Sacramentos | Archivos Amigo del Hogar
Nuestras heridas en la Eucaristía
En la comunidad eclesial hemos aprendido que Jesús
se hace presente aquí y ahora, realizando su gesto amoroso de entrega por
nosotros. Sus heridas nos han curado, su amor nos ha transformado de tal manera
que nosotros también, “experimentamos en nuestra carne lo que falta a su
pasión”. El gesto amoroso y salvador del Señor no se extinguió al retirarse con
sus discípulos de la Cena, la noche de Pascua.
Por la fe que compartimos estamos insertos en el
Misterio de la Pascua del Señor y esa realidad no solo afecta el pasado. Hoy y
siempre, la humanidad necesitará participar con Cristo en su muerte y alcanzar
con Él la Resurrección. La comprensión de esa realidad de salvación permanente
en nosotros hoy y siempre, nos alivia y sostiene en cualquier ocasión negativa
de la vida.
Seamos compasivos y solidarios tanto con nosotros, como por quienes necesitan de nuestros gestos de fraternidad
Cuando entramos en el ambiente eucarístico, hay muchos
momentos de la celebración donde aparece explícita esa realidad de sanación por
medio de la obra del Señor. Dios se hace presente en el Hijo que sigue dándonos
vida por medio de la celebración eucarística; sigue actuando en nosotros y con
nosotros por medio del Espíritu Santo para hacer efectiva la gracia que nos
consuela, nos sana y libera de las opresiones.
Podemos confiar que en cada celebración
eucarística somos tocados por el Señor, quien entra en nuestras vidas en un
acontecimiento de gracia y lo vivimos sacramentalmente allí, en el espacio de
la comunidad que celebra. Es un aspecto que nos ilumina para comprender el ir a
Misa como una “obligación” del precepto dominical, sino como una necesidad
vital para estar con Cristo y con la comunidad, su Iglesia.
Si lo entendemos de esa manera, nuestra
participación activa en la celebración, como fuente de gracia para la vida
ordinaria, será de un orden más consciente, más fructuoso, más integrador. A la
eucaristía llevamos todo lo que somos; y en ella, nos presentamos al Señor
quien sabe de nuestras debilidades, desamparos, egoísmos, dolores… Poner todas
nuestras heridas en la Eucaristía en gestos de confianza, humildad, apertura al
Dios que sana y salva.
Aprovechamos la Palabra que nos da vida, los gestos
y acciones que nos incluyen en la realidad salvífica de Cristo. Nos presentamos
como ofrendas vivas en el ofrecimiento de lo que tenemos para que Jesús nos
transforme. Nada queda fuera de la gracia sacramental cuando celebramos en
comunidad: nuestras infidelidades, impotencias y debilidades; así como nuestras
esperanzas, deseos y búsquedas, son sanadas por el Señor para darnos Vida
nueva.
No vayamos a la celebración ajenos a nuestra
propia realidad, ni desentendidos del “dolor del mundo”. Seamos compasivos y solidarios tanto con
nosotros, como por quienes necesitan de nuestros gestos de fraternidad para
sentir el influjo sanador de la celebración. Podemos salir de allí más capaces
de echar a andar tras las huellas de Jesús, más enamorados de su proyecto; más
capaces de cargar nuestras cruces y hacer un camino de sanación personal y
comunitaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...