Comentarios | Fr. Ángel Romo Fraile, OP
Para que comprendan cuál es la esperanza a la que los
llama
Las lecturas de este domingo, en sintonía con el
tiempo litúrgico que celebramos, ofrecen un mensaje teológico de particular
relevancia que podríamos resumir en dos ideas fundamentales de la fe y
dogmática cristianas, tal y como se han configurado en los primeros siglos del
cristianismo en confrontación con otras posturas teológicas posteriormente
consideradas heréticas, a saber, de una parte, frente al adopcionismo, la idea
de la preexistencia de Jesucristo a la creación, y de otra parte, en este caso
frente a los gnósticos docetas, la idea de una encarnación verdadera. De la
primera idea extraemos la consecuencia de que Jesús es verdadero Dios “no
creado”, y de la segunda idea obtenemos la consecuente afirmación de la
verdadera humanidad de Cristo; esto es, que Jesucristo es de la misma
naturaleza de Dios Padre y de la misma naturaleza carnal del hombre, “en unidad
sin confusión”, “con división sin separación”.
Establecida la dogmática cristológica de la cuestión,
siempre nos queda por pensar la hermenéutica de la misma, o lo que es lo mismo,
las consecuencias que estas afirmaciones cristológicas tienen para el
cristiano, y para el hombre en general, no olvidando que cristología y
antropología están profundamente imbricadas. A tal efecto, es pertinente para
nuestro caso particular recurrir a la misma riqueza que la Palabra nos presenta
hoy en estas mismas lecturas, pues en ellas se expresa que estas ideas
cristológicas no sólo afectan o implican a Jesucristo, sino que, a través de
él, nos alcanzan a nosotros.
Así, San Pablo afirma: “Él nos eligió en Cristo, antes
de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el
amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su
voluntad, a ser sus hijos”. Si Jesucristo es pre-existente, en él estamos
pre-destinados. Esta predestinación del hombre implica una actitud y
disposición en nosotros: es una llamada, una llamada profunda del hombre
increado al hombre creado a vivir conforme a ese destino. A vivir el presente
como tiempo de gracia en la verdad, pues “de su plenitud todos hemos recibido,
gracia tras gracia… la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de
Jesucristo”. A vivir nuestro presente orientado por nuestro futuro, o lo que es
lo mismo, orientado y determinado por la esperanza, pues nos ilumina para “que
comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama”.
Vivir en la esperanza es clave en el mensaje de este
domingo para nosotros y nuestro mundo, y no puede comprenderse la vida del cristiano
desde otra perspectiva ni tampoco su implicación en la creación de su historia.
Pues vivir en esperanza es una exhortación a construir nuestro mundo, la
historia de los hombres teniendo en perspectiva el reino que el Jesús encarnado
y viviente en nuestra morada ha venido a traer. La esperanza no es un
patrimonio particular de los cristianos; por el contrario, es patrimonio de
toda la humanidad, creyente y no creyente, y buenas y fructíferas muestras de
ello tenemos en el pensamiento más constructivo que ha generado el hombre,
pues, es todo hombre y no sólo los cristianos, los que somos concebidos bajo
esa esperanza. Lo que caracteriza la esperanza cristiana es que está fundada en
la Palabra, una palabra que siendo promesa, se ha hecho realidad carnal en la
historia de los hombres: promesa en el pasado, anticipada al haber sido hecha
carne en nuestro presente, o lo que es lo mismo: que, sean cuales sean las
circunstancias, las cosas pueden ser de otra manera conforme a la verdad.
Dostoievsky afirmaba en los “Hermanos Karamázov”, en una célebre cita, que “si
Dios no existe, todo está permitido”, que podríamos interpretar como que si
Dios no existe, todo es posible, no hay impedimentos ni metafísicos, ni
morales… Pero a esta cita, bien podemos contraponer otra afirmación, a saber,
que, si Dios se ha hecho carne, un mundo nuevo es posible, ya en esta tierra.
Si Dios se ha hecho carne, la finitud de la carne ya no es impedimento para
construir un mundo más allá de la mera utopía, pues lo que parecía imposible
(concebir a Dios trasmutado en nuestra finitud y limitación carnal) se ha
producido y ha roto las fronteras de lo posible-imposible, de lo
razonable-impensable.
Para ello, el que es la Sabiduría nos ha dado gracia
para conocer y vivir en la verdad; el que es luz verdadera, nos exhorta a vivir
en la luz. Cuales sea que fueren las circunstancias, sólo quien vive en la
verdad rechazando la mentira; sólo quien vive en la luz, rechazando la
oscuridad, puede comprender qué es vivir en la esperanza; y, comprendiéndola,
hacerla posible, anticiparla, pues el reino de la luz sólo se construye desde
la verdad.
A tal respecto de este reino a construir a que nos
exhorta esta esperanza que ya ha anticipado el futuro, la segunda idea
dogmática tiene otro mensaje muy importante que no debemos olvidar: el que si
“el Verbo se hizo carne”, fue para salvar también a la carne: el reino de Jesús
no es un reino de almas más allá de las fronteras de la muerte y de este mundo.
Es un reino para todo hombre y para todo el hombre, en la realidad carnal que
lo constituye. Por eso, la encarnación lo ha iniciado aquí, para que
comprendamos que remite ya al hombre actual en toda época: no hay esperanza
posible para este mundo ni para ningún mundo futuro más allá de nuestra
posibilidad de conocimiento, si esa esperanza no la actualizamos hoy en cada
hombre de carne que fue predestinado a la vida plena desde su concepción.
Este mundo, esta historia, y esta carne es la morada
que se nos ha dado y Dios ha venido a ella: dejémosle pasar, pues ha traído la
esperanza anticipadora del reino.
Pautas para la homilía en:
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/pautas/
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