Editorial | Redacción de alandar
Lo de antes, no
No queremos volver a lo de antes de que el virus
nos cambiase la vida. Claro que deseamos recuperar nuestras rutinas, nuestra
vida social y familiar, nuestros viajes y nuestro trabajo cara a cara con los
compañeros. Pero lo que no queremos es que esta devastación haya pasado por
nosotros sin cambiarnos, haya arrasado tantas vidas y causado tanto sufrimiento
para recuperar una «normalidad» que está en el origen mismo del desastre.
Porque a estas alturas ya no cabe la menor duda de
que la pandemia tiene su origen en la alteración del equilibrio fundamental de
la vida en el planeta y es una llamada para producir, consumir y vivir de otra
manera.
Un repaso rápido a las vÃctimas nos dará la
dimensión de la tarea pendiente. Las vÃctimas, simplificando, han sido las
personas, la economÃa y los más pobres.
En España, el número total de muertos es de 76.000
desde el 15 de marzo de 2020, pero el «exceso total de muertos» era de casi
92.000 a mediados de abril. En todo el mundo son más de dos millones los
fallecidos. Y los afectados llegan a 3.350.000 solo en nuestro paÃs y pasan de
136 millones en todo el mundo. ¿Podemos imaginar cuánto dolor y sufrimiento hay
detrás de cifras tan apabullantes?
No queremos que esta devastación haya pasado por nosotros sin cambiarnos, que haya causado tanto sufrimiento para recuperar una «normalidad» que está en el origen mismo del desastre
La economÃa es la segunda vÃctima: hoy, somos más
pobres. Hay 800.000 nuevos pobres en España, según Oxfam. En el resto del mundo
también crece la pobreza extrema, que afecta a 150 millones de personas más que
antes de la pandemia.
La tercera vÃctima son los pobres. Parece algo ya
dicho, pero es que los pobres son cada vez más pobres. Y tienen cara de mujer,
de niño, de persona sola, de migrante. Mientras, los más ricos recuperan
rápidamente su patrimonio y se benefician de las ayudas y exenciones en unas
proporciones que no hacen sino aumentar su riqueza: en 26.500 millones de euros
en 2020, según Oxfam.
El resumen es que crece la desigualdad, como
señalaba hace poco Jaime Atienza en nuestra revista. No hace falta recordar que
la desigualdad entre paÃses se ha agudizado con la pandemia: los que están en
el vagón de cola tienen peores estructuras sanitarias para hacerle frente y no
pueden competir en la carrera por las vacunas. El descenso de la ayuda
internacional, el olvido de esos conflictos remotos es otra consecuencia no
menor de esta crisis. ¿Y qué decir de la preocupación ecológica, en la Ãbamos
ganando puntos?
Hemos descubierto nuestra fragilidad, el encierro
nos pasa factura y tenemos más miedo. Pero sabemos algunas cosas que ya no
admiten discusión: hay que salir de esto juntos, sin olvidar a las personas y
los paÃses más frágiles. Hay que cuidar la Tierra, a la que estamos desquiciando
con nuestra sobreexplotación y que nos devuelve su desajuste en forma de
pandemia. Hay que vivir de otra manera, menos consumista, más calmada, más
solidaria.
Y hay que ganar en conciencia de humanidad
compartida, lo que significa, por ejemplo, preguntarnos si nuestras opciones de
vida apuntan en esa triple dirección: la del cuidado de la casa común, la de la
justicia -que ha de ser preventiva, paliativa y curativa-, y la de la
solidaridad y la convicción de formar parte de un destino común.
Alguien ha llamado a eso «cuidadanÃa», es decir,
la condición que te otorga el ser una persona que cuida, por cercanÃa con el
concepto de ciudadanÃa, condición que nos otorga el ejercer como ciudadanos.
Los ciudadanos deberemos ser cada vez más «cuidadanos», es decir, cuidadores.
Esa exigencia de justicia y solidaridad, de cuidados y de conciencia planetaria
viene a ser hoy la concreción de la parábola del buen samaritano.
Esa exigencia de justicia y solidaridad, cuidados y conciencia planetaria es la concreción de la parábola del buen samaritano
El nuevo modelo civilizatorio que debe alumbrar
esta crisis implica cuestionar el crecimiento y el beneficio como únicos
objetivos de la planificación económica; pasa por interrogarse sobre las
prioridades de gasto de cada paÃs, por seguir ganando conciencia sobre los
costes humanos y medioambientales de este modelo de desarrollo y por apostar
por el bien común -que no es lo mismo que el interés general, que suele olvidar
a las minorÃas y a los pobres-.
Pasa, por tanto, por la polÃtica. Una polÃtica que
debe ganar en dignidad, alejándose del circo de los egos para recuperar su
sentido como gestora de lo público, de lo que es de todos, y promotora del bien
común.
Pero la polÃtica no basta; hay que cambiar también
los comportamientos y las mentalidades. No es suficiente criticar a los que
mandan. Sabemos de sobra que nadie está libre de responsabilidades en su vida
diaria, en sus opciones vitales, en su voto, en su uso del dinero o en su
consumo.
Es una tarea enorme, un cambio de rumbo que no se
hará sin resistencias de todo tipo. Y que exige, en todo caso, la movilización
de toda la energÃa espiritual posible. EnergÃa buena, energÃa amorosa, energÃa
voluntariosa, energÃa exigente, pero también paciente y esforzada, como la que
han puesto en juego tantas personas entregadas en los sectores más difÃciles:
la sanidad, la educación o la ayuda social. Ellas son luces que alumbran el
camino y lo van trazando a la vez. Porque necesitamos no sólo lucidez, sino
mucho coraje para ese giro radical de timón que precisamos y que se nos ha
hecho más evidente al cumplirse este primer año de pandemia.
Publicado en:
https://alandar.org/editorial/lo-de-antes-no-post-pandemia-pobreza/
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