El coraje
de levantarse | José María Marín Sevilla
"La
pandemia está siendo un ejemplo de esa frenética obsesión por la salud corporal
como absoluto"
Todos deseamos
un cuerpo sano. Incluso cuando hablamos de “mente sana” entendemos por ésta un
cerebro sin lesiones, o una mente sin perturbaciones. La salud biológica es lo
que realmente nos importa y nos preocupa. La deseamos y la adoramos. Si la
tenemos nos aferramos a ella como si fuera absoluta y definitiva. Solo ella es
garantía de verdadera felicidad. Por el contrario, si se tambalea y la perdemos
lo consideramos un fracaso, una desgracia. Nos aterra imaginar la infelicidad y
la de quienes la tendrán que “soportarla” con nosotros.
La
pandemia del covid-19 está siendo un ejemplo de esa frenética obsesión por la
salud corporal como absoluto y fundamento de nuestra vida. Para conseguirla
estamos dispuestos a todo: nos confinamos, nos distanciamos, nos desafectamos
de los seres queridos, les dejamos morir solos, nos vacunamos… esos sí, primero
los ricos.
Sanos y
privilegiados
Ocurre
con la salud como con el dinero. Ambos van de la mano cuando de bienestar y
felicidad se trata. Tampoco la pandemia ha conseguido desplazar la economía del
interés de todos. Por conseguir “estabilidad económica” (comprar y tirar)
también estamos dispuestos a todo: violentar a los demás o amenazar la vida
misma con un consumo tan irracional como irresponsable. Consumimos sanidad sin límites.
Todos deseamos un cuerpo sano. Incluso cuando hablamos de "mente sana"... La salud biológica es lo que realmente nos importa y nos preocupa. La deseamos y la adoramos
No
podemos imaginar los millones de toneladas de basura que al final de esta
pandemia, entre guantes, mascarillas y EPIS, tendremos que extraer de los mares
y quitárnoslas de encima derivándolos a alguno de esos gigantescos vertederos
instalados en el Tercer Mundo, lejos de nosotros, como ya está ocurriendo con
millones de toneladas de basura tecnológica. Quizá sea pronto para calibrar las
consecuencias pero ya existen voces que alertan: "Con una vida útil de 450
años, estos equipos son una verdadera bomba de tiempo ecológica”. (Eric
Pauget).
Una vez
más los privilegiados intentamos salvarnos solos, cueste lo que cueste y caiga
quien caiga, haciendo caso omiso a las voces expertas que alertan de los
peligros que encierra la distribución desigual de vacunas entre países ricos y
pobres. Esta estrategia no cierra la puerta a la propagación del virus sino que
le pondrá fácil seguir mutando, lo que, antes o después, volverá a constituir
un grave peligro de salud pública, a nivel global. Además, pone de manifiesto
la inhumanidad del sistema socio-económico-sanitario y las desigualdades que
genera, sin importarle a nadie. Esta es la normalidad anterior a la pandemia y
a la que vamos a volver, sin desobediencia civil, sin reproches, ni nada que
aprender.
Próxima a
nosotros ha surgido la polémica de numerosos casos de vacunaciones irregulares
en los diversos ámbitos de la sociedad. Personalmente me inquietan los casos
referidos a algunos obispos: al pillaje y a los privilegios para conseguir la
salud ya estábamos acostumbrados, son una más de las manifestaciones de la
búsqueda irracional de la propia salud (a costa de lo que sea y al precio que
sea). Lo de estos jerarcas religiosos es bastante más triste. Comprendo
perfectamente que muchos ciudadanos se hayan escandalizado, también numerosos
creyentes: si es su salud corporal la que tanto les preocupa y desean
conservar, antes deberían despojarse del “pectoral” que les identifica con la
cruz de Cristo.
No es
este un tema baladí, ni se trata de una anécdota. Cuando leemos en el Nuevo
Testamento: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz (Filipenses
2, 6-11); no podemos menos que desear profundamente que lleguen tiempos nuevos
donde los creyentes y sus representantes se distingan de los demás solo y
exclusivamente por el servicio y la gratuidad. Las vacunaciones irregulares de
algunos clérigos son sencillamente una oportunidad perdida que entristece a
quienes, en el pueblo de Dios, deseamos, necesitamos y esperamos otra cosa.
El deseo
de mantener la salud sin dejar de ser ricos, nos ha llevado a una especie de
esquizofrenia colectiva: ahora todo cerrado para salvar la vida; ahora todo
abierto para salvar la economía… Occidente ha decidido convivir con el virus
para salvar la economía. Un plan perfecto. Si no viéramos crecer cada día las
colas del paro y del hambre en nuestras ciudades y nuestros barrios; y si en la
lista de muertos no empezasen a figurar algunos de nuestros seres amados de
verdad. No podemos obviar que, entre los efectos de la pandemia para la salud
aparezca la ansiedad, en niveles alarmantes. Ansiedad acentuada precisamente
por el miedo a la muerte, a las dificultades laborales y económicas que
conllevan las restricciones de movilidad y de reunión.
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