Espiritualidad | Redacción Amigo del Hogar
Sanación de las heridas
Todos
nosotros hemos sido tocados por acontecimientos que nos afligen, nos
entristecen, nos dejan heridas muy difíciles de cicatrizar. El dolor ajeno no nos
es indiferente. A veces personas que no conocemos pasan por situaciones que nos
dejan descolocados. Estos días muchas muertes nos han hecho sentir tan
vulnerables, no tenemos palabras para fortalecer o consolar a tantas personas
cercanas que pasan por graves situaciones familiares.
A luz de
la fe que nos ayuda a caminar, aceptamos que esas heridas y pérdidas son las
cruces cotidianas de nuestras vidas. Cuando llega un gran dolor quisiéramos de
inmediato sacarlo de nuestras vidas y nos damos cuenta que el esfuerzo por
echar ese dolor fuera, resulta ser más doloroso.
Un ser
humano como nosotros, Jesús, en quien estaba Dios presente y solidario entre
nosotros, nos orienta en este proceso de vivir nuestras situaciones dolorosas. “El
que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga (Mt
16, 24-25). Esta lucidez que pide a sus seguidores nos indica que no se trata
de resignarse ante el dolor, o sentirlo como un castigo de Dios. No. Se trata
de encontrar el camino para afrontar las cruces cotidianas de la vida.
Estamos
conscientes de un hecho: reconocer y aceptar la realidad de mis cruces en la
vida es el primer paso de sanación. Aceptarlas y experimentarlas es el modo de
lidiar con ellas. Es un camino de liberación que me conducirá a la paz. Es la
manera de sanarme.
¿Cuáles
son esas cruces? Las heridas, las pérdidas y las decepciones.
Nos hacen sufrir. Entonces trato de evitar el dolor y me niego a aceptar mis
cruces. Es una resistencia que aumenta mi malestar. Estoy tratando de salvarme
a mí mismo, busco tener el control de lo que me pasa y resulta esto más doloroso.
¿Qué
hacer ante la aflicción? En primer lugar, estar
dispuestos a abrazar las heridas y pérdidas diarias, como un modo de salvar la
vida y ser libre. Al experimentarlas y aceptarlas, el siguiente paso es admitir
los efectos dolorosos que esas heridas han causado a nuestras vidas.
Es verdad
que no puedo cambiar los hechos hirientes de mi pasado, pero sí puedo tomar la
decisión de que no tengan poder sobre mí, que no condicionen negativamente mi
vida. Es un camino de sanación que debo recorrer. Desde mi fe, comprendo que
con la ayuda de Dios puedo entrar en un proceso de sanación.
Volvamos
a Jesús, a quien seguimos. Siguiendo la práctica de Jesús,
encontramos un hombre que vive para los demás. Tiene una capacidad de acogida,
de cercanía y comprensión que ya en sí es un camino para la sanación y
liberación de las personas. Jesús conoció en carne propia nuestros
sufrimientos. No teorizó sobre esa realidad, pero nos enseñó cómo vivirla. Él
conoce nuestro sufrimiento y aprendimos que las cruces de la vida son caminos
de salvación. No las queremos, no las buscamos; las traen la vida. En ese
caminar, con Jesús presente, me mostrará el camino a una vida nueva. A pesar de
la cruz.
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