Coronavirus | Alexis Cifuentes
Crisis y “analfabetismo
espiritual”
Esta crisis que ha instaurado el
confinamiento, que nos impide acercarnos físicamente y expresar gestos humanos,
como el abrazo, nos ha hecho valorar más aspectos humanos que no considerábamos
tan importantes para la vida. También ha revelado cierto “analfabetismo
espiritual”, como afirmó en su momento Mons. Grech, quien señalaba cierto desconcierto
entre los cristianos, que frente a la crisis muestran un exhibicionismo y
pietismo no propios de la expresión de una fe madura.
Entonces
surgió, entre otras preguntas, si esta Iglesia se pone a la altura de la
situación, si puede hacer lectura de esta realidad. En tiempos precarios para
expresar la fe como acostumbramos ¿sólo nos preocupa la cuestión de la
imposibilidad de acceder a los sacramentos? Para estar a la altura de las circunstancias
que nos afectan desde marzo del año pasado, nos hemos visto obligados a
repensar la comunidad cristiana más allá de los sacramentos y del templo.
Como Iglesia
debemos aprender las lecciones del aislamiento para no anclarnos en lamentos y
nostalgia del pasado, por muy bueno que haya sido, y aprendiendo a desafiar nuestros
"modelos pastorales". En este paso aparece una fe que puede atravesar
la crisis y permanecer más allá del tiempo presente. Hemos ido rehabilitando,
por ejemplo, la llamada "Iglesia doméstica". El rostro de la Iglesia
doméstica siempre ha estado presente en la historia eclesial. Pero ha quedado
relegado muchas veces.
El aprendizaje
en la crisis nos da la certeza que el distanciamiento no desarticula la Iglesia,
más bien la desafía a permanecer en el amor. Siguiendo las huellas de Jesús
reconocemos en su palabra una clara afirmación: el amor es la base donde se
sostiene la estructura eclesial en todos sus niveles: la comunidad, la
liturgia, el servicio, el compromiso con el mundo, los sacramentos, la cercanía
a los más pobres y alejados, a quienes se sienten marginados o rechazados.
La historia
eclesial de dos milenios nos remonta a las primeras comunidades sin templos,
sin grandes edificios; pero sí con la valentía para anunciar el Evangelio a
riesgo de la vida y con la credibilidad del testimonio que contagió y movilizó
a las primeras generaciones para seguir a Jesús y participar en su proyecto de
hacer presente el reinado de Dios, esto es, condiciones de vida y esperanza
para todos.
El llamado "analfabetismo
espiritual" trajo muchas reacciones. Muchos se preguntaban cómo
subsistiría una iglesia sin sacramentos. Otros veían la amenaza en la
imposibilidad de realizar los actos comunitarios o masivos. No faltó quien se
inclinara por las lecturas apocalípticas sobre el final del mundo. Los juicios
morales sobre el ser humano y su descuido por la naturaleza no faltaron. Algunos
llegaron a afirmar que la vida de la Iglesia se había interrumpido. O que
Cristo no iba a resucitar, por descartar seguir el itinerario de la Cuaresma.
Pero las
comunidades cristianas toman la iniciativa y se despierta la creatividad. Si el
Espíritu habita en nosotros, damos por supuesto que no somos una fe simple que
se rinde ante las evidencias negativas. La confianza que genera en nosotros la
presencia del Señor por medio de su espíritu, nos anima, nos fortalece y nos
ilumina para caminar hacia adelante, para ensayar nuevas maneras de expresar la
fe milenaria que se renueva en todo tiempo. Si Dios en su bondad infinita se
hace presente en las celebraciones sacramentales donde sigue amándonos y
salvándonos, cómo sería posible que sólo en los sacramentos estuviera su
presencia.
Volvimos a
recordar muchas realidades de la fe en las cuales, movidos por el Espíritu,
creyentes y comunidades despertaron a la realidad y con la ilusión de la fe, el
vínculo del amor y sostenidos por su esperanza, ensayaron nuevas maneras de
convivencia, de fraternidad, de presencia en el mundo. Las palabras de esa “nube
de testigos” que nos precedieron fueron también fuentes de inspiración para
seguir adelante. Aún no salimos de esta crisis. Apenas se está ensayando con
las vacunas en un proceso lento, por la gravedad de la situación, pero el
creyente es anuncio y testimonio para su tiempo. En el hoy de la fe, la Iglesia
encontrará poco a poco no solo permanecer en el amor, sino también acompañar a
este mundo adolorido que necesita de Dios.
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