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    lunes, 22 de marzo de 2021

    Coronavirus: miedo y solidaridad


    Opinión | Padre William Arias




    Coronavirus: Momentos de miedo y tiempo de gran solidaridad

     

    Desde hace un año en que comenzó todo esto de la pandemia del coronavirus comencé a cuidarme y a seguir lo que los protocolos de salud pedían e incluso, estuve en lugares de contaminación como clínicas y hospitales continuamente con mi padre, antes de él morir, y nada pasó. Sin embargo, entrado el 2021, sin saber dónde ni cómo, me enfermé de esta terrible desgracia que le ha llegado a la humanidad.

     

    La sintomatología fue simple, empecé a sentir malestar corporal como el que da la gripe y una pequeña diarrea, nada más. Pensé que era alguna gripe alérgica del momento o que algo que comí me cayó mal, pero un médico amigo que me insistió y me hice una prueba de antígeno y salió positiva, y ahí comenzó mi calvario con la covid-19.

     

    Inmediatamente me comuniqué con mis dos amigos neumólogos, los doctores Benjamín Hernández y Plutarco Arias (exministro de Salud Pública, víctima del sistema obscuro nuestro), quienes me recomendaron el tratamiento para estos casos, una cantidad apreciable de pastillas y la evaluación de rigor con la prueba PCR, la cual confirmó la presencia del coronavirus en mí.

     

    A los pocos días de tratamiento los síntomas desaparecieron, y nada de los síntomas comunes como fiebre, dolor de cabeza, congestión, dolor de pecho, pérdida del gusto y del olfato, nada de eso, dando como resultado final un coronavirus asintomático. Inmediatamente tomé las medidas de aislamiento, pedí a mi compañero de casa el P. Darinel irse a vivir a otro lugar para que no se contagiara.

     

    La señora que nos atiende, que ya tenía experiencia cuidando enfermos de este tipo, me acompañó todos los días en la preparación de la comida y demás. Y en esto se me fue prácticamente todo un mes, que nunca recuperaré.

     

    El asunto fue que al enterarme que estaba contagiado, lo primero que hice fue avisar a la gente con quienes en esos días había estado: mi familia y ellos hacerse la prueba, gracias a Dios negativos, sobre todo mi madre, una persona mayor, pero angustias para ellos y para mí, por lo incierto y terrible de la enfermedad en mí. En ese mismo instante comenzó a darse una avalancha de mensajes vía whatsApp y llamadas de familiares, amigos, hermanos de parroquias donde he estado, que su lectura y respuesta hicieron que el tiempo se fuera volando.

     

    Además, los test que me mandaban y otras cosas, fueron grandes muestras de solidaridad y cariño que no esperaba y de lo cual no me siento merecedor. Interesante fue ver cómo muchos de ellos se hicieron cargo de muchas de mis obligaciones familiares, de trabajo y pastorales.

     

    Por mi parte, pasaba el día rezando. Continué dando mis clases, ya que la virtualidad lo permitía, celebrando solo la Eucaristía, leyendo. Hice una especie de horario fijo de cada día, que viéndolo bien fue como un retiro espiritual muy oportuno en esos días.

     

    Aunque al principio hubo su miedo, éste reapareció, junto a cierta angustia y frustración en los días que me sentía mejor y al repetir la PCR se comprobaba que seguía presente el virus. Tuve que hacerla cuatro veces. Llegué a pensar que rompería el record del italiano. Pero, qué alegría, hasta las lágrimas, cuando vi ese NO DETECTADO en la hoja de resultado del laboratorio.

     

    Quiero darle gracias infinitas a Dios, a la Virgen y a los santos por su solidaridad para conmigo en esos días a través de la oración, y a todos mis familiares y amigos, mis médicos y hermanos en la fe que supieron acompañarme: Dios les premie. Y hay que seguir cuidándose. Y vacunarse, para vencer esta peste calamitosa que nos ha llegado.

     

     

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