Reflexiones
| Gabriel Mª Otalora/Eclesalia
¿Qué podemos hacer en la pandemia?
Inmersos
en la realidad de la covid-19, en plena fragilidad sanitaria y económica,
vivimos en estado de shock. No estamos acostumbrados a estar en vilo después de
tantos meses, contagios y muertos. El estupor es evidente en las autoridades y
en las sociedades de todo el mundo, aprisionadas en un endiablado tablero con
dos fichas imposibles de casar: si cierro la mano para reducir la incidencia de
los contagios se destroza el tejido productivo. Si abro la mano, el coronavirus
amenaza con convertir la pandemia en una sistemia que afecta de manera
generalizada a todas las estructuras del sistema socio-productivo.
Intuimos
que las estructuras con las que funcionamos no están siendo eficaces, más allá
del esfuerzo sanitario operativo e investigador. Tampoco estamos satisfechos
con la respuesta social, inmadura e infantil por parte de demasiadas personas
que aceptan la más mínima molestia por el bien común. La tecnología, la
logística, el dinero, los avances de todo tipo, no logran evitar la mezcla de
desconcierto, estupor, miedo, desánimo y mucho dolor contenido en torno a la
covid-19. Y cuando algunos negacionistas han alardeado de que no hay que
hacerle mucho caso e “esto”, las consecuencias han sido severas; ahí está
Brasil, Estados Unidos y Gran Bretaña. Todo esto junto es demasiado como para
no preguntarnos los cristianos -en este caso- ¿qué podemos hacer cuando este
virus desafía la fe cristiana?
El nivel
de solución que puede aportar la mayoría es casi testimonial en apariencia.
Veamos algunas posibilidades de crecimiento interior y con el prójimo desde el
dolor compartido para vivir este tiempo con otra mirada menos utilitarista y
desesperanzada.
En primer
lugar, podemos crecer en humildad. Es la principal actitud cristiana y está muy
abandonada. La primera lección es comprender que no tenemos el control de toda la
existencia. Esta pandemia pone al descubierto la limitación y la vulnerabilidad
del ser humano. Somos seres necesitados de otros, no importa si las tecnologías
nos cambian la vida. Todo se globaliza y se interrelaciona, se comunica y se
conecta, de manera que un problema de reparto de las vacunas en África, puede
repercutir en las sociedades que han podido ser vacunadas pronto. De nada sirve
con este virus protegerse una parte del Planeta cuando estamos tan
interconectados. Esto nos da la oportunidad para reflexionar sobre mi actitud y
la soberbia insolidaria que amenaza una solución global.
En
segundo lugar, esta reflexión nos debe llevar a orar mejor, a abrirnos a la
escucha humilde. Dios no deja de comunicarse nunca, mucho menos en estas
situaciones tan difíciles. Pedirle luz y fuerza para acertar en nuestra actitud
con los que nos rodean y sobrellevar nuestra propia desazón confiadamente. “Sin
mí, no podéis hacer nada”, recuerda Juan en su primera Carta. Reflexionar con humildad delante de Dios cómo
tantos dones tecnológicos (la inteligencia artificial, el mapeo del genoma, la
ingeniería genética, las computadoras cuánticas…) no pueden controlar un virus
microscópico. Estamos asustados y poco esperanzados, y eso no es muy cristiano.
Es un
buen momento para reflexionar desde la fe sobre nuestro concepto de progreso,
que no coincide con el de desarrollo; ¿de dónde salen las materias primas y a
qué coste humano para millones de personas? Nos hemos emborrachado de
consumismo sin pensar en las consecuencias para una gran parte de la humanidad.
El Papa no deja de advertir la injusticia de este sistema insolidario con una
gran parte de la humanidad que además pone en peligro la sostenibilidad del
Planeta. Dios nos habla también a través de la pandemia.
Priorizar
la escala de valores es otra cosa que podemos hacer. Se nos pide que dejemos de
lado nuestras libertades personales y nuestros deseos sociales por el bien de
los demás. Si socializamos existe un riesgo real para nosotros y sobre todo
sabemos del peligro de contagio para la gente más anciana y vulnerable. Esto
nos lleva a cuidar las relaciones con quienes puedan sentirse más solos y
deprimidos; para eso tenemos las redes sociales, para que nadie se sienta en la
cuneta. El aislamiento puede enseñarnos a actuar de positiva y constructiva en
nuestras interacciones sociales en lugar de hacerlo de forma negativa y
destructiva.
Por último, es una oportunidad de oro para valorar lo que tenemos y lo que nos falta siendo conscientes de la gratuidad de Dios en todo. Tampoco somos especialmente agradecidos con lo que nos parece “normal”: tres comidas diarias, vivienda, vestido, familia, trabajo, salud, relaciones sociales, cultura, haber nacido en esta parte del mundo en lugar de en pleno Tercer Mundo… que cada cual haga su lista y vuelva a la actitud humilde y agradecida viviendo las cosas buenas del presente. Esto nos llevaría, en fin, a fomentar nuestra actitud y espíritu de servicio a los demás. Las crisis provocan una multiplicación en cadena de actos de solidaridad entre seres humanos y pueblos que fortalece lazos y destinos. Este necesario espíritu de servicio implica ofrecerse como un instrumento de ayuda de los demás, abiertos a cualquier necesidad cercana de escucha, de consuelo, de tiempo y de lo que haga falta da igual quien lo necesite
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia).
Publicado
en ECLESALIA por gabriel.otalora
@outlook.com.
BILBAO (VIZCAYA).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...