijó en ella. Cumplió siempre con sus obligaciones de
madre y esposa. Eso que a nosotros nos parece una ordinariez, es lo más grande
y digno de imitar.
Meditación
Mira a María como si fuera un espejo,
que te está recordando lo que eres.
Si esa visión te asusta,
es que no has descubierto tu interior.
Eres la perla y tienes que tallarte.
Pero tienes un modelo en quién fijarte.
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