Reflexiones | Manuel de Jesús, OCD
Desierto y Paraíso
La
Cuaresma cristiana comienza siempre con la lectura del relato de las
tentaciones de Jesús en el desierto. Coinciden los expertos bíblicos y los
teólogos en el hecho de que no es un relato propiamente “histórico”, sino que
quiere interpretar a Jesús, su misión, su camino, su destino. Es relevante el
hecho de que se vincule la ida al desierto de Jesús con el Espíritu, y que en
el relato tanto Jesús como el Diablo echen mano a la Escritura para argumentar
y defender un camino. El Diablo quiere que Jesús se aproveche de su condición,
de su relación con Dios, cosa que Jesús rechaza. El relato nos hablaría sobre
todo de los conflictos de las primeras comunidades cristianas a la hora de
interpretar y seguir el camino de Jesús.
La vida
humana es DESIERTO, y aclaro, no es un desierto, sino que hay en esa vida una
dimensión de desierto claramente identificable, también a nivel espiritual.
Así, el camino de Israel a través del desierto del Sinaí durante 40 años se
convierte en modelo de nuestro propio itinerario de fe; eso, si somos capaces
de mirar más allá de lo concreto y particular, e interpretamos las claves que
se esconden en el relato. El paso de la esclavitud a la libertad, la
resistencia del pueblo a asumir las exigencias de esa libertad y la añoranza de
la servidumbre, las dudas sobre si está Dios o no con ellos, la roca que mana
el agua o el maná que calma el hambre, el cansancio, los ídolos o falsos
dioses, la relación de Moisés con Dios… En fin, que hay mucha riqueza en esta
historia, aprovechable para pensar en nuestra búsqueda de Dios en la vida
cotidiana.
El
DESIERTO es, por lo anterior, en la Biblia, un LUGAR TEOLÓGICO… ¿Qué significa
esto? Que, a partir de la realidad física y geográfica del desierto, como lugar
árido, apartado, lugar de paso, los creyentes descubren en él también un
espacio espiritual donde Dios se manifiesta de un modo peculiar. El desierto es
el lugar de la tentación, el lugar del Enemigo, pero es al mismo tiempo el
lugar del encuentro con Dios: donde la Palabra se hace más clara, maduramos en
la fe, hacemos amistad con Dios, y aprendemos a reconocerle. Entonces, como
diría El Pequeño Príncipe, la arena del desierto resplandece, y podemos
encontrar un pozo en cualquier parte. El DESIERTO es, definitivamente, el lugar
de lo invisible, donde todo se oculta bajo un velo misterioso, y se revela sólo
a quien busca de la mano de la confianza y del amor.
Yo me
atrevo a decir por todo lo anterior que, desde el punto de vista espiritual,
DESIERTO Y PARAÍSO confluyen de alguna manera en el mismo espacio. Cuando somos
capaces de reconocer a Dios obrando en la vida y la historia del ser humano y
de su creación, entonces lo que antes parecía puro desierto empieza a verse
también como vergel, como lugar de creación, como paraíso. Volviendo a retomar
las imágenes del párrafo anterior, la arena comienza a resplandecer como si el
desierto revelara lo que esconde bajo la arena, y la búsqueda del agua de vida
que alivia nuestra sed interior, con aquellos y aquellas que también sienten el
llamado de una mayor libertad y vida plena, hace que aparezca un pozo cantor
justo después del mayor momento de oscuridad.
Cuando en
el segundo domingo de Cuaresma leemos el pasaje evangélico de la
Transfiguración, estamos también, con los discípulos, asomándonos al paraíso.
Los lugares altos son siempre espacios de epifanía, de manifestación de Dios;
en la Biblia son lugares geográficos también, al mismo tiempo que lugares
espirituales o simbólicos. El monte donde Jesús predicó las Bienaventuranzas no
es un pico elevado, pero expresa un momento sublime, particular, epifánico
también, del ministerio de Jesús. Quiero decir con esto que en medio de nuestro
“desierto” cotidiano vivimos también momentos de revelación, de luz, de
“paraíso”, es decir, “momentos altos” en los que recibimos lo necesario para
seguir haciendo nuestro camino hacia la libertad.
El
itinerario de Cuaresma está señalizado por estas y otras claves espirituales
que nos preparan para tener una vivencia más honda y actualizada de la
resurrección de Cristo, que acontece en nosotros aquí y ahora. Por eso esta
invitación a reflexionar en lo que implica que la vida humana sea desierto y
monte alto o paraíso al mismo tiempo. Estas imágenes, según mi propia
experiencia, son sanadoras y transformadoras de la persona humana, y
contribuyen a la maduración espiritual y a la superación de tentaciones y
obstáculos para una vida plena, vivida en el amor. Publicado en Eclesalia
Informativo.
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