Miradas
Cristianas | José I. González Faus teólogo
El ecumenismo del dolor
Del
viaje de Francisco a Irak bien estará que perduren los discursos y las fotos de
encuentros con dirigentes polÃticos o religiosos. Pero hay algo que me parece
más importante conservar: la imagen y el recuerdo de sus encuentros con el
padre de Ayland y con Doha Sabah, vÃctimas del crimen de la guerra siria y del
crimen del terrorismo islámico.
La
foto del niño de tres años ahogado en una playa turca dio la vuelta al mundo y
nos produjo una pequeña sacudida pero ya nos habÃamos olvidado de ella. Tampoco
nos dijeron que su padre habÃa perdido además a otro hijo de 5 años y a su
esposa. Por impactante que pareciera, ver solo la foto del cuerpo del niñito
inmóvil en la playa no es lo mismo que haber visto nacer y crecer a aquella
criatura inocente, para encontrárselo después asÃ. Lo que habrá pasado por el
corazón de aquel pobre hombre serio, no lo sabremos nunca.
El
Papa y el padre de Aylan
Tampoco
lo que pasó por aquella mujer cristiana de la llanura de NÃnive que oyó una
explosión, se asomó a la calle y le dijeron que su crÃo de 4 años acababa de
morir. Que solo pudo “llevarlo al cementerio y rezar unas oraciones”, y que ha
tratado de perdonar a los terroristas, aun reconociendo que “muchas veces la
naturaleza humana es más fuerte que la llamada del EspÃritu”.
Que
ese dolor y esa amargura, soportados diariamente en el silencio, hayan
encontrado el reconocimiento, la atención, el tiempo y el abrazo de alguien que
figura como lÃder o persona importante de un universo religioso, puede ser una
pequeña señal o promesa de que ni el mal ni el dolor tendrán la última palabra
en esta historia. Ojalá en adelante haya un poco más de paz en sus vidas.
Y
ojalá nuestra humanidad, laica y plural, sepa encontrar la forma de crear una
especie de “santos mártires laicos” de nuestra historia, que tuvieran la misión
que deben tener los santos en la iglesia católica: unos recuerdos que
interpelan (y no unos meros diosecillos de los que aprovecharnos). Y ojalá
encontráramos las imágenes de esos santos mártires laicos en los locales de
Naciones Unidas, en todos los gobiernos y parlamentos del mundo, en la OIT y
(ya no me atrevo a decirlo) en los locales del FMI, del Banco Mundial y de
todas las fábricas de armas del planeta: en esos que son los verdugos
estructurales y las causas últimas de tanto dolor y de tanta amargura
silenciosa como puebla esta tierra. Eso ya no me atrevo a esperarlo.
El
Papa y Sabah Abdalá
Hay
otra cosa importante dentro del campo de mi Iglesia. El padre de Ayland no
serÃa cristiano sino musulmán, supongo. Doha era cristiana pero no católica. El
abrazo de Francisco tiene aquà otro significado que podemos calificar como
“ecumenismo del dolor”. Eso me evoca el comentario (más genérico) de Francisco
a los periodistas, en su vuelo de regreso de Irak: “algunos me acusan de
herejÃa por estas cosas”. Quisiera dirigirme fraternalmente a esos acusadores.
Leamos
primero todos el pasaje evangélico de la mujer sirofenicia (Mt 15, 21.28).
Jesús comienza allà hablando como quizá gustarÃa a esos acusadores: humilla a
la mujer, defendiendo su proyecto inicial de comenzar “congregando a las ovejas
perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,6;
15,24), con la idea de pasar luego de Israel al mundo. Desde nuestra mentalidad
actual, la mujer pudo haberse despachado diciendo a Jesús que era un judÃo
fanático o un machista o cosas asÃ. Se habrÃa desahogado pero habrÃa perdido a
su niña. Prefirió aceptar la humillación personal para ver si asà salvaba a su
hija. Y no solo consiguió eso, sino que la sensibilidad divina de Jesús
percibió inmediatamente que allà estaba Dios, y modificó su proyecto inicial
(en los evangelios, cuando Jesús dice a alguien “grande es tu fe” es como si le
estuviera diciendo que Dios habla por ti).
Papa,
en Mosul
Jesús
sabe perfectamente lo que ya venÃa practicando con sus modos de curar: que lo
que más une a los hombres ante Dios es el dolor compartido; más que todas las
inevitables y dolorosas divisiones de mentalidad, religión o iglesia que la
historia ha venido provocando. Si no bastara el que, ante Dios, antes que
ateos, musulmanes, budistas o cristianos, somos todos seres humanos y, por
tanto hijos suyos, queda todavÃa el que ante Dios, podemos ser todos iguales
por el dolor compartido.
Eso
es lo que creo que ha comprendido Francisco y no comprenden sus acusadores:
ellos tienen una mentalidad religiosa, pero no una mentalidad divina. Y la
religiosidad humana está tan expuesta al pecado como su ausencia (“historia
magistra vitae”). Solo el EspÃritu de Dios puede librarnos de ese pecado de
nuestra religiosidad que Jesús parece haber combatido tanto.
Y
ojalá que Abdulah Kurdi (el padre de Ayland) y Sabah Abdalah vengan a ser como
las puertas de ese nuevo ecumenismo. Como he dicho otras veces, lo que necesita
nuestro mundo occidental es tener el valor de poner encima de la mesa todo el
inmenso dolor del mundo. Aunque no esté bien citarse me atrevo a repetir lo que
escribà hace ya más de cuarenta años: “el servicio al dolor del mundo es el
lugar de superación de la eterna antinomia entre inmanencia y trascendencia” (La
Humanidad Nueva, p. 692 de la última edición).
Publicado
en religióndigital.org:
https://www.religiondigital.org/miradas_cristianas/ecumenismo-dolor_7_2322437738.html
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